9. LA DEVOCIÓN AL ROSARIO EN SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ
El libro Santo Rosario es, sin duda, la expresión emblemática de la piedad personal y de la doctrina espiritual de San Josemaría en torno a esta práctica mariana. Pero no es una pieza aislada. Rezó esta oración desde niño, en el hogar familiar, hasta el mismo día de su muerte; y lo hizo con continuada intensidad y devoción; meditó sobre esta devoción mariana y contempló sus misterios día a día, extrayendo cada vez más tesoros de su riqueza espiritual y teológica, y no cesó de predicar sobre el Rosario y de promover su práctica. Veámoslo.
La pieza central en el rezo del Rosario —así lo muestra su origen histórico— es la sencilla repetición del Avemaría. Josemaría Escrivá expresó así lo que esa repetición significa para un buen hijo de Nuestra Señora: «Yo entiendo que cada Avemaría, cada saludo a la Virgen, es un nuevo latido de un corazón enamorado»31. Esta fundamentación teológica de la oración en el amor, incluso de la más repetida, da ya a la oración «vocal» ese impulso «contemplativo» que alberga siempre el amor y sus consecuencias; por ejemplo, la reparación del mal: «‘Virgen Inmaculada, bien sé que soy un pobre miserable, que no hago más que aumentar todos los días el número de mis pecados...’ Me has dicho que así hablabas con Nuestra Madre, el otro día. Y te aconsejé, seguro, que rezaras el Santo Rosario: ¡bendita monotonía de Avemarías que purifica la monotonía de tus pecados!»32.
La simple repetición del Avemaría (con el Padrenuestro y el Gloria) es ya, por tanto, muy importante y valiosa para el Autor. Sin embargo, como Santo Rosario muestra de continuo, San Josemaría va más allá, aplicando al rezo del Rosario la doctrina de los grandes maestros sobre el valor de cualquier oración vocal33: «El Rosario no se pronuncia sólo con los labios, mascullando una tras otra las Avemarías. Así, musitan las beatas y los beatos. —Para un cristiano, la oración vocal ha de enraizarse en el corazón, de modo que, durante el rezo del Rosario, la mente pueda adentrarse en la contemplación de cada uno de los misterios»34.
Uniendo las dos ideas, podemos decir que la «monotonía» de las Avemarías se hace «bendita monotonía», cuando el Rosario se vive de manera contemplativa, como escribirá el propio San Josemaría en las «palabras introductorias» al libro: «Pero, en el Rosario... ¡decimos siempre lo mismo! —¿Siempre lo mismo? ¿Y no se dicen siempre lo mismo los que se aman?... ¿Acaso no habrá monotonía en tu Rosario, porque en lugar de pronunciar palabras como hombre, emites sonidos como animal, estando tu pensamiento muy lejos de Dios? —Además, mira: antes de cada decena, se indica el misterio que se va a contemplar. —Tú... ¿has contemplado alguna vez estos misterios?»35.
«Contemplar». Ésta es la palabra y el concepto clave para el Autor. Esto es lo que da contenido a esa repetición de Avemarías, agrupadas en «misterios»: el rezo del Avemaría se hace contemplativo en la secuencia del Rosario, es decir, en el seno de cada misterio «contemplado» de la vida de Cristo, porque el que reza así, mira a Jesús y a su Madre con mirada de hermano y de hijo. Esto, y no otra cosa, es lo que San Josemaría hace en Santa Isabel cuando escribe este libro y lo que desea que consiga el lector, con la ayuda de sus palabras.
La contemplación es uno de los conceptos teológico-espirituales más importantes en la teología de la vida espiritual, y también más controvertidos de su historia36. Por eso, no vamos a abordar ahora el tema en sí mismo, ni en la teología de Josemaría Escrivá, pues trasciende al objeto de estas páginas. En las distintas introducciones y notas del comentario crítico-histórico, el lector encontrará, de hecho, muchos elementos que ayudan a profundizar en cómo San Josemaría contemplaba y en cómo entendía teológicamente la contemplación. Tenemos la fortuna de que el mismo Autor, al inicio de su libro, nos explica qué entendía entonces por contemplación de los misterios del Rosario, cómo los contemplaba él mismo y cómo podemos contemplarlos nosotros al hilo de sus palabras: «Hazte pequeño. Ven conmigo y —éste es el nervio de mi confidencia— viviremos la vida de Jesús, María y José. Cada día les prestaremos un nuevo servicio. Oiremos sus pláticas de familia. Veremos crecer al Mesías. Admiraremos sus treinta años de oscuridad... Asistiremos a su Pasión y Muerte... Nos pasmaremos ante la gloria de su Resurrección... En una palabra: contemplaremos, locos de Amor (no hay más amor que el Amor), todos y cada uno de los instantes de Cristo Jesús»37.
En esa contemplación, por tanto, se incluye un introducirse y vivir la vida misma de Jesús (y de María, y de José…), un asistir activamente a todos los acontecimientos, prestando servicios; un tomar parte, un participar38; un ver y un oír; un admirar, un pasmarse ante las maravillas del misterio; una locura de Amor… Y todo, haciéndose pequeño. En seguida profundizaremos un poco más en esto, al hilo del propio itinerario interior del autor en la época de redacción del libro. Pero antes, anotemos otras consideraciones sobre San Josemaría Escrivá y el Rosario.
Otra repetida enseñanza en la predicación del Fundador del Opus Dei, fruto de su dilatada experiencia personal, y relacionada también con el carácter contemplativo de esta oración, es el beneficio que, del rezo frecuente del Rosario, puede obtener la presencia de Dios durante toda la jornada: «Siempre retrasas el Rosario para luego, y acabas por omitirlo a causa del sueño. –Si no dispones de otros ratos, recítalo por la calle y sin que nadie lo note. Además, te ayudará a tener presencia de Dios»39.
También daba importancia San Josemaría al Rosario en su sentido «material», es decir, a la «corona del Rosario», tan unida históricamente y en la piedad popular, como hemos visto, a la oración misma. Como tantas personas devotamente sencillas, él también tenía sus gustos devocionales muy personales, que le ayudaban, en particular, en su piedad mariana. Pocos meses antes de la redacción de Santo Rosario escribe en sus Apuntes íntimos: «Como el padre Sánchez, mi padre Sánchez, me ha dicho que es de Dios, voy a anotar unas pequeñeces del Señor con su borrico: el rosario de mi uso, regalo de Pilar Salcedo40, al volver de su último viaje a Roma, decidí echármelo al cuello, para que sea la señal de mi esclavitud41 voluntaria y amable a la Virgen Inmaculada. Pedí a mamá un rosario suyo; y con el rosario de señora, chiquitín, no me encontraba bien: me daba hasta su poco de vergüenza (a pesar de ser, por la misericordia de Dios, un desvergonzado). D. Norberto —sin saber nada— hace mucho tiempo, me había prometido regalarme un rosario. Ayer, por la noche, fui a su casa con el pensamiento de recordarle lo ofrecido, si se presentaba ocasión... No hubo lugar: apenas nos sentamos en su habitación, sin manifestar yo nada en absoluto, me dice: ‘tome Vd. el rosario que le prometí’»42.
Un rasgo muy personal del modo que tenía San Josemaría de rezar el Rosario: imaginaba en aquellos años que lo rezaba junto al Santo Padre. Y lo escribió: «Desde hace años, por la calle, todos los días, he rezado y rezo una parte del Rosario por la Augusta Persona y por las intenciones del Romano Pontífice. Me pongo con la imaginación junto al Santo Padre, cuando el Papa celebra la Misa: yo no sabía, ni sé, cómo es la capilla del Papa, y, al terminar mi Rosario, hago una comunión espiritual, deseando recibir de sus manos a Jesús Sacramentado»43.
El amor al Rosario llevó a San Josemaría, precisamente en la época anterior al «tirón» de Santa Isabel, a hacer algo muy poco habitual en él, un voto: «En las Vísperas de la Aparición de S. Miguel Arcángel, con permiso de mi p. Sánchez, me obligué con voto, durante todo este mes de mayo, a rezar las tres partes de rosario que ordinariamente recito a diario»44. Hasta ese punto sentía la necesidad de apoyar su vida interior en el rezo del Rosario, particularmente en aquella etapa decisiva de su vida.
Con o sin voto, el rezo habitualmente «completo» (las tres partes) del Rosario formaba parte importante de la piedad de San Josemaría en torno al año 1931. Así lo recordaba, con particular emoción, hacia el final de su vida: «¡Cuántas horas de caminar por aquel Madrid mío, cada semana, de una parte a otra, envuelto en mi manteo! (...) aquellos Rosarios completos, rezados por la calle —como podía, pero sin abandonarlos—, diariamente (...) Nunca pensé que sacar la Obra adelante llevaría consigo tanta pena, tanto dolor físico y moral: sobre todo moral (...) Iter para tutum! ¡Madre mía! ¡Madre!; ¡no te tenía más que a Ti! Madre, ¡gracias! (...) Madre, Cor Mariae Dulcissimum! ¡Oh, cuánto he acudido a Ti! Y otras veces, hablando y predicando, dándome cuenta de que no valía nada, de que no era nada, pero con una certeza... ¡Madre!, ¡Madre mía! ¡no me abandones!, ¡Madre!, ¡Madre mía!»45.
Pero tratemos ya de conocer mejor la vida espiritual del joven sacerdote en aquellos meses de 1931. --------------------
31 Forja, nº 615.
32 Surco, nº 475.
33 Baste recordar la enseñanza de Santa Teresa de Jesús al respecto, particularmente clara y significativa en este punto: «La puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración; no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios» (Moradas primeras, cap 1, nº 7; BAC 212, Madrid 1997, pg 474); «Y porque no penséis se saca poca ganancia de rezar vocalmente con perfección, os digo que es muy posible que estando rezando el Paternóster os ponga el Señor en contemplación perfecta, u rezando otra oración vocal; que por estas vías muestra Su Majestad que oye al que le habla, y le habla su grandeza, suspendiéndole el entendimiento y atajándole el pensamiento, y tomándole –como dicen- la palabra de la boca» (Camino de perfección, cap 25, nº 1; BAC 212, Madrid 1997, pg 338).
34 Surco, nº 477.
35 Infra, Al lector, § 9.
36 Para hacerse una idea de esa complejidad y riqueza, basta, por ejemplo, hojear la extensa y documentada voz «Contemplation», del DSp, vol II, col 1643-2193.
37 Infra, Al lector, §§ 10 y 11.
38 Cfr Guillaume Derville, «Une connaissance d’amour. Note de théologie sur l’édition critico-historique de “Chemin” (II)», en SetD 3 (2008) 280, a propósito del «Contemplo… tomando parte activa», del texto citado infra § 10, 4, nt 107.
39 Surco, nº 478.
40 Pilar Salcedo era una amiga de Luz Casanova, fundadora de las Damas Apostólicas, que ayudaba en el apostolado del Patronato de Enfermos, y que tenía gran afecto a San Josemaría.
41 En este lugar aparece una nota a pie de página, escrita con tinta azul, que dice: «no me gusta decir esclavitud». Aunque el tema merece un estudio detenido, baste decir que a nuestro autor no le gustaban algunos acentos en la enseñanza sobre este tema, frecuentes en su época, debido sobre todo a su gran amor a la libertad, y su profunda comprensión de esa esencial cualidad de la naturaleza humana, decisiva, en particular, en la relación personal con Dios y en la vida interior.
42 Apínt, Cuaderno III, nº 175, 17-III-1931. D. Norberto Rodríguez era el primer sacerdote colaborador de San Josemaría en aquellos momentos. (cfr José Luis González Gullón y Jaume Aurell, «Josemaría Escrivá de Balaguer en los años treinta: los sacerdotes amigos», Studia et Documenta, 3 [2009] 41-106).
43 Carta 9-I-1932, nº 20; AGP, serie A.3, leg. 91, carp. 3, exp. 1.
44 Apínt, Cuaderno III, nº 199, 8-V-1931. Mons. Álvaro del Portillo anota en este lugar: «Me comentaba el Padre que ni entonces, ni después a lo largo de su vida había sido amigo de hacer votos: cuando los he hecho — me dijo— fue siempre por coacción interior, contraria a mi modo de sentir».
45 Palabras tomadas de la meditación que predicó el día de San José, el día de su santo, 19-III-1975, recogidas en Álvaro del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, 6ª ed, Palabra, Madrid 1990, pg 200.