7. Vocacion

Autor
Guillaume Derville
Publicación
Febrero de 2018

El concepto de vocación es de extraordinaria riqueza. Basta con mencionar aquí uno de los relatos más antiguos de una vocación, la de Gedeón (cf. Jc 6,11-24). Dios elige una persona que nunca había pensado en esa posibilidad. Gedeón estaba trabajando con normalidad en un lagar, desgranando el trigo. Allí Dios le llama: la iniciativa es divina. Se subraya la presencia de Dios: “El Señor está contigo” (Jc 6,12). La presencia de Dios está acompañada con su palabra, que hace notar su cercanía e invita a una misión, la de servir el pueblo. Una cierta resistencia (¿por qué?, ¿cómo?: cf. Jc 6,13-15) manifiesta la conciencia de no estar a la altura, de carecer de las cualidades necesarias. Gedeón pedirá incluso una señal, hasta que tomará su decisión y encontrará la paz de modo que después erige un altar que llama “El Señor es Paz” (Jc 6,24).

El Antiguo Testamento cuenta muchas correspondencias a la llamada del Señor: Abraham (cf. Ne 9,7), Samuel (cf. 1 S 3,1-10), David (cf. 1S 16,1-13), Eliseo (cf. 1R19,19-21), e incluso un “pagano”, el rey Ciro (cf. 2 Cro 36,22-23). En el Nuevo Testamento, la Virgen (cf. Lc 1, 26-38), los Apóstoles (cf. Mt 4,18-22; 9,9; Jn 1,35-51), san Pablo (cf. Hech 9,1-19). La idea de vocación va unida a la de la alianza de Dios con los hombres.

En el caso de Gedeón, Dios le envía un ángel, como ocurrirá también con la Virgen María. Sin embargo, no es lo habitual. De ordinario, las mediaciones humanas son las que permiten oír la llamada divina, que responde a algo muy metido en el corazón del hombre pues, como decía el papa Francisco, la pregunta “¿quién quiero ser?” significa también para un cristiano: “¿quién estoy llamado a ser?[1]”. De algún modo, la revelación de la vocación es una revelación sobre el propio ser: mostrarnos lo que somos y a dónde vamos.

En cualquier caso, la vocación nace siempre del amor gratuito de Dios, como fue con el pueblo elegido (cf. Dt 4,37). La elección de Dios va a la par con su llamada a no tener miedo, pues Dios protege a su elegido (cf. Is 41,8-20; Lc 1,30). Jesucristo dice a sus discípulos: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda” (Jn 15,16): vocación y misión son inseparables, siempre en el marco de una gran confianza en nuestro Padre Dios.

San Josemaría insistía en la primacía de la elección divina. “ Elegit nos in ipso ante mundi constitutionem, ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius ” (Eph 1,4). Nos escogió el Señor a cada uno de nosotros para que seamos santos en su presencia. Y eso, antes de la creación del mundo, desde toda la eternidad: ésta es la providencia maravillosa de nuestro Padre Dios[2]”. La llamada al Opus Dei es una llamada dentro de la vocación bautismal a la santidad y al apostolado. Es una auténtica vocación que conlleva una fuerte atracción personal subjetiva hacia la Obra, la percepción de que Dios llama –la luz– y, a la vez, ciertas cualidades objetivas de idoneidad, con el juicio de la autoridad de la Prelatura sobre ese conjunto, juicio iluminado por la gracia de Dios y una necesaria prudencia.

En cualquier caso, Dios cuenta siempre con la libertad para responder a su llamada. La respuesta que espera es una respuesta de amor, y no hay amor sin libertad. El actual Prelado del Opus Dei comentaba en una entrevista, unos años antes de su nombramiento por el papa Francisco como sucesor de Mons. Javier Echevarría, siendo entonces Vicario General de la Prelatura: “Es lógico pensar que Dios no se manifiesta con completa evidencia por amor a nuestra libertad. La respuesta humana a la vocación no se reduce a la simple aceptación de un designo divino, que se presente de modo siempre inequívoco y evidente; pienso que la libre respuesta a la vocación es en cierto modo constitutiva de la vocación misma. Entra aquí el misterio de la relación entre nuestra temporalidad y la eternidad de Dios[3]”.

Cuando Dios da su gracia, no anula la libertad sino que la eleva. Nuestra libertad de espíritu, nuestra libertad interior crece con la fe. Y precisamente, el Opus Dei “no solo respeta la libertad” de sus miembros, “sino que les hace tomar clara conciencia de ella. Para conseguir la perfección cristiana en la profesión o en el oficio que cada uno tenga (…) necesitan estar formados de modo que sepan administrar la propia libertad[4]”.

Así santa María, la llena de gracia, después de oír el “no temas” del arcángel, fue más libre para cumplir la voluntad de Dios: “Para ser la Madre del Salvador, María «fue dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante[5]». El ángel Gabriel, en el momento de la anunciación la saluda como ‘llena de gracia’ (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación, era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios[6]”. La libertad de la Virgen María está iluminada por la verdad y la lleva al pleno cumplimiento de su vocación, esto es, a su verdadero bien. Cuanto más progresa en su camino cuanto más se compromete, más libre es. De algún modo, la vocación es una aventura: vamos a donde nos conduce el Señor, con plena libertad y espíritu de servicio: primero, la aventura de asumir el propio yo. Y descubrimos horizontes insospechados. Así fue para san José, de quien la Iglesia celebra la obediencia llena de fe y rápida. “Para San José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación[7]”.

1. La vocación cristiana, y dentro de ella al Opus Dei, abarca toda la vida y le da su sentido

La vocación es una llamada de Dios que abarca toda la vida, conlleva la conciencia de un compromiso y le da su sentido de misión. La vocación al Opus Dei es una concreción de la llamada bautismal a la santidad y al apostolado, llamada evangélica proclamada de nuevo con particular fuerza por el Concilio Vaticano II[8]”. Muchas personas han sido bautizadas en su tierna edad, según recomienda la Iglesia y en el surco de una tradición inmemorial[9]. Ese sacramento es “la puerta” de la Iglesia, dice el Papa Francisco[10]. Al mismo tiempo, hay un momento en la vida donde uno ya puede actuar libremente y decide, por así decir, asumir ese don de Dios que es la fe. Un momento importante suele ser la Confirmación, donde el Espíritu Santo viene dado de un modo nuevo[11]”. Al responder a su vocación al Opus Dei, el fiel cristiano ratifica la llamada bautismal a la santidad: se toma en serio esa llamada para tratar de vivirla según el espíritu del Opus Dei, amando a Dios y a los demás, como hijo de Dios en Cristo, con ese amor con que el Espíritu Santo llena el alma, y eso en la vida ordinaria, en el trabajo profesional, en cualquier momento de lo cotidiano. Como decía san Josemaría, “no sacamos a nadie de su sitio: ahí, en esas circunstancias en las que el Señor le llamó, ha de santificarse cada uno y santificar su ambiente, la parcela humana a la que se encuentra vinculado, por la que se encuentra justificada su existencia en el mundo. También en esto tenemos el mismo sentir de los primeros cristianos[12]”.

“La incorporación al Opus Dei es fruto de una respuesta libre a una llamada de Dios; no de la mera decisión personal que, al advertir algo bueno, tiende a hacerlo propio, a apuntarse, sino de una decisión madura, pensada, que surge del saberse llamado por Dios. Siendo peculiar, esa vocación no constituye sin embargo a quien la recibe en alguien distinto de un fiel cristiano corriente o, en su caso, de un sacerdote secular. San Josemaría afirmó la existencia de una vocación peculiar al Opus Dei, con expresiones directas y netas. No se refería simplemente al carácter vocacional de una concreta dedicación a una obra buena, en el sentido de que toda la vida divina es vocación, sino a una llamada que es a la vez peculiar, originada por una radical iniciativa divina previa a la propia libertad. San Josemaría vio, con luz fundacional, en el caso del Opus Dei esta característica primaria de la determinación de emprender este camino, por voluntad de Dios y respuesta libre del interesado; y así fue confirmado por el juicio de la Iglesia[13]”.

La radicalidad de la vida cristiana se puede vivir de distintas maneras. El camino que ofrece el Opus Dei pide una firme decisión de seguir al Señor, dando la primacía a Dios en todo. Es exigente y, a la vez, da la seguridad de saber a donde uno va: “Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos adónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía[14]”. La vocación cristiana, personalmente asumida, amplía los horizontes personales, pues una vocación a la santidad es indisociable de una verdadera preocupación por los demás y por la sociedad. Cambia el panorama cuando se mira desde la cima de un monte: “Con nuestra vocación, es como si te hubieran subido del fondo de un valle a la cumbre de una montaña […]. No te quedes en el fondo del valle, en la tarea concreta que te ocupa. Sube a las montañas altas de los lados, para adquirir visión de conjunto[15]”.

La vocación se traduce en un sentido vocacional de la existencia. Todo lo que se hace entra en el ámbito de la llamada de Dios y cobra vibración de eternidad. La gran vocación a la santidad ensancha el horizonte de cada día. En nuestra época, en la sociedad de consumo que encontramos en muchos ambientes, la búsqueda del placer inmediato empequeñece el horizonte y, por ende, la esperanza: muchas personas viven en un estado de des-esperanza. En cambio, la esperanza de santidad, actualizada por la conciencia de una llamada personal, engrandece al hombre y a la mujer.

Se podría decir que cada persona tiene una vocación única, que conocerá plenamente solo al final de su vida. Esa vocación se construye en el tiempo, como obra de Dios y respuesta libre el hombre[16]”.

2. La vocación al Opus Dei es única: es la misma para todos sus miembros

“Los que se incorporan a la Prelatura personal del Opus Dei son fieles laicos –hombres y mujeres, solteros, casados o viudos- que tienen todos, con modalidades diversas, la misma vocación: la vocación bautismal, con la llamada de Dios a vivirla como miembros del Opus Dei[17]”.

La vocación al Opus Dei es única: cada uno la vive según sus circunstancias personales. Lo que importa es responder que sí a Dios, con santo abandono en sus manos, como nos enseñó el Señor Jesús con su vida, por ejemplo en su oración en Getsemaní (cf. Mt 26,39), y al invitarnos a rezar así: “fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra”, “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).

Cumplir la voluntad de Dios hace experimentar más vivamente lo que decía san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti; nuestro corazón no encontrará la verdadera paz sino cuando descanse en ti[18]”, una oración que la Liturgia de la horas retoma: “Fecísti nos ad te; et inquiétum est cor nostrum donec requiéscat in te[19]”.

Personas muy variadas pertenecen al Opus Dei: hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, solteros, casados y viudos, sanos y enfermos, de profesiones y situaciones sociales muy variadas. Todos reciben el mismo alimento espiritual, y crecen en vida cristiana con los medios de todos los cristianos, la Palabra de Dios, la oración que responde a esa Palabra, y los sacramentos: especialmente la Eucaristía, que es mucho más que un medio y es el culmen de la vida cristiana, y la confesión sacramental. Es el mismo alimento espiritual que se les da, adaptado a cada uno. La vocación misma se adapta a todos los caracteres, a los diversos modos de ser y de estar en el mundo.

“En el Opus Dei no hay más que una doctrina para todos: un mismo puchero. Cada uno, según su necesidad, toma del puchero común lo que le haga falta, pero la substancia, el alimento, es siempre el mismo[20]”.Ese alimento es la enseñanza de la Iglesia y el espíritu del Opus Dei. Hay fieles numerarios, agregados y supernumerarios. No hay diferentes clases o categorías de fieles, sino circunstancias ordinarias distintas en que todos encarnan el mismo espíritu. “El fin del Opus Dei, como consecuencia de la misión que debe realizar, no es algo restringido o sectorial dentro de la Iglesia, sino universal: se dirige no a un sector social, sino a las muchedumbres humanas, sin limitación alguna de sexo, raza, edad, oficio, posición s"ocial, o estado civil; sin distinción de ideologías ni partidos políticos. Se trata de contribuir a reavivar en todos esos hombres y mujeres la gracia bautismal y la de la Confirmación, poniéndola en relación con el trabajo profesional y con las demás responsabilidades humanas. Dicho de otro modo: el fin de su peculiar tarea apostólica es lograr –hasta donde se pueda- que estas realidades ‘civiles’ de la vida aparezcan, en la conciencia de cada sujeto cristiano y en su tarea cotidiana, cono el ‘lugar’ de la ‘obediencia a la fe’, o lo que es lo mismo, como el lugar en el que debemos responder a la llamada de Dios a la santidad[21].

Los Estatutos de la prelatura del Opus Dei se refieren a diversas modalidades de pertenencia a la Prelatura: “Según la disponibilidad habitual de cada uno para dedicarse a las tareas de formación y a determinadas labores apostólicas del Opus Dei, los fieles de la Prelatura, varones o mujeres, se denominan numerarios, agregados o supernumerarios, sin formar por esto clases diversas. Esta disponibilidad depende de las variadas y permanentes circunstancias –personales, familiares, profesionales u otras análogas- de cada uno[22]”.

Comenta Mons. Fernando Ocáriz: “Se llaman numerarios (o numerarias) aquellos fieles que, en celibato apostólico, tienen una máxima disponibilidad personal para las labores apostólicas peculiares de la Prelatura; pueden residir en la sede de los Centros de la Prelatura, para ocuparse de esas labores apostólicas y de la formación de los demás miembros del Opus Dei[23]”.

“Se llaman agregados (o agregadas) los fieles que, en celibato apostólico, deben atender a necesidades, concretas y permanentes, de carácter personal, familiar o profesional, que les llevan, ordinariamente, a vivir con la propia familia y determinan su dedicación a las tareas apostólicas o de formación en el Opus Dei[24]”.

“Se llaman supernumerarios (o supernumerarias) los fieles de la Prelatura –casados o solteros, pero en todo caso sin compromiso de celibato- que, con la misma vocación divina que los demás, participan plenamente en el apostolado del Opus Dei, con la disponibilidad, por lo que se refiere a las actividades apostólicas, que resulta compatible con el cumplimiento de sus obligaciones familiares, profesionales y sociales[25]”.

Decía san Josemaría a los supernumerarios: “Los que habéis sido llamados al Opus Dei como supernumerarios: estáis con una vocación idéntica a la mía. En el Opus Dei no hay más que una vocación, que no nos hace cambiar de estado[26]”.

No hay por lo tanto, entre supernumerarios (supernumerarias), agregados (agregadas) y numerarios (numerarias) grados de vinculación al Opus Dei o de mayor o menor compromiso cristiano. Importa, en efecto, dejar muy claro que esta diversidad de disponibilidades para tareas concretas presupone una identidad de vocación peculiar en todos los fieles del Opus Dei, “porque –cualquiera que sea el estado civil de la persona– es plena su dedicación al trabajo y al fiel cumplimiento de sus propios deberes de estado, según el espíritu del Opus Dei[27]”. El primero de los números que los Estatutos dedican a hablar de los fieles de la Prelatura recalca repetidas veces y con fuerza esta realidad: todos los que se incorporan a la Prelatura lo hacen ‘movidos por la misma vocación divina[28]', de manera que –insiste– ‘todos se proponen el mismo fin apostólico, viven un único espíritu e idéntica praxis ascética[29]”.

Comenta Mons. Ocáriz: “Estamos ante una cuestión capital, que fue reiterada innumerables veces por el Fundador, que excluyó cualquier terminología (por ejemplo, las expresiones ‘clases de miembros’ o ‘categorías de miembros’), que pudiera evocar, aunque fuera de lejos, la idea de ruptura de la unidad de vocación. Es precisamente en y a través de la propia situación en el mundo como todos y cada uno de los miembros del Opus Dei realizan la misión cristiana de difundir la llamada universal a la santidad y de ayudar a los demás a seguirla en la vida concreta. Una misma espiritualidad, una idéntica misión, un mismo carácter definitivo y omnicomprensivo de la existencia personal configuran una plena identidad de vocación peculiar en todas las dimensiones, desde la plena llamada a la santidad y al apostolado hasta la realización de esa llamada en el contexto de la secularidad[30]”.

La unidad de vocación no uniforma a todas y todos en un mismo molde. Cada uno tiene su itinerario, dentro del camino amplio del Opus Dei. Dios llama, y lo importante será lo que Él acabará: para que lo empezado desde Dios acabe gracias a Él: “a Te semper incípiat et per te coepta finiatur[31]”. “Dentro de esta gran carretera, ancha, que es el espíritu del Opus Dei, cada uno tiene su propio camino personal, que debe recorrer facilitando generosamente la acción del Espíritu Santo en su alma. Nadie puede pretender que los demás sigan sus mismos pasos: cada uno anda a su manera. Lo importante es tener el corazón en Dios, del todo y sin condiciones, no salirse de la carretera y poner empeño en ir hacia adelante[32]”.

Sacerdotes

La sustancia del Opus Dei es la sustancia de la Iglesia. El Opus Dei es, en su misma naturaleza, una prelatura personal: fieles pertenecientes a diversas diócesis regidos y atendidos pastoralmente por un Prelado con la ayuda de un presbiterio. No es sólo el hecho de que haya sacerdotes y laicos en el Opus Dei. En realidad, sacerdocio común y sacerdocio ministerial se encuentran en la Prelatura formando un organismo de fieles que ejercen su sacerdocio común sostenidos por el sacerdocio ministerial.

El sacerdocio ministerial de los clérigos y el sacerdocio común de los laicos se unen íntimamente, se requieren recíprocamente y se complementan para conseguir, en unidad de vocación y de régimen, el fin que la Prelatura se propone[33]. Tiene una estructura eclesial que es la de “ordo-plebs”: Orden ministerial-pueblo, es decir: Prelado-presbiterio-pueblo. Está estructurada jerárquicamente como está estructurada la Iglesia.

El presbiterio no es un grupo de sacerdotes asociados para una tarea. Los sacerdotes están incardinados al servicio de la Prelatura, como colaboradores del Prelado, tal y como lo enseña la eclesiología del Concilio Vaticano II[34]”.

Los sacerdotes incardinados en la Prelatura (numerarios; agregados, llamados también coadjutores) provienen de los fieles laicos de la misma, y no forman una clase de miembros distinta[35]”. Hacen falta, para hacer la Iglesia haciendo el Opus Dei, sacerdotes y laicos[36]”.

La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz es una asociación de clérigos intrínsecamente unida a la Prelatura del Opus Dei[37]”. Tiene como fin fomentar la santidad de los sacerdotes seculares en el ejercicio de su ministerio al servicio de la Iglesia, según el espíritu y la praxis ascética del Opus Dei. Está compuesta por los sacerdotes incardinados en la Prelatura y por otros presbíteros incardinados en sus respectivas Iglesias particulares. En 2017 contaba con unos 4.000 socios. Su presidente es el Prelado del Opus Dei.

Los clérigos de las diócesis que se adscriben a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz siguen incardinados en su propia Iglesia particular: dependen solo de su obispo –nihil sine Episcopo, nada sin el Obispo, expresión de san Ignacio de Antioquía, que recordaba con frecuencia san Josemaría– y no están de ningún modo bajo la jurisdicción del Prelado del Opus Dei. Al responder a su vocación al Opus Dei, el sacerdote ratifica la llamada bautismal a la santidad, en su caso a través del ejercicio del sacerdocio ministerial. La ayuda espiritual que proporciona la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz se dirige a mejorar la vida interior de los socios, estimular su fidelidad en el desempeño de sus deberes sacerdotales y fomentar la unión de cada uno con su propio obispo y la fraternidad con los demás presbíteros[38]. Los medios de formación que reciben los socios son análogos a los que se ofrecen a los fieles laicos de la Prelatura, teniendo en cuenta las dimensiones específicas de la formación sacerdotal[39]” y complementan, sin superponerse, las disposiciones sobre la formación permanente que dé el obispo para el presbiterio de su diócesis. Así, los socios pueden recibir dirección espiritual personal, clases doctrinales o ascéticas, días de retiro, etc., organizadas de modo que no interfieran con su ministerio.

3. El Opus Dei son las personas

Del mismo modo que cada cristiano ha de ser Iglesia y hacer la Iglesia, el Opus Dei se encuentra allí donde está un fiel de la Obra. Cada uno actualiza día tras días la llamada a vivir el Evangelio, transmitiendo a su alrededor la alegría de la vida cristiana en las circunstancias ordinarias en que se desenvuelve.

La Obra somos todos y es de todos: cada uno es responsable de sacarla adelante. La responsabilidad de hacer crecer el Opus Dei incumbe a todos sus fieles, primero con el esfuerzo para cumplir bien sus obligaciones de cristianos. “La vocación divina nos da una misión, nos invita a participar en la tarea única de la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios. La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena. Nuestra vida, la presente, la pasada, y la que vendrá, cobra un relieve nuevo, una profundidad que antes no sospechábamos. Todos los sucesos y acontecimientos ocupan ahora su verdadero sitio: entendemos adónde quiere conducirnos el Señor, y nos sentimos como arrollados por ese encargo que se nos confía[40]”.

La vocación da una gran seguridad, la de estar en las manos de Dios. Da alegría saber lo que Dios espera de nosotros, y poder llevarlo a cabo. Las cosas no salen nunca exactamente como uno deseaba, pero “cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas -a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos- no salen a tu gusto... Porque habrán "salido" como le conviene a Dios que salgan[41]”.

Con la luz del 2 de octubre de 1928, san Josemaría habla de los 30 años “de oscuridad” de Jesús como de un “resplandor que ilumina nuestros días”: el carpintero, hijo de María, “era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas (Jn12,32)”[42]”. ”Esa fuerza de Cristo es la que sigue atrayendo en el mundo entero a tantas personas al Opus Dei: muchas, las que Dios quiere, una por una. Vocación y misión van a la par. Cuando Jesucristo empieza su vida pública y entra en la sinagoga de Nazaret, manifiesta esa unidad de vocación y misión al leer un pasaje del libro de Isaías que se aplica a Él: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido [vocación] para evangelizar a los pobres, me ha enviado [misión]…” (Lc 4,18). “Cuando se paladea el amor de Dios se siente el peso de las almas. No cabe disociar la vida interior y el apostolado, como no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor[43]”. Al revés, el apostolado, nuestra relación de caridad con los demás, nos forja. El papa Francisco ha insistido en la identidad del cristiano como discípulo-misionero: “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19)[44]”.

No se brilla con luz propia, sino desde la única fuente que es la gloria de Dios, su amor lleno de misericordia. “No podemos dejar de contar lo que hemos visto y vivido” (Hch 4,20). ¿Cómo? «Hijos míos, estad seguros de que somos omnipotentes si tenemos la caridad de Dios. Querríamos encender a todos en el amor divino, meterles en el corazón de Jesucristo, teniendo nosotros cariño y comprensión para todas las almas. ¡Hay que rezar, hijos míos! ¡Hay que quererles! Nadie debe acercarse al Opus Dei y marcharse de vacío. Que sientan el atractivo de que se les estima, de que se les comprende, de que se busca lo mejor para ellos»[45]”. Y continuaba san Josemaría: “Pero no os podéis detener ahí. No os podéis quedar satisfechos, cuando ya habéis llevado a algunos de vuestros parientes o amistades a un retiro espiritual, o cuando los habéis puesto en contacto con algún sacerdote de la Obra. No se acaba ahí vuestro trabajo apostólico. Porque es preciso también que os deis perfecta cuenta de que hacéis un apostolado fecundísimo, cuando os esforzáis por orientar con sentido cristiano las profesiones, las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajáis y os movéis[46]”.

En una de sus primeras cartas pastorales, Mons. Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei, escribe: “Libertad y vocación: aquí tenemos dos dimensiones esenciales de la vida humana, que se llaman la una a la otra. Somos libres para amar a un Dios que llama, a un Dios que es amor y que pone en nosotros el amor para amarle y amar a los demás[47]”. Libertad para hacer ver la llamada de Dios, libertad para responder, pues, como enseña el papa Francisco, “no podemos correr el riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios entra en la vida de cada persona[48]”.

San Josemaría veía la vocación al Opus Dei como un beso en la frente. Por eso, decía, “para mí, vuestra cabeza reluce como un lucero[49]”. Y añadía: “Son esas grandes estrellas que parpadean por la noche, allá arriba, en la altura, en el cielo azulado y oscuro, como grandes diamantes de una claridad fabulosa. Así es de clara vuestra vocación: la de cada uno y la mía. Yo, que soy muy miserable y he ofendido mucho a Nuestro Señor, que no he sabido corresponder y he sido un cobarde, tengo que agradecer a Dios no haber dudado nunca de mi vocación, ni de la divinidad de mi vocación. Vosotros tampoco debéis dudar. Si no, no estaríais aquí. Agradecédselo al Señor[50]”.

El Magníficat de la Virgen María expresa esa fe y esa dilatación del corazón que procura la vocación vivida a fondo. Un amor que es obra del Amor divino, llena el alma de estupor, juventud esperanzada y agradecimiento.

Bibliografía

Además de las obras citadas:

Diccionario de San Josemaría, Monte Carmelo, Burgos 2013, “Vocación” (Cormac Burke), 1287-1294.

Ernst Burkhart – Javier López Díaz, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría. Estudio de teología espiritual, Vol. I, Rialp, Madrid 2010, Parte preliminar, «Marco histórico y teológico de la enseñanza de san Josemaría», 33-239.

José Luis Illanes, Tratado de teología espiritual, EUNSA, Pamplona 2007, Parte II, VII. La vocación, elemento configurador de la existencia cristiana, 155-187.

 

Observaciones y sugerencias a: collationes@collationes.org.

 


[1] Francisco, Mensaje de preparación para la JMJ de Cracovia, 15 de agosto de 2015.

[2] San Josemaría, El talento de hablar (abril de 1972), en En diálogo con el Señor 19, ed. crítico-histórica preparada por Luis Cano y Francesc Castells, en Obras completas V/1, Rialp, Madrid 2017, 6d, 348.

[3] Fernando Ocáriz, Sobre Dios, la Iglesia y el mundo, Rafael Serrano entrevista al Vicario general del Opus Dei, Rialp, Madrid 2013, Cap. IX Llamadas, 123.

[4] San Josemaría, Conversaciones, en Obras completas, I/3, p. 281, n. 53 b).

[5] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. ap. Lumen gentium, n. 56. Citado en Catecismo de la Iglesia Católica, n. 490.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 490.

[7] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 54.

[8] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. ap. Lumen gentium, n. 11 §3.

[9] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1252. Código de Derecho Canónico, Can. 867 - § 1.

[10] Francisco, Exh. ap. Evangelii gaudium, 47.

[11] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1285.

[12] San Josemaría, Carta 9-I-1959, 12.

[13] Fernando Ocáriz, Sobre Dios, la Iglesia y el mundo, cit., 128. Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Ut sit, 28 de noviembre de 1982.

[14] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 45.

[15] San Josemaría, Meditación 2-XII-1951, cit. en Es Cristo que pasa, en Obras completas I/4, Ed. crítico-histórica (preparada por Antonio Aranda), Rialp, Madrid 2013, com. del §10e, 191.

[16] Para profundizar, véase Fernando Ocáriz, Sobre Dios, la Iglesia y el mundo, cit., Cap. IX “Llamadas”, 121-142.

[17] Pedro Rodríguez, Opus Dei: estructura y misión. Su realidad eclesiológica, Ediciones Cristiandad, Madrid 2011, 99.

[18] San Agustín, Confesiones, I, 1.

[19] Liturgia horarum, Ant. Ad Benedictus, 28 Augusti, San Augustini Episcopi et Ecclesiae Doctoris.

[20] San Josemaría, Textos para la meditación, (AGP, biblioteca, P10, 1996, p. 633).

[21] Pedro Rodríguez, Opus Dei: estructura y misión. Su realidad eclesiológica, Ediciones Cristiandad, Madrid 2011, 75.

[22] Statuta o Codex iuris particularis Operis Dei (se trata de los estatutos que la Santa Sede dio al Opus Dei), 7 §1, cit. en Fernando Ocáriz, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en Pedro Rodriguez – Fernando Ocáriz – José Luis Illanes, El Opus Dei en la Iglesia. Una introducción eclesiológica a la vida y el apostolado del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, 185.

[23] Fernando Ocáriz, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en Pedro Rodriguez – Fernando Ocáriz – José Luis Illanes, El Opus Dei en la Iglesia. Una introducción eclesiológica a la vida y el apostolado del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, 185.

[24] Ibídem. Cf. Statuta, 10

[25] Ibídem, 186. Cf. Statuta, 11.

[26] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 25-V-1947 (AGP, biblioteca, P04, 1974, vol. I, p. 81).

[27] San Josemaría, Carta 25-I-1961, 11.

[28] Statuta, 6.

[29] Fernando Ocáriz, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en Pedro Rodriguez – Fernando Ocáriz – José Luis Illanes, El Opus Dei en la Iglesia. Una introducción eclesiológica a la vida y el apostolado del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, 186. Cf. ibídem 187: “Cabe señalar, por lo demás, y el hecho sigue estando relacionado con la unidad de vocación, que el carisma del celibato constituye, en los numerarios y agregados del Opus Dei –como en todo hombre o mujer que recibe ese carisma-, una dimensión integrante de la vocación personal, sin ser una dimensión peculiar de la vocación al Opus Dei. No se trata, obviamente, de que Dios ‘primero’ llame al celibato y ‘luego’ al Opus Dei (la vocación personal es única), sino de que Dios llama al Opus Dei tanto a personas en celibato como en matrimonio; y tanto en un caso como en otro se trata de dimensiones vocacionales, como para los demás cristianos”.

[30] Fernando Ocáriz, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en Pedro Rodriguez – Fernando Ocáriz – José Luis Illanes, El Opus Dei en la Iglesia. Una introducción eclesiológica a la vida y el apostolado del Opus Dei, Rialp, Madrid 1993, 187.

[31] Preces Operis Dei, cf. antigua oración del Misal romano, por ejemplo en Jacques-Paul Migne, Encyclopédie théologique: Dictionnaire alphabético-méthodique des cérémonies, Tome 15, Paris 1846, 1043. San Josemaría, Textos para la meditación, (AGP, biblioteca, P10, 1996, p. 70).

[32] San Josemaría, Textos para la meditación, (AGP, biblioteca, P10, 1996, p. 70).

[33] Cf. Statuta, 1, §1.

[34] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. ap. Lumen gentium 28 y Decreto Presbyterorum ordinis 2.

[35] Cf. san Josemaría, Carta 28-III-1955, 42: “Por las características propias de nuestra Obra, la mayor parte de vosotros nunca seréis llamados al sacerdocio. Y los que lo sean, se ordenan con plena libertad, porque quieren, como resulta evidente de lo que antes he escrito: éste es el espíritu de la Obra, el que siempre hemos vivido: porque donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad: ubi autem Spiritus Domini, ibi libertas (2 Co 3, 17)”.

[36] Cf. san Josemaría, Carta 2-II-1945, 22: “Que los sacerdotes de la Obra vayan a las Ordenes Sagradas con una libertad completa, aunque la vocación es pasiva; que sepan que son libérrimos, que pueden volverse atrás hasta un momento antes de recibir el subdiaconado. Si entonces alguno ve que le faltan las fuerzas y da un paso atrás, hace muy bien. A Dios Nuestro Señor no le desagrada que no seáis sacerdotes y, de otra parte, hacen falta muchos laicos, santos y doctos; y todos los Numerarios, seglares y sacerdotes, recibís la misma formación espiritual y teológica. Hace falta, sin embargo, un mínimo de sacerdotes en el Opus Dei. Por eso, todos tenemos que amar mucho al sacerdocio, y los hijos míos que vayan a ser sacerdotes, han de fomentar en su alma un deseo grande de serlo”. Cuando san Josemaría escribe esas líneas en el rito católico latino existía el subdiaconado que se recibía antes del diaconado.

[37] El Concilio Vaticano II exhortó a la promoción de asociaciones que pudiesen prestar una adecuada ayuda fraterna a los sacerdotes (cf. Decreto Presbyterorum Ordinis, 9); como recoge el Código de Derecho Canónico (c. 278, §2), se tienen “en gran estima sobre todo aquellas asociaciones que (...) fomentan la búsqueda de la santidad en el ejercicio del ministerio y contribuyen a la unión de los clérigos entre sí y con su propio obispo”.

[38] Cf. san Josemaría, Conversaciones, en Obras completas I/3, ed. crítico-histórica preparada por José Luis Illanes y Alfredo Méndiz, Rialp, Madrid 2012,16, 179-183.

[39] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis, 9; Juan Pablo II, Exh, ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 70-81; Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (11-II-2013).

[40] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 45.

[41] San Josemaría, Surco, 860.

[42] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 14.

[43] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 122; cf. 106.

[44] Francisco, Exh. apostólica Evangelii gaudium, 119; ver también 19, 51, 92.

[45] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 18-X-1960 (AGP, biblioteca, P07, 1982, vol. V, p. 131).

[46] San Josemaría, Carta 9-I-1959, n. 17.

[47] Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, 9.

[48] Francisco, M. p. Misericordia et misera, 2.

[49] San Josemaría, Los Caminos de Dios (19-III-1975), 4e, en En diálogo con el Señor 24, ed. crítico-histórica preparada por Luis Cano y Francesc Castells, en Obras completas, Rialp, Madrid 2017, 411.

[50] Ibidem.

 

 

 

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