Teología y espiritualidad en Santo Rosario

Autor
Pedro Rodriguez
Publicación
Rialp

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD EN SANTO ROSARIO 
Los textos que hemos citado, sobre todo los que proceden de Apínt, nos sitúan ya en el contexto más inmediato de la redacción de este pequeño libro. El rezo y contemplación del Rosario por parte de Josemaría Escrivá, particularmente piadoso en aquellos meses, se inscribe en una fuerte intensificación de su vida de oración personal, que nos reenvía a un conjunto de vivencias y experiencias interiores —con unos acentos muy particulares durante ese periodo—, que en Santo Rosario quedan claramente reflejados. Esa experiencia de Dios que precede y rodea la redacción de Santo Rosario es, fundamentalmente, una experiencia intensa y gozosa de Dios como Padre, acompañada por una deslumbrante comprensión espiritual de su condición de hijo de Dios. A la vez, esa experiencia de la Paternidad divina, del Padre lleno de amor y de misericordia, era vivida por San Josemaría —en medio de grandes tribulaciones y sufrimientos— sintiéndose hijo pequeño de Dios, un niño de dos años, apenas balbuciente, que nada puede por sí y todo lo espera de su Padre-Dios. De esta manera, el sentido de la filiación divina y la vida espiritual de infancia se funden y se entrecruzan en el alma de San Josemaría —oración, testimonio, mensaje—, e informan el pequeño libro que estudiamos: Santo Rosario. Esta síntesis, que es la que debemos exponer, sólo puede situarse bien, si previamente hacemos una advertencia al lector. 
1. «Yo no he conocido en los libros el camino de infancia»
 Conforme vayamos leyendo los textos del Cuaderno IV de sus Apuntes, iremos comprobando que el Autor relata, a partir de su experiencia, una realidad íntimamente vinculada a la gran tradición teológico-espiritual que arranca de la palabra misma de Jesús: «Si no os hacéis como niños, no podréis entrar en el Reino de los Cielos»46. Es la tradición de lo que acabará llamándose «la vía o el camino de la infancia espiritual», tradición explicada y profundizada muchas veces por los mismos que la vivían. Basta una breve consulta a la bibliografía sobre el tema para ver qué impresionante realidad es, en la historia de la Iglesia y de la teología espiritual, el eco y el impacto de esas palabras de Jesús, que llevarán a tantos cristianos a vivir su condición de hijos de Dios, de una forma o de otra, con el modo propio de un hijo pequeño, de un niño. Esa historia tiene un fuerte desarrollo temático en los siglos XVII y XVIII «antes de llegar al ejemplo éclatant de Santa Teresa del Niño Jesús y pasar a ser un foco de atracción de las almas contemporáneas o, si se prefiere, ser reconocida como una de las líneas dominantes de la espiritualidad cristiana»47. 
Si, al comenzar, traemos a colación estas ideas, es porque la «vida de infancia» y el «camino de infancia», que siguió tan intensamente San Josemaría en estos meses que preceden a Santo Rosario, no fue algo conocido y aprendido «bibliográficamente», sino fruto de las mociones del Espíritu. Todo acontece desde la verticalidad de la gracia, desde la personal relación con Dios: son unos meses en que los carismas del Espíritu Santo —entre éstos, locutiones Dei— dominan y conducen la vida espiritual de San Josemaría. Lo escribió así el 13 de enero de 1932: «Yo no he conocido en los libros el camino de infancia hasta después de haberme hecho andar Jesús por esa vía»48. Fue precisamente este día el que comenzó a leer un libro sobre el tema, y así nos lo cuenta al día siguiente, a la vez que nos explica cómo Jesús le había hecho andar por esa «vía»: 
«Ayer, por primera vez, comencé a hojear un libro que he de leer despacio muchas veces: ‘Caminito de infancia espiritual’ por el P. Martin49. Con esa lectura, he visto cómo Jesús me ha hecho sentir, hasta con las mismas imágenes, la vía de Santa Teresita. Algo hay anotado en estas Catalinas, que lo comprueba. Leeré también despacio la ‘Historia de un alma’50. Creo que ya la leí una vez, pero sin darle importancia, sin que, al parecer, dejara poso en mi espíritu. Fue primero Mercedes, quien hizo que yo comprendiera y admirara y quisiera practicar la síntesis de su vida admirable: ocultarse y desaparecer. Pero este plan de vida, que en ella era consecuencia, fruto sabroso de su humildad íntima y profunda, no es otra cosa, a fin de cuentas, que la médula de la infancia espiritual. Entonces, me tomó Teresita y me llevó, con Mercedes, por María, mi Madre y Señora, al Amor de Jesús. Y aquí estoy cum gaudio et pace, siempre llevado, porque solo me caigo y me ensucio, camino adelante, para creer, para amar y para sufrir. Que Santa María no suelte la cuerda del borrico de Jesús. Amen. Amen»51. 
Ofrece este párrafo de su Cuaderno una lograda síntesis de su comprensión de la infancia espiritual, cuya «médula» —ocultarse y desaparecer— había visto en la vida santa de Mercedes Reyna52. La devoción de San Josemaría a Santa Teresita, que era grande, le venía del clima de piedad recibido, de su contacto con el Movimiento del Amor Misericordioso53 y del ejemplo de Mercedes Reyna, que le llevó a enlazar el testimonio de ambas, como puede verse en la primera redacción del epílogo de Santo Rosario, en la que decía: «Encomiéndate a Teresita y a Mercedes, que también anduvo por caminos de fe y amor»54. Volveremos sobre el tema. Ahora vengamos ya a considerar, en los textos, esa doble dimensión de la experiencia espiritual de San Josemaría: filiación divina y vida de infancia. 
Hay que decir, ante todo, que esas «pasadas» del Espíritu, que le empujan en esa dirección se mueven siempre en relación con la viva conciencia, que tenía el joven sacerdote, de su vida como respuesta al encargo que Dios le había hecho el 2 de octubre de 1928: el Opus Dei. Con sus propias palabras: «Desde aquel día, el borrico sarnoso se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre sus espaldas»55; es decir —ahora con palabras nuestras—, poner en marcha, en el seno de la Iglesia universal, el Opus Dei, con su mensaje de santificación de la vida ordinaria y del trabajo profesional y social como camino para la misión apostólica del cristiano. 
Por eso va a cobrar una significación central, para todo lo que diremos después, el evento sobrenatural del 7 de agosto de aquel año 1931, que los biógrafos han expuesto detenidamente y también ha sido objeto de estudio en su fondo espiritual y teológico56. Estaba celebrando la Santa Misa en la iglesia del Patronato de Enfermos, y era el momento de la Consagración. Al alzar la Sagrada Hostia, Dios grabó a fuego en su alma, «con fuerza y claridad extraordinarias —escribe en su Cuaderno—, aquello de la Escritura: ‘et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum’ (Ioann. 12, 32)»57. Continúa su anotación con la luz recibida sobre el sentido de aquella locutio divina: «Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas»58. 
Este ver y comprender en Dios el espíritu y el mensaje del Opus Dei, precisamente por su profundidad, provocaba en San Josemaría una acentuada conciencia de su pequeñez y de su incapacidad para llevarla adelante. Y así, su comprensión de la misión que el Señor le encargaba le empujaba, por contragolpe, a ver que era el Señor, y no él, quien podía realizarla. Porque él se ve a sí mismo un niño, un niño pequeño, que no sabe nada. Pero Dios es su Padre, que lo puede todo. En el contexto de este panorama acuciante de labor apostólica, el clima del que nace Santo Rosario es éste: el propio de la filiación divina del cristiano —«la médula de la piedad», dirá más tarde59— y de la vida de infancia, que será el modo de cultivar esa filiación que el Autor sugiere a los lectores. Comprobémoslo, tomando sus propios textos de aquellos meses de 1931. 
2. Paternidad de Dios y filiación divina del cristiano
 Emblemático de lo que señalamos es este apunte de su oración el 12 de septiembre de 1931. Leemos: 
«Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. 
»Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. 
»¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! 
»Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los Cielos»60. Es éste uno de lugares más representativos del hondo sentido de la filiación divina que tuvo el Autor, y que se manifiesta por todas partes en sus Cuadernos y en Santo Rosario. Condensa este punto, en efecto, la experiencia y la predicación del Autor sobre la relación del cristiano con Dios, basada en la proximidad e intimidad amorosa del Señor, cimentada en que ese Dios es Padre lleno de Amor misericordioso al hombre. 
La vida espiritual de aquel verano y otoño de 1931 es el ambiente de oración y contemplación que vamos a encontrar en Santo Rosario: presencia paternal de Dios, que no es sólo en la oración sino siempre y en todas partes61. 
El Espíritu se abre paso en San Josemaría concediéndole, de manera escalonada, una creciente experiencia de esta Paternidad amorosa de Dios —y del consecuente sentido de la filiación divina—, que tendrá en aquellos meses que preceden a Santo Rosario momentos de alta significación. He aquí dos. Nos referimos a la oración exultante del 22 de septiembre y al evento del 16 de octubre: 
«Estuve considerando las bondades de Dios conmigo y, lleno de gozo interior, hubiera gritado por la calle, para que todo el mundo se enterara de mi agradecimiento filial: ¡Padre, Padre! Y —si no gritando— por lo bajo, anduve llamándole así (¡Padre!) muchas veces, seguro de agradarle. Otra cosa no busco: sólo quiero su agrado y su Gloria: todo para Él»62. 
Aquí es San Josemaría el que, movido por la gracia, ora y medita, poniendo inteligencia y corazón en ese gozoso «considerar», que va a ser como una preparación para la experiencia mística del 16 de octubre. Aconteció así, según la nota que escribe de inmediato (en el mismo Cuaderno, 16-X-1931, nº 334): 
«Día de Santa Eduvigis 1931 [16 de octubre]: Quise hacer oración, después de la Misa, en la quietud de mi iglesia63. No lo conseguí. En Atocha, compré un periódico (el ABC) y tomé el tranvía. A estas horas, al escribir esto, no he podido leer más que un párrafo del diario. Sentí afluir la oración de afectos, copiosa y ardiente. Así estuve en el tranvía y hasta mi casa64. Esto que hago, esta nota, realmente, es una continuación, sólo interrumpida para cambiar dos palabras con los míos —que no saben hablar más que de la cuestión religiosa65— y para besar muchas veces a mi Virgen de los Besos y a nuestro Niño»66. 
Nada dice el Cuaderno sobre el contenido de aquel imponerse de Dios. Pero lo explicará después, al rememorar, en muy diversas ocasiones, el acontecimiento: era la misma oración del 22 de septiembre, pero en la forma de una irrupción divina, de una efusión trinitaria en el alma. Lo leemos en una Carta dirigida a los fieles del Opus Dei en 1959, en la que expone detenidamente el sentido de la filiación divina, como fundamento de la vida espiritual: 
«Este rasgo típico de nuestro espíritu nació con la Obra, y en 1931 tomó forma: en momentos humanamente difíciles, en los que tenía sin embargo la seguridad de lo imposible —de lo que contempláis hecho realidad—, sentí la acción del Señor que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esta tierna invocación: Abba, Pater! Estaba yo en la calle, en un tranvía […] Probablemente hice aquella oración en voz alta. Y anduve por las calles de Madrid, quizá una hora, quizá dos, no lo puedo decir, el tiempo se pasó sin sentirlo. Me debieron tomar por loco. Estuve contemplando con luces que no eran mías esa asombrosa verdad, que quedó encendida como una brasa en mi alma, para no apagarse nunca»67. 
Tres meses después de aquellas experiencias «del tranvía», encontramos en su Cuaderno este apunte: «Pepe R. tiró al velógrafo una cuartilla que le llevé —la primera de una serie—, titulada ‘Dios es nuestro Padre’»68. Es decir, las luces de Dios se hicieron enseguida mensaje. Al año siguiente, al comenzar su retiro en Segovia, escribía: «Día primero. Dios es mi Padre. –Y no salgo de esta consideración»69. Mensaje, pues, que arranca de la transformación de su espíritu. El impacto de esta sobrenatural vivencia configurará ya para siempre la oración y la predicación de San Josemaría. 
a) Filiación en Cristo: el amor a Jesús y a su Madre Santísima 
Esta pleamar de afectos filiales coincide con la incorporación de Josemaría Escrivá como Capellán al Patronato de Santa Isabel: son los meses de septiembre a noviembre. Éstas y otras gracias divinas de aquellos días, unidas a su praxis habitual de oración — intensa celebración de la Eucaristía, acción de gracias después de la Comunión, oración mental, santo Rosario y lectura contemplativa de la Escritura y de las Horas canónicas— fueron conduciéndole a una nueva etapa en su vida de oración: «Siento que el Señor me pide más oración: quiere, sin duda, que le dedique exclusivamente, ad hoc, más tiempo. Trataré de darle gusto»70. 
Pero el fruto de todo aquello fue, sobre todo, un amor creciente al Señor, del que se sentía consciente y asombrado: «Ahora me doy exacta cuenta de mi amor a Jesú. No es que antes no le amara. Mi voluntad estaba en amarle. No es tampoco sensiblerí. No sé cóo decirlo: pero es el hecho: séque le quiero por encima de todo»71. «¡Qué alegría, qué gozo más grande y sobrenatural me ha dado hoy Jesús, después de las congojas de ayer! Porque ayer sufrí mucho. —Anoche, hasta las once, estuve un rato de oración y me acosté con paz. Pero, hoy, sin que haya ninguna razón humana, me encontré lleno, rebosante de satisfacción. ¿Qué te he hecho, Jesús, para que así me quieras? Ofenderte... y amarte: amarte: a esto va a reducirse mi vida. […] Cuántas veces han salido hoy estos afectos encendidos de mis labios y de mi corazón»72. 
Y junto al amor a Jesús, se da una decisiva presencia de María Santísima en el proceso interior de aquellas semanas, que se hace cada vez más explícita conforme nos vamos acercando a la fecha de redacción de Santo Rosario73. Ya de agosto es esta anotación, escrita un día al volver de Santa Isabel: 
«Señor y Padre mío, heme aquí, como un niño pequeño que apenas sabe balbucear... Mi Madre —mi Virgen de los Besos74 — te dirá lo que siento y no sé expresar con esta lengua de trapo mía. Hágase, cúmplase... Mi Virgen de los Besos: terminaré comiéndomela. Lo he dicho otras veces: estoy segurísimo de que amo a la Señora. Y Ella lo sabe. Y no consentirá que su borrico —yo— sarnoso y todo, ofenda a Jesús. Y me obtendrá gracia abundante para vencer, en esta lucha cotidiana. Y no servirán de nada al Maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de mí, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en mi Corazón. Serviam!»75. 
b) En medio de la tribulación y el sufrimiento 
El clima de filiación divina e infancia espiritual en que se redactó Santo Rosario, como estamos viendo, quedaría sensiblemente incompleto si no nos referimos a otro elemento clave, que da su pleno sentido a ambas dimensiones: la experiencia de la Cruz. Tres días antes había escrito en el mismo Cuaderno: 
«Día 9 de septiembre de 1931: Estoy con una tribulación y desamparo grandes. ¿Motivos? Realmente, los de siempre. Pero, es algo personalísimo que, sin quitarme la confianza en mi Dios, me hace sufrir, porque no veo salida humana posible a mi situación. Se presentan tentaciones de rebeldía: y digo serviam!»76. 
En medio del abatimiento, queda patente la fuerza de Dios. El futuro punto 267 de Camino es por completo autobiográfico. El «es preciso convencerse...» testimonia ante todo la batalla de la fe. 
En efecto, en esas semanas se intensificó también, en la vida de San Josemaría, la presencia del dolor, tanto a nivel externo como interno. Por una parte, entre otros problemas de orden más material, arreciaron las habituales dificultades económicas en el hogar, del que él era cabeza de familia, y sufría de ver sufrir a los suyos77; por otra, todas esas dificultades repercutían en su vida interior, en lo más hondo de su alma, llevándole a consideraciones que acabarán también reflejadas en Santo Rosario78. 
Pero la sólida alegría que brotaba de la consideración de su filiación divina, alcanzaba también a su experiencia de la Cruz: «A esta falta de formación mía se deben bastantes de mis ratos de desaliento, de mis horas y aun días de apuro y de mal humor. Generalmente, me da Jesús la Cruz con alegría, cum gaudio et pace, y Cruz con alegría... no es Cruz. Yo, por mi naturaleza optimista, he tenido habitualmente una alegría, que podríamos llamar fisiológica, de animal sano; no es ésa la alegría a que me refiero, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarse en los brazos amantes del Padre-Dios»79. 
En esos meses, la Cruz se presentaba también, en la vida de San Josemaría como en la de tantos españoles, en forma de persecución religiosa. Sufrió particularmente por la quema de iglesias y conventos, y por otras tropelías del rabioso anticlericalismo de muchos conciudadanos. Intensificó por eso su espíritu de desagravio, apoyándose expresamente en el rezo del Rosario: 
«Día de San Lorenzo — 1931. […] Desde que, en aquel día funesto, al oír por teléfono que estaba ardiendo la iglesia de la Flor, fui corriendo a nuestra Iglesia del Patronato, cerré las puertas de la calle, subí al presbiterio... resbalé, cayendo cuan largo soy —me dolió unos días el golpe—, anuncié a los fieles el triste suceso y leí con voz emocionada las Preces del Amor Misericordioso, por la Iglesia y por la Patria; desde entonces, todos los días después del rosario, rezo esas oraciones, convencido de que orar es el único camino de atajar todos estos males que padecemos»80. 
Dios mismo confirmó a San Josemaría, en aquellos meses, la estrecha unión existente entre el Rosario y el espíritu de desagravio: «Fiesta de nuestra Señora del Rosario, 1931: El día 4 estuve, con D. Norberto, en casa de Juana Lacasa. Me dio el Señor lágrimas y compunción. Hoy, en la acción de gracias de la Santa Misa, también me ha hecho la misma merced, con una verdadera contrición. Gracias a mi Madre la Virgen inmaculada»81. 
3. La infancia espiritual 
La vivencia de la filiación divina —en medio de dolor y contradicciones— estuvo existencialmente acompañada, en el Autor de Santo Rosario, de una gozosa conciencia de ser un niño delante de ese Dios, que es su Padre. Y la relación filial con la Santísima Virgen le llevaba a un creciente desarrollo de la «infancia espiritual». Las anotaciones de esos meses, que constituyen el «hogar» en que se forja Santo Rosario, son también la fuente principal de los futuros capítulos de Camino titulados «Infancia espiritual» y «Más de vida de infancia», y de otros lugares del libro; por lo cual, la edición críticohistórica de esos dos capítulos, con abundante información y reflexión teológica acerca de nuestro asunto, nos es fundamental para situar ahora el tema en Santo Rosario82. 
En los Apuntes íntimos, ese «tiempo de gracia» tiene algo que nos parece particularmente elocuente: más de cincuenta anotaciones empiezan por la palabra «Niño: …»83. Se trata, como veremos, de una palabra clave en el patrimonio literario y espiritual de Santo Rosario: seis veces se encuentra referida al Niño Jesús; referida al lector, o al Autor, o a ambos, «Niño» aparece ¡doce veces! en el pequeño libro; y todas, en los textos del «tirón» de Santa Isabel, que es un fiel reflejo del lenguaje de los Cuadernos de esos meses. Un dato, pues, significativo de esa «infancia espiritual», que dará su ambiente a todo el texto, como el lector irá comprobando misterio tras misterio. Había escrito al comenzar el libro: «He de contar a esos hombres un secreto», que desvela a continuación: «Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños». El secreto es la «vida de infancia espiritual». 
Pero en el itinerario contemplativo del Autor, que en esa época tiene en su Cuaderno anotaciones prácticamente diarias, hay un periodo aún más determinado, que podríamos calificar de verdadera «eclosión» de este «secreto». Tiene su inicio el 2 de octubre de 193184, tercer aniversario de la Fundación del Opus Dei; recorre los meses de octubre a diciembre; su momento de especial intensidad es, claramente, la novena de la Inmaculada de ese año; y se prolonga, al menos, hasta mediados de enero de 193285. Sobre esos pasajes, que citaremos una vez y otra, se construyen, en este apartado, la reflexión sobre la vida de infancia, y en la Segunda Parte, el comentario históricoespiritual del texto. 
a) Oración de infancia 
El texto del 2 de octubre de 1931, que ya hemos utilizado como hermosa memoria del evento de 1928, se prolonga en unas consideraciones que nos muestran el alma de niño de San Josemaría; son las que ahora nos interesan. Leamos: «Esta mañana […] me metí más con mi Ángel. Le eché piropos y le dije que me enseñe a amar a Jesús, siquiera, siquiera, como le ama él. Indudablemente Santa Teresita —a quien invoco a diario tanto como a Mercedes— quiso anticiparme algo por su fiesta y logró de mi Ángel Custodio que me enseñara hoy a hacer oración de infancia»86. 
Retengamos bien lo que acabamos de leer: San Josemaría declara que su Ángel Custodio le ha enseñado —ese 2 de octubre— a hacer oración de infancia. Esto es lo que buscaba San Josemaría en fecha tan señalada, y le fue concedido en aquel coloquio de ángeles y santos: que su oración fuera realmente la oración de un niño87. Eso, por otra parte, es lo que el Autor quería para sus lectores al escribir Santo Rosario, como les dirá en su palabra final: «Si rezas el Rosario así, aprenderás a hacer oración de infancia»88.
 Aquel año, la proximidad del Adviento y el ritmo de la Liturgia y de la Iglesia ponían en Josemaría Escrivá una expectación creciente de la Navidad; su piedad se concentraba progresivamente en Jesús-Niño, siempre acompañado de María y de José: «Esta mañana pedí a Jesús —no le pedí, digo mal— expuse a Jesús mis deseos de prepararme muy bien, durante el Adviento, para cuando el Niño venga. Le dije muchas cosas, entre ellas que me enseñe a vivir la Liturgia sagrada»89. 
La «vida de infancia», ya antes de la «oración de infancia» del 2 de octubre del 31, era en San Josemaría una realidad en su trato con el Señor, muy unida a lo que podíamos llamar su «teología del borrico», que ahora, al llegar al Patronato de Santa Isabel, se desarrolla y se une —siempre según los Cuadernos— a su nuevo «descubrimiento» de la infancia de Jesús90. 
b) La «teología del borrico» 
Esta sorprendente «teología del borrico», como la hemos llamado con un cierto humor, venía ya de atrás91. En este ambiente va creciendo el diálogo orante, que es el tejido con el que San Josemaría escribe Santo Rosario; un diálogo en el que la figura del borrico, que el Autor se aplica a sí mismo en su relación con Dios, fomenta diversas actitudes espirituales, subyacentes al libro que va a escribir: humildad, audacia, desagravio… 
Una nota de marzo de ese año: «¡Cuántas veces me propongo servirte en algo, Señor mío, ...y me he de conformar, tan miserable soy, con ofrecerte la rabietilla, el sentimiento de no haber sabido cumplir aquel propósito... tan fácil! —Decididamente casi no llego a borrico..., me quedo, formando parte del montoncillo vil de trapos sucios, que desprecia el trapero más pobre»92. 
Escrivá no desea, por supuesto, aparecer sarnoso, ni ser un trapo sucio, ni estar lleno de basura: busca con afán la purificación de su alma, quiere ser un «borrico, paciente, trabajador, fiel»: y recurre, para esto, con su sencillez y osadía habitual, al diálogo de la oración: 
«Hoy —escribe en octubre de ese año—, en mi oración, me confirmé en el propósito de hacerme santo. Sé que lo lograré: no porque esté seguro de mí, Jesús, sino porque... estoy seguro de Ti. Luego, consideré que soy un borrico sarnoso. Y pedí —pido— al Señor que cure la sarna de mis miserias con la suave pomada de su Amor: que el Amor sea un cauterio que queme todas las costras y limpie toda la roña de mi alma: que vomite el montón de basura, que hay dentro de mí. Después he decidido ser borrico, pero no sarnoso. Soy tu borrico, Jesús, que ya no tiene sarna. Lo digo así, para que me limpies, pues no vas a dejarme mentir... Y de tu borrico, Niño-Dios, haz cuanto quieras: como los niños traviesos de la tierra, tírame de las orejas, zurra fuerte a este borricote, hazle correr para tu gusto... Quiero ser tu borrico, paciente, trabajador, fiel... Que tu borrico, Jesús, domine su pobre sensualidad de asno, que no responda con coces al aguijón, que lleve con gusto la carga, que su pensamiento y su rebuzno y su obra estén impregnados de tu Amor, ¡todo por Amor!»93. 
El borrico, al acercarse el Adviento, tiene la alegría de la entrega junto al Niño, María y José: «Jesús-Niño: mi Rey: mi Dios: Amor: zurra al borrico, que no merece más que palos, pero... ¡Hágase, cúmplase!... —María, Madre nuestra, ruega: San José, intercede»94. Pero Josemaría sólo ve el amor, el cariño que Jesús tiene al borrico, y por eso todo son «mimos de Jesús». Así escribe (estamos a 20 de noviembre) a propósito de cómo se ha solucionado un asunto: «Otro mimo de Jesús con su borrico…»95. Es la vida de infancia, que se hace «natural» en él. 
Finalmente, ya en plena Novena de la Inmaculada, tres días antes de escribir Santo Rosario, el Autor parece culminar su teología del borrico: «Jesús sabrá hacer de su borrico, no un hombre, un Ángel ¡y padre de Ángeles!»96. 
c) El «descubrimiento» de la infancia de Jesús 
Hay una imagen del Niño Jesús, que se guarda en la Iglesia del Patronato de Santa Isabel. Las monjas se la mostraron a su Capellán el día de Santa Teresa, el 15 de octubre, y San Josemaría se quedó prendado de esa talla97. 
La contemplación reiterada de esa imagen llena el alma del joven sacerdote de amor y de entusiasmo: «El Niño Jesús: ¡cómo me ha entrado esta devoción, desde que vi al grandísimo Ladrón, que mis monjas guardan en la portería de su clausura! Jesús-niño, Jesús-adolescente: me gusta verte así, Señor, porque... me atrevo a más»98. 
Es una contemplación, ésta de Jesús-Niño, que empuja a San Josemaría a predicar como locura de Amor el misterio de Cristo, desde la infancia hasta la Eucaristía: «Les hablé —anota en su Cuaderno— de Jesús chiflado, loco por nosotros. […] Quise hacerles ver que el más grande loco que ha habido y habrá es Él. ¿Cabe mayor locura que entregarse como Él se entrega, y a quienes se entrega? Porque locura hubiera sido quedarse hecho un Niño indefenso; pero, entonces, aun muchos malvados se enternecerían, sin atreverse a maltratarle. Le pareció poco: quiso anonadarse más y darse más. Y se hizo comida, se hizo Pan. ¡Divino Loco! ¿Cómo te tratan los hombres?... ¿Yo mismo?...99. Jesús, tu locura me roba el corazón. Estás inerme y pequeño, Niño-Dios, para engrandecer a los que te comen100. Haznos locos, con esa locura pegadiza que atraiga a muchos a tu Apostolado101»102. 
La devoción a Jesús Niño está muy unida al cariño que el Capellán de Santa Isabel tenía a la que llamaba la Virgen de los Besos, que ya hemos encontrado en las notas del Cuaderno IV. Ese cariño y ese clima de audacia infantil le llevaron a adquirir una piadosa costumbre en relación con esta imagen de la Virgen. Él mismo la relata, a la vez que reflexiona profundamente sobre sus implicaciones. He aquí el texto: 
«A veces nos sentimos inclinados a hacer pequeñas niñadas: mientras esos actos no sean rutinarios, no son estériles. Un ejemplo: supongamos que un alma, que va por vía de infancia espiritual, se mueve a arropar cada noche, a las horas del sueño, a una imagen de madera de la Santísima Virgen. El entendimiento se rebela contra semejante acción, por parecerle completamente inútil. Pero el alma pequeña, tocada de la gracia, ve perfectamente que un niño, por Amor, obraría así. Entonces, la voluntad viril, que tienen todos los que son espiritualmente chiquitos, se alza obligando al entendimiento a rendirse... Y, si aquella alma infantil continúa cada día arropando la imagen de nuestra Señora, cada día también hace una pequeña obra de maravilla delante de Dios, y, mientras no se introduzca la rutina, será desde luego esa obra una obra fecunda, como fecundo es siempre el Amor»103. 
Cinco días antes de escribir Santo Rosario, nos dejará esta emocionante confesión: «Estoy lleno de miserias. Cada día las veo más claras. Pero no me asustan. Él sabe bien que yo no puedo dar otro fruto. Mis caídas, como las de los niños, involuntarias –cada día, Señor, han de ser con tu ayuda más involuntarias, porque cada día quiero ser más niño— hacen que mi Padre-Dios tenga más cuidado de mí y que mi Madre María no me suelte de su mano amorosa: yo quiero aprovecharme, Jesús, y, al cogerme Tú a diario del suelo, te abrazaré con todas mis fuerzas y pondré mi cabeza miserable sobre tu pecho, para que me acaben de enloquecer los latidos de tu dulce Corazón»104. 
4. La Novena a la Inmaculada de 1931 
«Madre Inmaculada, Santa María: algo me darás, Señora, en esta novena a tu Concepción sin mancha. Ahora ya no pido nada —como no me lo manden—, pero te expongo ese deseo de llegar a la perfecta infancia espiritual»105. Fue precisamente al comenzar el Adviento y la Novena a la Inmaculada, cuando esta profunda experiencia personal de la vida de infancia se hace, en el alma de San Josemaría, no sólo vida sino luz y mensaje. Nos interesa subrayar que, en San Josemaría —como hemos podido ver en nuestro breve recorrido por el Cuaderno IV—, sentido de la filiación divina e infancia espiritual se inscriben en la misma experiencia de Dios y expresan, sustancialmente, el mismo mensaje. Es ilustrativo escuchar cómo al cabo de los años lo explicaba el propio fundador del Opus Dei: 
«Tenía por costumbre, no pocas veces, cuando era joven, no emplear ningún libro para la meditación. Recitaba, paladeando, una a una, las palabras del Pater noster, y me detenía —saboreando— cuando consideraba que Dios era Pater, mi Padre, que me debía sentir hermano de Jesucristo y hermano de todos los hombres. No salía de mi asombro, contemplando que era ¡hijo de Dios! Después de cada reflexión me encontraba más firme en la fe, más seguro en la esperanza, más encendido en el amor. Y nacía en mi alma la necesidad, al ser hijo de Dios, de ser un hijo pequeño, un hijo menesteroso. De ahí salió en mi vida interior vivir mientras pude —mientras puedo— la vida de infancia, que he recomendado siempre a los míos, dejándolos en libertad»106. 
Pero sigamos por su orden aquellos días de la Novena, que verán a San Josemaría escribir Santo Rosario. He aquí la anotación del primer día, que parece como la introducción existencial a todo el libro: «Lunes 30-XI-1931, San Andrés, primer día de la Novena. Camino de infancia. Abandono. Niñez espiritual. Todo esto que Dios me pide y que yo trato de tener no es una bobería, sino una fuerte y sólida vida cristiana. Por ahí voy, cuando, al rezar el rosario o hacer —como ahora en Adviento— otras devociones, contemplo los misterios de la vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, tomando parte activa en las acciones y sucesos, como testigo y criado y acompañante de Jesús, María y José»107. 
No cabe una mejor explicación de lo que será Santo Rosario. Lo decíamos más arriba: que el Autor, aunque escribió «de un tirón» sus consideraciones sobre los misterios del Rosario, quizá no lo hizo sólo como fruto de una inspiración del momento, sino como la culminación, trasladada al papel, de una «contemplación» de esos misterios, que se había hecho habitual en su piedad, pero que tomó forma específica en aquellos meses de 1931: será contemplación de «testigo y criado y acompañante de Jesús, María y José», y será contemplación de «niño» y de «borrico»108. 
Segundo día de la Novena, primero de diciembre: «La infancia espiritual no es memez espiritual, ni ‘blandenguería’: es camino cuerdo y recio que, por su difícil facilidad, el alma ha de comenzar y seguir llevada de la mano de Dios»109. 
Día tercero (2 de diciembre): «Anoche, cuando hacíamos la novena a la Inmaculada, en la petición, le expuse que quiero ser muy niño. Al instante me hizo ver por qué, siendo niño, no tendré más penas: porque los niños olvidan en seguida los disgustos, aun los mayores disgustos, para volver a sus juegos ordinarios: porque, con el abandono, el niño no tiene que preocuparse, ya que descansa en su Padre»110. 
Y en el día de San Francisco Javier, 3 de diciembre y última página del Cuaderno IV, nos dejó escrito este detalle «infantil» de amor a la Virgen: «Esta mañana volví sobre mis pasos, hecho un chiquitín, para saludar a la Señora, en su imagen de la calle de Atocha, en lo alto de la casa que allí tiene la Congregación de S. Felipe111. 
Me había olvidado de saludarla: ¿qué niño pierde la ocasión de decir a su Madre que la quiere? Señora, que nunca sea yo un ex-niño»112. 
Las notas del 3 de diciembre prosiguen en el Cuaderno V, donde en la primera página quedó estampado este pensamiento: «Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. —¿Quién pide... la luna? —¿Quién no repara en peligros para conseguir su deseo? ‘Poned’ en un niño ‘así’, mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús, toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir... y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere»113. 
Todos estos deseos y proyectos los encontraremos en el libro que escribirá dos días después: Santo Rosario. Hay allí, en efecto, muchas «audacias de niño» en la forma de moverse en las escenas; de relacionarse con Jesús mismo, con María; de rezarles y de aprender de ellos; hay mucho amor de Dios, mucho deseo de cumplir su voluntad. Es evidente que San Josemaría, personalmente, se sentía así en aquella Novena a la Inmaculada, así rezaba y contemplaba esos días; y por eso «brotó» todo, con particular intensidad y hondura —y también belleza literaria—, en aquella acción de gracias en Santa Isabel. 
El día 10, apenas pasada la fiesta de la Inmaculada y escrito ya el libro, subraya la «bendita monotonía» de la repetición de oraciones sencillas al Señor y a su Madre: «Nuestra voluntad, con la gracia, es omnipotente delante de Dios. —Así, a la vista de tantas ofensas para el Señor, si decimos a Jesús con voluntad eficaz, al ir en el tranvía por ejemplo: ‘Dios mío, querría hacer tantos actos de amor y de desagravio como vueltas da cada rueda de este coche’, en aquel mismo instante delante de Jesús realmente le hemos amado y desagraviado según era nuestro deseo. Esta ‘bobería’ no se sale de la infancia espiritual: es el diálogo eterno entre el niño inocente y el padre chiflado por su hijo: —¿Cuánto me quieres? ¡Dilo! —Y el pequeñín silabea: ¡Mu–chos mi–llo–nes!»114. 
Y el día 13, parece hacer un balance teológico-espiritual de la vida de infancia, tan intensamente vivida en aquellas jornadas: «la infancia espiritual exige la sumisión del entendimiento, más difícil que la sumisión de la voluntad. Para sujetar el entendimiento, se precisa, además de la gracia de Dios, un continuo ejercicio de la voluntad, que niega, como niega a la carne, una y otra vez y siempre, dándose, por consecuencia, la paradoja de que quien sigue el Caminito de infancia, para hacerse niño, necesita robustecer y virilizar su voluntad»115. 
5. Una consideración final: la libertad de los hijos de Dios 
Las anotaciones de estos Cuadernos, que alimentan a Santo Rosario y a Camino, están pidiendo una monografía, que investigue detenidamente la doctrina de Josemaría Escrivá sobre la infancia espiritual; una investigación que contemple su relación con la tradición precedente, especialmente, con San Francisco de Sales y todo ese movimiento de los siglos XVII y XVIII, al que ya antes hemos aludido, y sobre todo con Santa Teresita del Niño Jesús, a la que venera e invoca precisamente por razón de esta doctrina116. Algo, pues, que trasciende con mucho a estas páginas introductorias. 
Hay, sin embargo, un punto en la doctrina del Autor de Santo Rosario, del que sí debemos decir una palabra. Nos referimos a la posición de la vida de infancia en la praxis cristiana del Opus Dei, tal como la explicó San Josemaría. 
Importante, en este sentido, el pasaje escrito la víspera de la Novena de la Inmaculada: «Vigilia del Apóstol San Andrés – 1931. Sin torcer el rumbo de las almas, todos [en el Opus Dei] hemos de andar por el camino de infancia espiritual, señalado por Santa Teresita, camino de Amor por el que anduvo también Mercedes»117. 
Es interesante notar en este pasaje que la expresión inicial («Sin torcer el rumbo de las almas») no pertenece a la secuencia primera del texto: está añadida al margen, al releer la página poco después. Que sea añadida pero que sea casi simultánea dice mucho a la hora de situar el tema. El tenor directo y original pone de manifiesto la espontánea redacción, que corresponde a la experiencia que el Autor tenía del sentido de la filiación divina —«fundamento de la vida espiritual en el Opus Dei»—, expresándose en los modos propios de la infancia espiritual. Infancia espiritual y filiación divina se implicaban en San Josemaría en una sencilla unidad. Pero el matiz añadido responde al profundo sentido de la libertad que San Josemaría veía, en el configurarse de la vida espiritual de cada persona llamada a vivir el espíritu del Opus Dei. Cada alma tiene su «rumbo» dentro del «camino». Escrivá era sumamente consciente de que los modos de la infancia espiritual, del saberse pequeño delante de Dios, eran muy diversos. Cada cual tiene su libertad, sus dones del Espíritu y su rumbo… En enero siguiente perfiló claramente la nota que hemos comentado. Es un texto fundamental para nuestro estudio. Dice así: 
«Cuando digo en estas catalinas que el Señor desea para los socios el conocimiento y práctica de la vida de infancia espiritual, no es mi intención uniformar las almas de los ‘hombres de Dios’. […]. Lo que veo es: 1º/ hay que dar a conocer a todos y cada uno de los socios la vida de infancia espiritual: 2º/ nunca se forzará a ningún socio a seguir este camino, ni ninguna otra vía espiritual determinada»118. 
De aquí salió el texto básico del capítulo de Camino, «Infancia espiritual». Es el número primero, el 852: «Procura conocer la ‘vía de infancia espiritual’, sin ‘forzarte’ a seguir ese camino. —Deja obrar al Espíritu Santo»119. 
Esto es de gran importancia para la lectura y la comprensión teológico-espiritual de Santo Rosario, que es la culminación literaria de la infancia espiritual vivida por su Autor. Un libro ofrecido a todos, que difunde el sentido de la filiación divina metido en la infancia espiritual, dejando a los lectores una plena libertad… Será éste un tema recurrente, al cabo de los años, en la predicación de Josemaría Escrivá. Al proponer el pequeño libro como ayuda para rezar el Rosario, o al explicar, sin más, cómo rezar el Rosario, aparecerá, una vez y otra, la exhortación a la libertad personal. 
He aquí unos textos, entre tantos otros, sobre el modo que tenía San Josemaría de hablar de Santo Rosario en los últimos años de su vida, en 1972, en su catequesis por la península ibérica: «… A nadie le digo que ésta ha de ser necesariamente su manera concreta de hacerlo, porque puede haber otras mil formas diversas. Las almas, aunque son similares, tienen cada una su propio camino. Sigue el que quieras, en el rezo del Rosario y en todo lo demás»120. 
«En ese folletito, que escribí hace unos años, hay unas frases de cariño, que te pueden ayudar para contemplar bien los misterios del Rosario. Pero no os aconsejo que los meditéis necesariamente de la misma manera: tú no tienes por qué hacer las cosas como las hago yo. Cuando comenzaste a escribir, en la escuela te ponían, debajo del papel, una falsilla —una plantilla, igual da— porque si no, te torcías. Iba la maestra, te cogía de la mano... Pues eso: yo os doy las falsillas, que son el denominador común que tenemos, pero tu letra no es como la mía; ni lo que tú digas, será lo que diga yo, aun cuando tratáramos idénticas cosas con el mismo amor, ¿está claro? El Espíritu Santo nos coge de la mano a cada uno. Yo no te voy a decir cómo tienes que contemplar los misterios gozosos, porque lo harás a tu manera y yo a la mía. Por lo pronto, comienza contemplándolos con aquel folletito y, después, ve por tu cuenta»121. 
Asentado así el principio de libertad, la realidad es que las páginas de Santo Rosario —con los capítulos de Camino sobre la vida de infancia— «constituyen una atractiva descripción y, con ella, una invitación y una incitación al lector a aventurarse por el camino de ser y vivir como un niño delante de Dios. Se percibe en cada texto cómo Josemaría Escrivá habla de lo que vive y cómo de continuo ‘tira’ —del lector— hacia la ‘niñez’ espiritual de los hijos de Dios»122.   
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46 Mt 18, 3. 
47 VV.AA., voz «Enfance spirituelle» en el DSp, vol IV, 1960, col 705. 
48 Apínt, Cuaderno V, nº 560, 13-I-1932. 
49 El caminito de infancia espiritual según la vida y escritos de la Beata Teresita del Niño Jesús, por el R. P. [Gabriel] Martin, de los Misioneros diocesanos de la Vendée, Librería Católica de Rafael Casulleras, Barcelona 1924, 124 pgs. Desde entonces comenzó a recomendar la lectura de este libro. «El domingo lo pasé de retiro; medité sobre el Caminito de Infancia Espiritual, la Pasión y con el librito de meditaciones sobre el juicio particular» (Carta de Isidoro Zorzano a Josemaría Escrivá, Málaga 24-X-1935; AGP, serie J.2.IZL, nº 105). 
50 Probablemente leyó esta edición: La Beata Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma, escrita por ella misma, Convento de los Padres Carmelitas Descalzos de Tarragona, Barcelona 1923. Originl francés: La Bienheureuse Thérèse de l’Enfant Jésus, Histoire d’une âme, écrite par elle-même, Lisieux 1923. Una edición actual: Teresa de Lisieux, Historia de un alma, Monte Carmelo, Burgos 1995. 
51 Apínt, Cuaderno V, nº 562, 14-I-1932; el subrayado es del Autor. 
52 Mercedes Reyna O’Farrill, Dama Apostólica del Sagrado Corazón. Nació en La Habana, el 11-IX-1889, de antigua familia profundamente cristiana, que se trasladó a Madrid a raíz de la pérdida de Cuba. En 1925, por consejo de San José María Rubio S.J., Mercedes se unió al grupo de señoras que preparaban la futura Congregación de Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, fundada por Luz Rodríguez-Casanova, y que llevaban el Patronato de Enfermos. Tomó el hábito la víspera de Navidad de 1928 y entregó su alma al Señor un mes después, 23-I-1929, en olor de santidad. Josemaría Escrivá, capellán entonces del Patronato, que la conoció profundamente en vida y la atendió en el lecho de muerte, le tuvo una gran devoción personal. Él preparó los textos que figuran en la estampa para la devoción privada. Sobre Mercedes Reyna, vid Camino ed crít-hist, comentario al nº 152, nt 30 (pg 353) con las referencias que allí se incluyen; Vázquez de Prada, I, pgs 313-315 y 419 nt 215; y, sobre todo, Asunción Muñoz González, «Testimonio», en Testimonios sobre el Fundador del Opus Dei, Palabra, Madrid 1994, pgs 371-378. 
53 Cfr. Federico M. Requena, «San Josemaría Escrivá de Balaguer y la devoción al Amor Misericordioso (1927-1935)», en SetD 3 (2009) 139-174. 
54 Vid infra Epílogo, § 3, apcrít. Ya en marzo de ese año había anotado: «¿Todos esos pequeños consuelos del Amo, no serán para que yo me fije, sirviéndole, en las cosas pequeñas, ya que no soy capaz de servirle en las grandes? Santa Teresita y mi Santa Merceditas me ayuden a cumplir el propósito firme que hago, ahora mismo, de dar gusto al buen Jesús en los detalles minúsculos de la vida» (Apínt, Cuaderno III, nº 177, 20-III-1931). «No quiero hacer nada —según la doctrina de Teresita y Mercedes— por ganar méritos, ni por miedo a las penas del purgatorio: todo, lo mínimo inclusive, quiero, desde ahora para siempre, hacerlo para dar gusto a Jesús» (Ibídem, nº 185b, 25-III-1931). —Cuando el Autor decidió, por consejo del P. Sánchez Ruiz, no nombrar a Mercedes Reyna en el Epílogo escribió: «Encomiéndate a Teresita, que es Maestra segura en estos caminos de Fe y de Amor». Sobre la presencia de Santa Teresita en San Josemaría, cfr Camino ed crít-hist, pgs 943-953 y las numerosas referencias en el Índice de nombres. Vid también —aunque a veces exagera o extrapola— Francisco Gallego Lupiáñez, «Influencia de Santa Teresita del Niño Jesús en el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer», Carmelus 47 (2000) fasc 1, pgs 91-108. 
55 Apínt, Cuaderno IV, nº 306, 2-X-1931. Texto del 2 de octubre del 31 rememorando el de 1928. Vid José Luis Illanes, «Dos de octubre de 1928: alcance y significado de una fecha», en Scripta Theologica 13 (1981) 411- 451. 
56 Vid un análisis teológico-espiritual de este evento en Pedro Rodríguez, «La ‘exaltación’ de Cristo en la Cruz. Juan 12, 32 en la experiencia espiritual del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer», en G. Aranda, C. Basevi y J. Chapa (ed.), Biblia, exégesis y cultura. Estudios en honor del Prof. D. José María Casciaro, Ediciones Universidad de Navarra, S. A., Pamplona 1994, pgs 573-601. 
57 Apínt, Cuaderno IV, nº 217, 7-VIII-1931. En una relectura posterior de esta página, el Autor añadió en el margen este comentario: «Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne timeas!, soy Yo» (fol 9v). 
58 Ibídem. 
59 Conversaciones, 102. 
60 Apínt, Cuaderno IV, nº 281, 12-IX-1931. El texto pasaría a ser un célebre punto de Camino: el nº 267. — Esta fundamental dimensión del espíritu y la vida de San Josemaría ha sido muy estudiada. Vid Fernando Ocáriz, «La filiación divina, realidad central en la vida y en la enseñanza de Mons. Escrivá de Balaguer», en Naturaleza, gracia y gloria, Eunsa, Pamplona 2000, pgs 175-221; José Luis Illanes, «Experiencia cristiana y sentido de la filiación divina en San Josemaría Escrivá de Balaguer», en PATH 7 (2008) 477-493; Javier Sesé, «La conciencia de la filiación divina, fuente de vida espiritual», en Scripta Theologica 31 (1999) 471-493; Jutta Burggraf, «Il senso della filiazione divina», en AA.VV., Santità e mondo. Atti del Congresso teologico di studi sugli insegnamenti del beato Josemaría Escrivá, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1994, pgs 85-100; J. Stöhr, «La vida del cristiano según el espíritu de filiación divina», en Scripta Theologica 24 (1992) 879-893. 
61 Y todo, como diremos más despacio, en medio de fuertes tribulaciones. Vid infra § 10, 2, b. 
62 Apínt, Cuaderno IV, nº 296, 22-IX-1931. El texto pasará a ser Forja, nº 1033. 
63 Ya era la del Patronato de Santa Isabel, en Atocha; en la que escribiría Santo Rosario. 
64 Vivía entonces con la familia en la calle de Viriato, 22 [hoy, 24]. El tranvía de la experiencia del 16 de octubre era el 48, que iba de la estación de Atocha hasta la Glorieta de Quevedo, cerca de Viriato. 
65 Se estaban discutiendo en el Parlamento los artículos de la Constitución relativos a la cuestión religiosa. Cfr Fernando De Meer, La cuestión religiosa en las Cortes Constituyentes de la II República Española, Eunsa, Pamplona 1975. 
66 Apínt, Cuaderno IV, nº 334. Cfr Vázquez de Prada, I, pgs 388-389. 
67 Carta 9-I-1959, nº 60 (AGP, serie A.3, leg. 95, carp. 2, exp. 1); cfr Vázquez de Prada, I, pgs 389-390. Unos años después volvía sobre el tema: «Os podría decir hasta cuándo, hasta el momento, hasta dónde fue aquella primera oración de hijo de Dios. Aprendí a llamar Padre, en el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar ese querer de Dios de que seamos hijos suyos..., en la calle y en un tranvía —una hora, hora y media, no lo sé—; Abba, Pater!, tenía que gritar» (Notas de una meditación, Roma 24-XII-1969; Crónica, 1970, pgs 146-147 [AGP, Biblioteca, P01]). «Sentir, ver, admirar»: una verdadera experiencia mística de la Paternidad de Dios. 
68 Apínt, Cuaderno V, nº 566, 16-I-1932. Ni esa cuartilla, ni la serie de que habla se encuentra en AGP. 
69 Es la primera anotación de sus ejercicios espirituales de 1932 (Apínt, Apd I, nº 1637, 4-X-1932); la cursiva es del original. 
70 Apínt, Cuaderno IV, nº 380, 4-XI-1931. 
71 Ibídem, nº 382, 8-XI-1931. 
72 Ibídem, nos 358-359, 29-X-1931. Vid en Camino ed-crít, comentario al nº 435, el trasfondo de esa congoja a la que alude San Josemaría. 
73 Una presencia, por lo demás, que pasaba necesariamente por el Rosario: «Por mi desorden, ayer a las 11 y ¼ todavía me faltaba el rezo del Santo rosario. Tenía mucho sueño y ya no lo recé: hoy, en desagravio a la Señora, rezaré el rosario completo. Procuraré que no me suceda más» (Apínt, Cuaderno IV, nº 435, 30-XI-1931). 
74 La Virgen de los Besos era una vieja talla de madera, que San Josemaría besaba al entrar y al salir de casa. 
75 Apínt, Cuaderno IV, nos 225-226, 13-VIII-1931. El texto es la base de Camino, nº 493. 
76 Apínt, Cuaderno IV, nº 274; la cursiva es del original. 
77 La siguiente anotación, por ejemplo, corresponde al 30 de septiembre: «Me encuentro en una situación económica tan apurada como cuando más. No pierdo la paz. Tengo absoluta confianza, verdadera seguridad de que Dios, mi Padre, resolverá pronto este asunto de una vez. ¡Si yo estuviera solo!... la pobreza, entonces, me doy cuenta, sería una delicia. Sacerdote y pobre: con falta hasta de lo necesario. ¡Admirable!» (Apínt, Cuaderno IV, nº 301). 
78 Para sintetizar esta situación San Josemaría solía decir que Dios «daba una en el clavo y cien en la herradura» (Meditación, 14-II-1964; AGP, serie A.4, m640214). La herradura eran los que más quería: su madre y sus hermanos. Se refería, principalmente, a las duras consecuencias materiales que tuvo para su familia el traslado a Santa Isabel, donde no tenía retribución alguna ni estipendios. «Señr, lo pesado de mi Cruz —xclamaba en la oració—es que de ella participan otros. Dame, Jesú, Cruz sin Cirineos» (Apít, Cuaderno IV, nº351, 26-X- 1931). 
79 Ibídem, nº 350, 26-X-1931. 
80 Ibídem, nº 221, 10-VIII-1931. Las Preces, de que habla, se encuentran en P. M. Sulamitis, A los Católicos Españoles, Publicaciones del Amor Misericordioso, Imprenta de Calatrava, 2ª ed, Salamanca 1931, 16 pgs. En pg 15 se lee la oración «por la Iglesia y por la Patria», que Josemaría Escrivá leyó en aquellas circunstancias dramáticas el 13-V-1931. La iglesia a la que alude era la de la Casa profesa de los jesuitas, en Madrid. Vid sobre el tema Federico M. Requena, Católicos, devociones y sociedad durante la Dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República. La Obra del Amor Misericordioso en España (1922-1936), Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pg 261. 
81 Ibídem, nº 311, 7-X-1931. Obsérvese que ese don sobrenatural lo experimenta durante la acción de gracias de la Misa, que será también, unas semanas después, el momento del «tirón» de Santo Rosario. Sobre Juana Lacasa, vid Federico M. Requena, «San Josemaría Escrivá de Balaguer y la devoción al Amor Misericordioso (1927-1935)», en SetD 3 (2009) 139-174. 
82 Vid Camino ed crít-hist, pgs 1017-1051 de la 3ª ed. 
83 Entre éstas, el célebre punto primero de Camino. La lectura de los textos muestra que la expresión era ante todo una manera de nombrarse a sí mismo. Por eso, la mayor parte de las veces, el Autor quitaba la palabra, cuando el texto se iba a publicar. 
84 Era el día de los Santos Ángeles Custodios y víspera entonces de Santa Teresita. 
85 El tema trasciende la finalidad limitada de la presente edición. Los textos, como decimos, están estudiados en Camino ed crít-hist; para el contexto vital y humano cfr Vázquez de Prada, I, pgs 404-422. 
86 Apínt, Cuaderno IV, nº 307, 2-X-1931. Vid infra Epílogo, § 3, apcrít, «oración buena». 
87 Cuenta en su Cuaderno algo de la oración de aquel día: «¡Qué cosas más pueriles le dije a mi Señor! Con la confiada confianza de un niño que habla al Amigo Grande, de cuyo amor está seguro: Que yo viva sólo para tu Obra —le pedí—, que yo viva sólo para tu Gloria, que yo viva sólo para tu Amor [...]. Recordé y reconocí lealmente que todo lo hago mal: eso, Jesús mío, no puede llamarte la atención: es imposible que yo haga nada a derechas. Ayúdame Tú, hazlo Tú por mí y verás qué bien sale. Luego, audazmente y sin apartarme de la verdad, te digo: empápame, emborráchame de tu Espíritu y así haré tu Voluntad. Quiero hacerla. Si no la hago es... que no me ayudas. Y hubo afectos de amor para mi Madre y mi Señora, y me siento ahora mismo muy hijo de mi Padre- Dios» (ibídem). 
88 Msa, Txv, StR1. Vid infra Epílogo, ibídem. 
89 Apínt, Cuaderno IV, nº 431, 29-XI-1931. Cfr Forja, nº 336. 
90 Vid ibídem. 
91 Y se prolongará durante toda su vida. Escribe cinco años después de Santo Rosario: «Ser niño. El Borrico de Jesús quiere ser niño. Ha habido una temporada, en la que se ha puesto zancos. Y, ¡claro!, ha tenido muchos percances. Basta: niño otra vez, y niño para siempre. Sancta Theresia a Iesu Infante, ora pro me!» (Apínt, Cuaderno VIII, nº 1348, 2-VI-1936). Sobre el tema del «borrico», vid Camino ed crít-hist, comentario a los nos 420, 606 y 998. 
92 Apínt, Cuaderno III, nº 186b, 27-III-1931. La primera parte de ese texto pasó al nº 176 de Camino, y la segunda, al nº 607 de Forja. 
93 Apínt, Cuaderno IV, nº 313b, 9-X-1931. De aquí procede el nº 729 de Camino. 
94 Apínt, Cuaderno V, nº 388b, 12-XI-1931. 
95 Ibídem, Cuaderno IV, nº 403, 20-XI-1931. 
96 Ibídem, Cuaderno V, nº 451b, 3-XII-1931. 
97 El «Niño de Santa Teresa», como le llamaba el Autor; el «Niño de Don Josemaría» le llamarían las monjas. 
98 Ibídem, Cuaderno IV, nº 347, 29-X-1931; subrayado del Autor; cfr Forja, nº 301. Nótese el lenguaje audaz y cariñosísimo que usaba San Josemaría, en sus escritos más íntimos, para referirse a Jesús y que le llevaba a utilizar expresiones que, fuera de este contexto, podrían parecer chocantes: «grandísimo Ladrón», «Jesús chiflado», «¡Divino loco!», «el más grande loco»… 
99 Cfr Forja, nº 824. 
100 Cfr Forja, nº 825. 
101 Cfr Camino, nº 916. 
102 Apínt, Cuaderno IV, nº 411, 23-XI-1931. 
103 Ibídem, Cuaderno V, nº 488, 17-XII-1931; cfr Forja, nº 347. Es interesante notar que, en la carta que escribió al P. Sánchez Ruiz, adjuntándole las cuartillas del Santo Rosario, le hacía otra consulta precisamente a propósito de este pasaje del Cuaderno V. Después de copiar íntegro el texto arriba transcrito, pregunta: «¿Querrá decirme, Padre, si he de seguir o no esta doctrina?». Su confesor, cuando le devolvió la carta con las cuartillas de Santo Rosario, había anotado al margen del texto: «Esto para V. solo». Quizá en la entrevista comentaran la «doctrina». Lo cierto es que unos meses después, haciendo abstracción de la imagen, la doctrina pasa a Consideraciones Espirituales nº 169 y finalmente al nº 859 de Camino. —Unos años después, San Josemaría vuelve sobre el tema y nos dice que ya no sigue su antigua costumbre: «Día 2 de marzo de 1935. –Ya no visto de noche a mi Virgen de los Besos. Fue aquella temporada, en que arropaba la imagen de mi Madre, el aprendizaje de la vida de infancia. ¡Cuánto bien me hizo! Hoy sería rutina» (Apínt, Cuaderno VIII/1ª, nº 1236). Es un texto de gran interés para comprender el sentido de las devociones según los estados de su alma y las mociones divinas. 
104 Apínt, Cuaderno IV, nº 435b, 30-XI-1931. El texto es la base de Camino, nº 884. 
105 Apínt, Cuaderno IV, nº 437b, 1-XII-1931. 
106 Carta 8-XII-1949, nº 41 (AGP, serie A.3, leg 94, carp 1, exp 3); cfr Vázquez de Prada, I, pg 404. 
107 Apínt, Cuaderno IV, nº 435; la cursiva es del Autor; de aquí procede el nº 853 de Camino (cfr Camino ed crít-hist, pgs 947-949). Este pasaje es una perfecta síntesis de los objetivos del librito que escribirá unos días después: «Ése es el clima de su comentario al Santo Rosario» (ibídem, pg 593). 
108 De ahí también las diferencias, que comentaremos en su lugar, entre la contemplación de los Misterios gozosos y del resto del Rosario: el clima litúrgico-devocional era Adviento-Navidad, no Semana Santa-Pascua. 
109 Apínt, Cuaderno IV, nº 438, recogido en el nº 855 de Camino. Ese texto va precedido de otra reflexión sobre el niño que pasará también a Camino, al nº 870: «Jesús: yo no quiero ser mayor. Niño, niño siempre..., aunque me muera de viejo. Cuando un niño tropieza... y cae, a nadie choca. Todo el mundo va a levantarle. Cuando el que tropieza y cae es el mayor, el primer movimiento es de risa. A veces, pasado ese primer ímpetu, lo ridículo da lugar a la piedad. Pero, los mayores se han de levantar solos. Jesús: mi triste experiencia cuotidiana [sic] está llena de tropezones y caídas. ¿Qué sería de mí, si no me hicieras cada vez más niño? Yo no quiero ser mayor. Niño, y que cuando tropiece me levantes Tú» (Apínt, Cuaderno IV, nº 437). 
110 Ibídem, nº 445, que pasará a Camino, nº 864. 
111 Se trata de unos azulejos que representan a la Inmaculada Concepción, según el cuadro clásico de Murillo, y que están en la cornisa del edificio de la calle de Atocha 109, donde tenía su sede la Congregación Seglar de San Felipe Neri. Enfrente de esta casa, a mano izquierda, comienza la calle de Santa Inés, que lleva directamente al Patronato de Santa Isabel. Posiblemente fue aquí donde volvió sobre sus pasos. Desde el cruce de Santa Inés con Atocha se ve perfectamente (también hoy) la imagen de la Virgen. 
112 Apínt, Cuaderno IV, nº 446. 
113 Apínt, Cuaderno V, nº 450, recogido íntegramente en Camino, nº 857. 
114 Apínt, Cuaderno V, nº 468, incorporado a Camino, nº 897. Se diría, leyendo este punto de Camino, que los tranvías madrileños fueron un ámbito privilegiado para la oración de San Josemaría. Vid supra § 10, 2, nt 66 y nt 67.
115 Apínt, Cuaderno V, nº 477, recogido en el nº 856 de Camino, es decir, el inmediatamente posterior al primer punto citado en nt 109, lo que confirma que el Autor deseaba insistir en ese binomio, paradójico pero decisivo, infancia-madurez. Vid supra en nt 103 el texto de 17 de diciembre, que implica también una reflexión sobre su vida de infancia tan intensa aquellos días. 
116 Cfr Apínt, Cuaderno IV, nº 307, 2-X-1931. 
117 Apínt, Cuaderno IV, nº 421, 29-XI-1931. Sobre la presencia de Santa Teresita en San Josemaría, cfr Camino ed crít-hist, Introd al cap «Infancia espiritual». Sobre Mercedes Reyna, vid supra nt 52. 
118 Apínt, Cuaderno V, nº 535, 2-I-1932. —En una relectura posterior, hizo esta adición interlineal con lápiz rojo fuerte: «Esta es la buena doctrina de la Obra de Dios». 
119 Es el nº 239bis de Consideraciones espirituales, Madrid 1932. Texto y comentario en Camino ed crít-hist, punto 852. 
120 Apuntes tomados de una tertulia en el Colegio Mayor Belagua (Pamplona), 9-X-1972; en Dos meses de catequesis, 1972, pg 703 (AGP, Biblioteca, P04). «Hace muchos años escribí —de un tirón, después de la acción de gracias de la Misa— un folletico muy pequeño, con algunas consideraciones en torno a esos misterios; pero lo que hacía entonces así, lo hago ahora de otra manera. Quise, sin embargo, que se publicara, porque ha ayudado a miles de almas a hacer oración. Allí enseño a tener un poco de picardía, para no distraerse y estar con devoción mientras se habla con la Virgen. Pero tú no tienes por qué hacerlo del mismo modo. Puedes comenzar de esta manera, y luego seguir tu camino propio, sin inconveniente alguno» (Notas de una tertulia en el Colegio Gaztelueta [Vizcaya]; ibídem, pg 703). 
121 Notas de una tertulia en Castelldaura (Barcelona), 5-IX-1973; Noticias, 1973, pgs 974-975 (AGP, Biblioteca, P02). 
122 Camino ed crít-hist, comentario al nº 852. —La realidad es que siempre quiso vivir así, y así vivió: «A la vuelta de cincuenta años, estoy como un niño que balbucea. Estoy comenzando, recomenzando, como en cada jornada. Y así hasta el final de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor lo quiere así, para que no haya motivos de soberbia en ninguno de nosotros, ni de necia vanidad. Hemos de estar pendientes de Él, de sus labios: con el oído atento, con la voluntad tensa, dispuesta a seguir las divinas inspiraciones»(Notas de una meditación, Roma 27-III-1975, Jueves Santo; AGP, Crónica, 1975, pg 364 [AGP, Biblioteca, P01). Juan Pablo II, con ocasión de la Beatificación de Escrivá, se hizo eco precisamente de estas palabras: «Dio prueba —decía el Papa— de una humildad extraordinaria, hasta el punto de que, al final de su existencia, se veía ‘como un niño que balbucea’» (Juan Pablo II, Discurso, Audiencia, 18-V-1992; versión italiana en Insegnamenti, XV,1, pg 1480).__