El contexto teológico espiritual [del Rosario]

Autor
Pedro Rodriguez
Publicación
Rialp

EL CONTEXTO TEOLÓGICO-ESPIRITUAL 
El «tirón» de Santa Isabel, que hace nacer el original de Santo Rosario, se inscribe en la tradición de oración contemplativa del Rosario, con largos siglos de historia, asimilada por San Josemaría en sus rezos de niño, en su formación sacerdotal, en sus lecturas teológicas y espirituales, etc. Por otra parte, el texto que escribió en aquella ocasión no es un hecho aislado en el itinerario espiritual del Autor, no fue sólo el fruto de la inspiración de ese momento, sino que guarda una estrecha relación con la profunda maduración de su vida espiritual que manifiestan sus manuscritos y diarios a lo largo del verano y el otoño de 1931; evolución interior que se proyecta sobre los temas, el enfoque e incluso las palabras mismas que brotaron ese día de su alma y quedaron plasmadas en aquellas cuartillas. 
La tercera parte de esta Introducción General tendrá, pues, dos apartados. Una breve síntesis, en el primero, de la tradición del Rosario en la historia de la espiritualidad cristiana; y en el segundo, un intento de ubicar Santo Rosario en esa tradición (§ 9, 1) y, sobre todo, en ese singular proceso de personal relación con Dios que es el año 1931 de la vida de San Josemaría (§ 9, 2). Todo esto servirá de marco —de «introducción»— a los comentarios y notas más específicos sobre el texto de los misterios, que irá encontrando el lector en el aparato crítico de la presente edición. 

8. EL ROSARIO EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA 
En la iglesia de Santo Domingo de Cingoli, en la región de las Marcas, se venera, en su altar mayor, un cuadro de notable mérito, obra del pintor veneciano Lorenzo Lotto. Lleva por título La Madonna del Rosario. En la escena central, la que capta la primera mirada, se representa a la Virgen María que, sentada y ligeramente inclinada hacia su lado derecho, entrega un rosario a Santo Domingo de Guzmán. El cuadro, compuesto en 1539, es un fiel testigo de la cristalización, para esas fechas, de la leyenda que atribuye el origen del Rosario a Santo Domingo de Guzmán y que forma parte del imaginario de una buena parte del pueblo cristiano, que incluso lo ha recogido en canciones populares, en las que se atribuye la fundación del Rosario al santo de Caleruega. Como toda leyenda, tiene un cierto fundamento: el amor a la Virgen que profesaba Santo Domingo, el recurso frecuente a la consideración de las escenas de la vida de Jesús, especialmente en la controversia albigense, y la gran propagación que la Orden de Predicadores hizo de esta devoción1. 
Sin embargo, los orígenes son otros, como han puesto de manifiesto las investigaciones eruditas de los últimos siglos. A la vista de los hallazgos, se concluye que la génesis de esta práctica devocional es más compleja y articulada, y que, en el proceso de formación del Rosario, se dan cita en su nacimiento, tradiciones del Oriente y del Occidente cristianos y se entrecruzan las líneas de fuerza de la tradición orante de la Iglesia2. En un texto, del siglo XVI, se lee que el Rosario tiene su origen primero en la Orden de San Benito, se consolida entre los Cartujos, y llega a su estado de consumación y expansión de la mano de la Orden de Predicadores3. Veamos en primer lugar el papel de los Benedictinos. 
1. El hogar benedictino 
Un somero análisis fenomenológico del Rosario nos manifiesta una oración vocal, mariana, de aclamación y repetitiva, que se fundamenta en la salutación angélica (Lc 1, 26-38) y en las palabras de bienvenida de santa Isabel (Lc 1, 42)4. Este modo de honrar a María, repitiendo aclamaciones y alabanzas, tiene sus raíces en la tradición cristiana oriental. Junto con las palabras del arcángel, la piedad cristiana encontró en el Antiguo Testamento otros textos o imágenes que prefiguraban a la Virgen. A partir de éstos, crearon nuevas fórmulas para saludar a la Madre de Dios, y compusieron himnos. Pronto las liturgias orientales formaron un rico patrimonio de oraciones para alabar a María. Hacia el siglo IX la himnología oriental comienza a conocerse en Occidente, especialmente a partir de la traducción latina del célebre himno Akathistos, que desarrolla un uso multiforme del Avemaría. 
La llegada al mundo latino de la piedad repetitiva oriental se encuentra con una tradición de oración vocal muy asentada y fundamentada en la recitación del Salterio, de un modo coral. Al ser pocos los que sabían leer y al escasear los libros, el vehículo para expresar la oración personal y colectiva era la audición y memorización de los salmos. Era frecuente que, al leer el Salterio, se añadiera una breve explicación que, con el tiempo, fue decantándose en forma de oraciones colectas y antífonas, con las que se daba la interpretación cristiana del texto veterotestamentario. 
Pero en este siglo noveno, ya está muy avanzado el proceso de descomposición del latín, que dará origen a las diferentes lenguas románicas. Los fieles corrientes, al no entender la lengua, no pueden acompañar la recitación de los Salmos, porque no comprenden su significado. Por eso, para vivir el mens concordet voci de San Benito, y unirse con la intención al rezo del Salterio, se extiende la costumbre de recitar las oraciones vocales más conocidas a media voz, casi en susurro, al mismo tiempo que se leen los salmos. Estas oraciones no son otras que las de la primera iniciación cristiana, especialmente el Padrenuestro. La oración repetitiva del Oriente en honor a María entra en sintonía con esta práctica, de modo que al Padrenuestro se añaden otras oraciones dirigidas a la Virgen. Con la eclosión de la devoción mariana de los comienzos del segundo milenio, la fórmula más usada es la del Avemaría, cuya estructura y composición, en su primera parte, ya en el siglo XI, es prácticamente igual a como la conocemos en la actualidad. 
En el siglo XII, la oración repetitiva del Avemaría se propaga más aún, pero se estructura en un esquema análogo al del Salterio, con Padrenuestros, antífonas y doxologías, acompañadas de gestos litúrgicos. Las Avemarías se rezan en pequeños conjuntos, que poco a poco se agrupan en bloques de diez. Este proceso de articulación tiene como referente el rezo de los Salmos. Por eso, así como desde antiguo el Salterio se dividía en tres grupos de 50 salmos cada uno, también el número de Avemarías, que en principio son 150 porque sustituyen a los 150 salmos, se agrupan también en tres partes. Quizá por esto, la palabra salmodiar acaba significando, en el bajo medioevo, casi indistintamente la recitación de las horas litúrgicas y los diferentes modos de oración mariana repetitiva5. 
Los autores espirituales y los santos, en el afán de dotar de contenido a esa oración vocal, y de ayudar a los fieles a interiorizarla, vinculan esas tres partes a los tres estados de la vida cristiana: la conversión, la vida de la gracia, y la vida eterna. En otros casos, unen a la recitación de esas partes la consideración de los gozos de María, de sus dolores, o de las cinco llagas de Cristo. Así, este tipo de rezo logra integrar a la vez la intención de la plegaria, el uso de la imaginación, la insistencia en la petición, la admiración y la compasión, junto con la tensión propia de la oración, ayudada además de gestos corporales, como las inclinaciones y las genuflexiones. 
También por esa época, algunos fieles comienzan a utilizar un cordel con nudos que les ayuda a contar los Padrenuestros. A los fabricantes de este cordel se les llamaba «paternostreros»6, aunque ya el cordel no fuera sólo de nudos sino que tuviera granos o bolas. De momento, este cordel anudado no tiene un nombre específico. 
2. La consolidación en el hogar de la Cartuja 
A mediados del siglo XIII aparece en la Renania, Flandes y las tierras del Ducado de Borgoña, la expresión Psalterium Beatae Mariae para designar explícitamente una práctica devocional, cada vez más extendida, consistente en la recitación de tres cincuentenas de Avemarías, con intercalaciones de doxologías trinitarias. En estos territorios había una presencia considerable de monasterios de Cartujos: alrededor de cincuenta. Estos monjes, en su tarea de guiar a los fieles por caminos de oración, encontraron en esta devoción un instrumento válido7. 
¿En qué se concreta la influencia de la Cartuja en la formación del Rosario? En varios puntos. Un aspecto de gran importancia es el relativo al perfeccionamiento de la fórmula de la oración vocal. Todavía para estas fechas, al recitar el Avemaría sólo se decía la primera parte, esto es, la compuesta por las salutaciones del arcángel San Gabriel y de Santa Isabel. Aún no se había compuesto la oración de petición de la segunda parte del Avemaría. Esta oración tiene un origen cartujo. La petición Sancta Maria, ora pro nobis aparece por vez primera en un breviario cartujano del siglo XIII. En el siglo siguiente, también en breviarios de la Cartuja, la fórmula se desarrolla, con la adición Ora pro nobis peccatoribus. Amen. En algunos casos aparece, después de la palabra Maria, una explicitación: Mater Dei. Por fin, hacia 1350, y también en otro breviario cartujano se encuentra la conclusión: Nunc et in hora mortis [nostrae]. Amen. Esta fórmula acaba constituyéndose como la respuesta y el complemento del Avemaría. De este modo, a la oración de alabanza se une la oración de petición8. 
Casi simultáneamente al proceso de creación y adición de la segunda parte del Avemaría, se introduce la recitación del Padrenuestro al comienzo de cada serie de diez Avemarías. Se atribuye esta novedad al monje de la Cartuja de Colonia, Enrique de Kalkar9. Esta innovación tuvo gran aceptación entre los fieles, y se difundió rápidamente. También es de esta época y entorno geográfico y espiritual, la consolidación de una praxis que alcanzará fortuna: con el fin de facilitar la devoción y el recogimiento se hizo frecuente reducir las Avemarías a 50, en el llamado todavía Salterio de María. 
Otra aportación que surge en este hogar cartujano es el nombre que recibirá esta devoción. En los territorios flamencos se comienza a mencionar esta práctica con la palabra hodekin, y en la zona francófona con la expresión chapelet. Tanto la palabra francesa como la flamenca encierran, en su significado original, el concepto de prenda para cubrir la cabeza, de sombrero. Pero en este caso eran unos sombreros de características especiales: se trataba de un tocado confeccionado con flores que se regalaba, como señal de amor o de homenaje, a la persona amada o a la que se deseaba honrar. Por extensión, también se ofrecía a la Virgen. El paso del sombrero material a otro espiritual, confeccionado con oraciones que se convierten en flores místicas, era casi obligado. 
Un origen análogo —de prenda para cubrir la cabeza— tiene la expresión alemana Rosenkranz. Sin apartarnos de la metáfora floral, en el entorno de la Cartuja renana comienza a compararse a María con la rosa, la más apreciada de las flores. Al recitar el Salterio de María, la Virgen recoge, en forma de rosas, cada una de las Avemarías que le dirige su devoto y confecciona con todas una corona de flores. 
También la palabra Rosarium es utilizada entre los cartujos, pero con un significado algo distinto al actual común. Sirviéndose del uso que de esta palabra se hacía en el latín medieval —colección o cadena de textos de determinadas materias—, en la Cartuja comienzan a aplicar este vocablo a una colección de frases breves, que servían para la recitación meditada de las Avemarías. Estos textos recibieron el nombre de cláusulas10 por ser proposiciones con las que se concluía, se cerraba, cada Avemaría. Se trata de comentarios breves y penetrantes, de fórmulas que conducen a la contemplación a partir de la oración vocal. La atención del espíritu y del corazón puede detenerse en la consideración de los beneficios de la salvación obtenida por Jesús, en la contemplación íntima de su misterio a través de los múltiples acontecimientos de su vida. 
En la redacción de las cláusulas, hay un nombre propio que va a tener especial relevancia en la historia del Rosario: Domingo de Prusia11. A la vista del bien que había comprobado en su alma, pensó que su experiencia podría ayudar a los cartujos de Flandes que recitaban el Salterio de María. Con este fin, y entre los años 1435 y 1445, compuso 150 cláusulas, divididas en tres secciones, correlativas a los evangelios de la infancia de Jesús, de su vida pública, y de su Pasión y Resurrección12. 
El espíritu que animó a Domingo de Prusia lo explicó él mismo con estas palabras: «No es necesario detenerse demasiado en las palabras que se digan en este Rosario. Cada uno, según su agrado y la devoción que el Señor le conceda, puede prolongar, acortar, mejorar. Se puede evocar la vida del Salvador con palabras, o representarla sutilmente en la memoria, unas veces de un modo, otras, de otro. Todo dependerá, en cada caso, de su estado de ánimo, de sus fuerzas, del tiempo de que disponga»13. La intención es, pues, que la oración vocal se convierta progresivamente en una oración interior. 
Con la aparición de la imprenta, se imprimen abundantes Rosarios, en forma de folletos, escritos en el entorno de la Cartuja y, al socaire de la obra de Domingo de Prusia, alcanzan gran difusión. Algunos están escritos ya en lengua alemana. La palabra Rosario se sigue usando en el sentido dicho más arriba: conjunto de fórmulas —cláusulas— para ayudar en la recitación de las Avemarías, siguiendo los misterios de la vida de Jesús14. Su difusión fue especialmente notable en las regiones de Renania y Flandes. 
3. La Orden de Santo Domingo y la difusión del Rosario 
En la consolidación y difusión de la práctica del Rosario hay un nombre que destaca sobre los demás: el dominico Alain de la Roche15. Este fraile bretón, en el tiempo de su estancia en Flandes, conoció la labor de los cartujos en la propagación del Salterio de María y del Rosario, esto es, de las cláusulas de Domingo de Prusia. Él mismo practicó y propagó esta devoción. Hasta aquí no hay novedad. Sin embargo, hay un hecho que marca un punto creciente de inflexión: la fundación, en Douai, de la Cofradía de la Virgen y de Santo Domingo, que establecía como obligación principal de sus miembros la recitación diaria del Salterio de María. 
¿Cuál es la aportación principal de Alain de la Roche? En cuanto al método y naturaleza del Salterio de María, de la Roche no cambia nada. Transmite lo recibido. La novedad está en el espíritu que infundió en la cofradía por él fundada. La obligación diaria del rezo del salterio mariano es el fundamento, pero a esto añade unos beneficios espirituales: la participación de los bienes espirituales de la Orden de Santo Domingo. Poco antes de su muerte, predicó un octavario a los miembros de la cofradía de Douai. Fue especialmente fogoso, y cuando habló de la comunicación de bienes, la extendió a todos aquellos que se inscribieran en una cofradía de características análogas. 
Estas características que imprimió a su cofradía son el germen de la gran difusión que va a tener la devoción del Rosario, pues ponen las bases para una amplia red de cofradías, una Ordo fraternitatis, que pronto se extendió por todo el orbe católico. La primera se fundó en el mismo año de la muerte de Alain de la Roche, en 1475, en el convento dominico de Colonia y se llamó la Cofradía del Rosario16. Ya no se llama Salterio de María, sino Rosario, y supone variaciones respecto al método seguido en la cofradía de Douai, pero acentúa la participación en los bienes espirituales. 
Antes de seguir adelante, conviene hacer un alto para tratar el tema de la atribución del origen del Rosario a Santo Domingo de Guzmán. Hasta muy avanzado el siglo XV no hay ningún autor, ni ninguna fuente documental, que atribuya la Paternidad del Rosario al fundador de la Orden de Predicadores. Es en las últimas décadas de este siglo cuando comienza a extenderse la leyenda que hace de Santo Domingo, el fundador del Rosario. Y además se habla de una especial intervención sobrenatural de la Virgen, confiándole este encargo. Es lo que, en 1539, Lorenzo Lotto plasmará en el cuadro de La Virgen del Rosario, para la iglesia de Santo Domingo de Cingoli. 
Las investigaciones del último siglo ponen el origen de esta leyenda en la actividad del dominico Alain de la Roche. Es un hecho plenamente documentado que trató a los cartujos de Flandes y de otros lugares de Alemania donde residió. Fruto de esa relación es el conocimiento del Rosario de Domingo de Prusia (Salterio de María más las cláusulas). Asimismo, en su predicación para consolidar y extender su Cofradía de la Virgen y de Santo Domingo, explicaba con detalle dos relatos, que narran intervenciones especiales de la Virgen en torno a esta devoción. En el segundo se cuenta cómo la corte celestial, que reza el Rosario de Domingo de Prusia, pide a Dios la gracia de un gran provecho espiritual. 
Por alguna razón que ignoramos, al hablar y escribir de estos hechos, se fue omitiendo el apellido del autor del relato y, de algún modo protagonista de la visión, que no era otro que Domingo de Prusia. Si en una iglesia de la Orden de Predicadores se menciona con veneración y admiración a Domingo, sin mencionar su apellido, es fácil que el público acabe atribuyendo, lo que se diga de ese Domingo, al fundador de los Dominicos, a Santo Domingo de Guzmán. Es cierto que en el ámbito de la Cartuja se mantuvo, por decirlo de algún modo, la verdad histórica17, pero la mayor presencia de los Dominicos en el orbe cristiano acabó por decantar la balanza hacia Santo Domingo de Guzmán. 
4. Creación de nuevas cofradías 
La cofradía del Rosario de Colonia fue el primer paso para la proliferación de nuevas cofradías, que en poco tiempo se multiplicaron por los países del Occidente cristiano. La Orden de Santo Domingo se hizo cargo de su guía y dirección, y de hecho ejerció un monopolio sobre la creación y establecimiento de nuevas cofradías, y el desarrollo de sus estructuras. De Alemania pronto pasó a Italia, donde, debido al gran número de conventos dominicos, florecieron por doquier. 
Es en Italia donde se concreta el aspecto de la vida de Cristo y de la Virgen que hay que considerar. En el siglo XV, en Colonia era uso común que cada una de las cinco decenas de Avemarías honraran a la Virgen en cinco momentos de su vida: Anunciación, Visitación, Natividad, el Niño perdido y la Asunción. Además, cada decena iba seguida de un Padrenuestro con el que se conmemoraba la Pasión de Cristo: oración en el huerto, flagelación, coronación de espinas, cruz a cuestas y crucifixión y muerte. Con todo, había una cierta libertad. Cuando las cofradías del Rosario llegan a Italia, aparece una expresión nueva, para designar el pasaje que se va a contemplar mientras se reza la decena: «misterio». En 1480, en el estatuto de las cofradías de Venecia y de Florencia, ya aparece designado cada grupo de misterios con el nombre con que ha llegado hasta nuestros días: gozo, dolor y gloria. 
Al mismo tiempo, gracias a la imprenta, se publican textos que ayudan a la difusión y propagación del Rosario. La obra más completa de este comienzo del XVI es el Rosario della gloriosa Vergine Maria, de Alberto Castellani, publicado en Venecia en 152118. En esta obra, el autor proporciona material de meditación, no ya para cada misterio, sino para cada una de las oraciones vocales que se repiten19. Hay, en el fondo, un eco de las antiguas cláusulas que difundieron los Cartujos. Y para ayudar aún más a la contemplación, en todas las páginas pares hay una ilustración, un grabado, que representa gráficamente el texto de meditación, escrito en las impares correspondientes. El libro de Alberto Castellani era una guía para la oración, con la que se pretendía que los fieles tuvieran materia suficiente para que la meditación acompañara a la plegaria. No obstante, en la recitación habitual del Rosario hay una evolución paulatina hasta llegar a un proceder semejante al actual. 
5. Institución de la fiesta de la Virgen del Rosario 
Durante el asedio de la plaza fuerte de Neuss, el dominico Jacobo Sprenger hizo la promesa de erigir una cofradía, en su convento de Colonia, si se levantaba el sitio. La plaza quedó libre enseguida, casi súbitamente. Era un favor más que añadir a los relatados por los Dominicos, para mostrar la eficacia del Rosario, aunque de un tipo diferente, pues lo habitual era relatar fundamentalmente favores de naturaleza espiritual. Poco después, en septiembre de 1475, fundó la Cofradía de Colonia. 
El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar la batalla de Lepanto, en la que las fuerzas cristianas destrozaron la armada turca. Los países cristianos acogieron con júbilo la noticia, y la emoción se amplió por las connotaciones religiosas. Así, cuentan los biógrafos de San Pío V que, ese mismo día, tuvo la certeza interior de la victoria, y dio gracias a Dios y a la Virgen por el éxito de la Cristiandad. Pronto se extendió la convicción de que se había vencido por un especial auxilio de la Madre de Dios. Por otra parte, el 7 de octubre de 1571 cayó en domingo, y el primer domingo de octubre era un día especial de fiesta en las cofradías del Rosario. 
En el contexto de este impulso de fervor religioso se inscribe la institución de la fiesta del Rosario. Ya en algunas cofradías se había establecido la costumbre de honrar a la Virgen del Rosario en una fecha precisa, que variaba de unas a otras. El primer intento de fijar la conmemoración de esta advocación fue en 1572, cuando San Pío V estableció, para la Cofradía de Martorell (Barcelona), el primer domingo de octubre, al tiempo que concedió privilegios e indulgencias. 
Al año siguiente Gregorio XIII instituyó, con carácter más formal, la celebración de la fiesta de la Virgen del Rosario para el primer domingo de octubre, pero sólo en las iglesias que tuviesen cofradía del Rosario. Aunque la concesión estaba perfectamente delimitada, poco a poco se fue ampliando a las diócesis, especialmente con ocasión de nuevas victorias sobre la media luna. En 1716 hubo una victoria memorable: Eugenio de Saboya derrotó a los turcos en Peterwaradin el 5 de agosto20. En señal de agradecimiento, Clemente XI extendió la fiesta del Rosario a la Iglesia universal. Actualmente tiene el rango litúrgico de memoria y se celebra el 7 de octubre. 
6. La piedad popular y el Rosario 
El Rosario, por sus características, es una oración que permite ser rezada tanto en común como en privado. Durante siglos, hasta que la liturgia permitió la celebración vespertina de la Santa Misa, el Rosario de la tarde era el eje habitual de la actividad piadosa y cultual en las parroquias. Y a su vez, se extendió la costumbre de poseer cada persona un rosario para rezarlo en privado, en cualquier momento. En la literatura hagiográfica del siglo XVII es un lugar común señalar que los personajes piadosos rezan diariamente el Rosario. Y es prácticamente imposible encontrar un santo de la época que no lo recomiende. 
Hay un personaje que tiene una relevancia singular en la historia de la devoción del Rosario, especialmente por su empeño de conducir al pueblo cristiano hasta las alturas de la vida espiritual: San Luis María Grignion de Monfort21. A todos exigía un compromiso total en el seguimiento de Cristo, aconsejando la oración diaria y el recurso al director espiritual, incluso a las gentes ocupadas en los trabajos del campo o manuales. Para conducirles por los caminos de interioridad, se apoyaba sobre todo en el Rosario, oración adecuada a la gente sin estudios. Y, para que valorasen esta práctica devocional, explicaba su eficacia, condicionada a las buenas obras y a la penitencia. No dejaba de hablar de los prodigios y maravillas del Rosario, aunque daba más importancia a los favores de naturaleza espiritual que a las curaciones físicas. Y, sobre todo, animaba a que los fieles se introdujeran en la contemplación, hablando de los misterios como momentos de la presencia de Jesús, siempre vivo. 
Cuando llegó la Revolución Francesa y el culto católico quedó prácticamente suprimido en muchos lugares, la recitación del Rosario fue en muchos casos la única actividad piadosa colectiva posible para tantos fieles que, a causa de la persecución, no podían vivir ni manifestar su fe y su piedad por los cauces habituales. 
Pasados los rigores revolucionarios, la autoridad eclesiástica se vio empeñada en la restauración de la vida cristiana. Uno de los medios empleados para despertar y fomentar la piedad fue el fomento del rezo del Rosario. Al mismo tiempo, aparecieron nuevas iniciativas que, más o menos directamente, estimulaban esta devoción: el Rosario viviente, el Rosario perpetuo, el Mes de María… Estas nuevas realidades, junto con la reinstauración de las congregaciones religiosas, favoreció la expansión de esta devoción mariana. 
A todo lo anterior hay que añadir un acontecimiento de importancia capital: las apariciones de la Virgen María en Lourdes, en las que el pueblo cristiano entendió, entre otras cosas, que agradaba a la Virgen el rezo del Rosario. Cuando, ya en el siglo XX, se produjeron las apariciones de Fátima, en las que se recomendaba expresamente el rezo del Rosario, esta devoción alcanzó nuevo impulso. 
7. El Rosario en el magisterio de los últimos Pontífices
León XIII publicó más de dieciséis documentos que trataban de la devoción del Rosario; doce de los cuales, con el rango de encíclicas22. El contenido de estos escritos no aporta novedades en el campo de la teología espiritual; más bien retoma reflexiones ya conocidas de antiguo, recogidas en los distintos tratados sobre el Rosario. León XIII escribió estos documentos para exhortar al pueblo cristiano al rezo del Rosario, remedio eficaz para proteger a la Iglesia y a las almas de los peligros que les amenazan. La eficacia del Rosario, recuerda León XIII, deriva del papel que Dios ha concedido a María en la economía de la Redención. También presenta esta devoción mariana como un medio apto para revitalizar la vida cristiana, siempre que el orante fije su atención en el amor infinito de Dios Redentor. 
Las encíclicas de León XIII también disponen, prescriben y organizan. Así, por ejemplo, la práctica del mes de octubre-mes del Rosario, procedente de España, se extiende a todo el mundo y se le otorga un ritual que comienza a vivirse en todas las iglesias. Éste consistía en integrar el rezo colectivo del Rosario, en las bendiciones del Santísimo Sacramento, durante ese mes de octubre. El Papa también estimuló el rezo del Rosario colectivo, dotándolo de características casi litúrgicas, y exhortó a la recitación familiar y privada de esta oración. 
El alcance de este planteamiento pastoral de León XIII fue grande, por la insistencia y frecuencia con que se dirigió al pueblo cristiano: fue como una movilización de toda la Iglesia para la oración, hasta el punto de que se puede decir que este Papa ha contribuido a hacer del Rosario, definitivamente, una oración eclesial. 
Los Papas siguientes, San Pío X y Benedicto XV, no escribieron ningún documento de relieve sobre el Rosario. No así Pío XI, que publicó la Encíclica Ingravescentibus, del 29-IX-193723. También Pío XII escribió una Encíclica sobre el Rosario: Ingruentium malorum, del 15-IX-195124. El Beato Juan XXIII es el autor de la encíclica Grata recordatio, del 26-IX-195925. 
Pablo VI publicó las Encíclicas Mense Maio, del 29-IV-196526 y Christi Matri, del 15-IX-196627, donde recomienda de nuevo el rezo del Rosario: y dos Exhortaciones Apostólicas: Recurrens mensis october, del 7-X-196928; y Marialis cultus, del 2-II- 197429. Este último documento, escrito «para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen María», reviste una especial importancia para esta devoción mariana, pues dedica los números 42-55 al Rosario, a su pedagogía, y establece las condiciones para la renovación de su práctica. 
Finalmente Juan Pablo II, que escribió la ya citada Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, del 16-X-200230. Es un documento casi exhaustivo. En la Introducción, el Pontífice sintetiza la historia del Magisterio Pontificio sobre el Rosario y se plantea su vigencia actual. En el capítulo 1, Contemplar a Cristo en María, insiste con profundidad en el carácter contemplativo de la oración del Rosario. El capítulo 2, Misterios de Cristo, misterios de la Madre, explica la naturaleza y las raíces profundamente evangélicas del Rosario, y cómo por la Madre se llega al Hijo. Es en este capítulo donde introduce el Papa la novedad de los Misterios de luz. Estas escenas de la vida de Jesús ya estaban en la tradición de la Cartuja, pero no pasaron a la tradición dominicana del Rosario. El capítulo 3, Para mí la vida es Cristo, explica que el Rosario es un camino válido para la profundización en el misterio, un buen método de oración. Con este fin repasa las distintas oraciones del Rosario, explicando su naturaleza y su contenido. 
Con este último documento pontificio, se hace patente el interés que siempre han tenido los pastores de la Iglesia y los santos en inculcar el rezo del Rosario, pero enseñando a pasar de la mera recitación a la interiorización y a la oración contemplativa. 

1 A este respecto, explica Iribertegui que Santo Domingo de Guzmán «estaba en la memoria de todos como el predicador que proclama ante los cátaros el misterio de la encarnación; vive como gran penitente, se flagela y, según dicen, tiene la experiencia de la cruz y de las llagas en la cueva de Segovia; finalmente porque es un ejemplar admirable de orante [...]. La asignación [del origen del Rosario a santo Domingo] se ve justificada parcialmente por una verdad, pues los dominicos desplegaron su empeño misional y utilizaron el esquema del Rosario para la predicación popular […]. Así en Domingo de Guzmán, titular del Carisma del Rosario, encontramos felizmente al portador del, mayor aún, carisma de la oración» (Iribertegui, El Rosario..., pgs 22-23). 
2 Un texto de referencia y de base para todo este apartado es André Duval, voz «Rosaire», en DSp, vol XIII, 1988, col 937-980. 
3 «Rosarius… originem suam habet principalem ab ordine S. Benedicti, deinde robur a Carthusiensibus, novissime vero consummationem et fraternitatem a Praedicatoribus» (Manuscrito de 1501, Biblioteca de Munich, cod. Lat. 11922, fol 56b; citado por Th. Esser, Über die allmähliche Einführung der jetzt beim Rosenkranz üblichen Betrachtungspunkte, Maguncia 1906, pg 15; cfr Duval, voz «Rosaire», col 941). 
4 Cfr Herbert Thurston, voz «Ave Maria», en DSp, vol I, 1937, col 1161-1165. 
5 El nº 2678 del Catecismo de la Iglesia Católica lo sintetiza así: «La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma letánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma». Cfr también Duval, voz «Rosaire», col 939-941; Iribertegui, El Rosario…, pg 20. 
6 Vid Duval, voz «Rosaire», col 940. 
7 Cfr Duval, voz «Rosaire», col 941-946; Iribertegui, El Rosario…, pgs 20-21. 
8 Otra tradición hace remontar la segunda parte del Ave Maria a Eudes de Sully, Obispo de Paris (1196-1208). Cfr Bernard Plongeron - Luce Pietri, Le Diocèse de Paris: Des Origines à la Revolution, Beauchesne 1987, pg 156. Explica el Catecismo de la Iglesia Católica, nos 2675-2676: «En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración [a María], se alternan habitualmente dos movimientos: uno “engrandece” al Señor por las “maravillas” que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cfr Lc 1, 46- 55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios. Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María». 
9 Enrique de Kalkar nació en el ducado de Cleves en 1328. Tras doctorarse en París y ser canónigo de Colonia, tomó el hábito de cartujo. En esta Orden desempeñó varios cargos de responsabilidad. De entre los varios tratados que escribió hay uno titulado El Salterio de la Virgen. Falleció en 1408. 
10 El origen de estas cláusulas hay que buscarlo en la espiritualidad del Císter de la región de Tréveris: en la búsqueda de una oración más interior, se comenzó a añadir breves frases a la mención del nombre de Jesús — Jesús, adorado por los magos; Jesús, tentado por el demonio; Jesús, que lavó los pies a los discípulos…—, de modo que la atención de la mente se centrara en aspectos concretos de la vida de Jesús. Interesante hacer notar que en el área germánica hoy día el rosario sigue rezándose más o menos así, con una breve alusión, después de «el fruto de tu vientre, Jesús», al misterio que se contempla. 
11 Domingo de Hélion, llamado también Domingo de Tréveris y Domingo de Prusia, entró en la Cartuja de Tréveris en 1409. Al poco de ingresar, cayó en una fase depresiva que superó gracias a Adolfo de Essen, prior del monasterio. Éste le condujo por un camino de oración muy adecuado a su situación: le enseñó a recitar el rosario de forma contemplativa, de modo que, por encima de las palabras, la atención se centrara en pasajes de la vida de Jesús. 
12 Un ejemplo del modo del rezar este Salterio de María por Domingo de Prusia es el siguiente: «Dios te salve, María. Llena eres de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es fruto de tu vientre, JESÚS, al que por el anuncio del ángel concebiste del Espíritu Santo. Amén». Luego añadía otras cláusulas distintas a cada Avemaría, desde la Concepción hasta la Muerte y Resurrección del Señor. Y así hasta cincuenta. Su Rosario empezó a tener un contenido meditativo variadísimo y riquísimo, sin perder su estructura repetitiva fija. Rezaba con toda calma cada Avemaría, susurrando luego cada cláusula, guardando un instante de silencio para saborear la escena evangélica evocada. Luego pasaba a la siguiente y así, hasta terminar todo su recorrido espiritual. El rezo de su Rosario podía llevarle cuando menos una hora, porque era un verdadero ejercicio de meditación. 
13 Citado por Duval, voz «Rosaire», col 945. 
14 Los grabados de la 2ª edición alemana de Santo Rosario pertenecen a una edición de un Rosario en el sentido cartujo. Es obra de Johann Justus Labdsberg —Prior de la Cartuja de Colonia—, publicada en esta ciudad hacia 1531. El título completo es: Rosarium mysticum animae fidelis, quinquaginta articulis totius vitae passionisque domini nostri Iesu Christi, ac totidem piis precatiunculis, ceu vernis floribus secundum fidem sancti evangelii consitum… 
15 Alain de la Roche nació en Dinan (Bretaña) hacia 1428. Profesó en la Orden de Santo Domingo y estudió en París. Se trasladó a la zona del Henao y Flandes. Hacia 1470 fue destinado a Rostock. Falleció en 1475. 
16 Cfr Duval, voz «Rosaire», col 949-950. 17 Por ejemplo, el cuadro de La Virgen del Rosario, lienzo de fray Juan Sánchez, hermano cartujo. Fue pintado en 1624 para la Cartuja de Granada. Hoy se encuentra en el museo de Granada. Más famosos son los cuadros de Zurbarán, titulados: La Virgen amparando a los cartujos, de la Cartuja de Sevilla, y La Virgen del Rosario, para la Cartuja de Jerez. Fueron pintados hacia 1633. En estos tres cuadros están representados los cartujos que se han ido mencionando en las líneas precedentes. Cfr Iribertegui, El Rosario…, pgs 28-29. 
18 Cfr ibídem, pg 25. 
19 «Pour le premier mystère joyeux par exemple, le Pater comportera considération de l’attente des saints de l’Ancien Testament; puis chacun des Ave Maria s’arrêtera successivement aux figures bibliques de Marie, aux prophéties qui la désignent, à la promesse de maternité reçue par sainte Anne, à la vie de Marie dans le sein maternel, sa nativité, sa présentation au Temple, son humilité, son mariage, sa familiarité avec la parole de Dieu, et enfin le message de l’archange Gabriel» (Duval, voz «Rosaire», col 956). 
20 Cfr Iribertegui, El Rosario…, pg 25. 
21 Cfr Luis Perouas, voz «Louis-Marie Grignion de Montfort (saint), 1673-1716», en DSp, vol IX, 1976, col 1073-1081. La obra más conocida de San Luis María es el Traité de la vraie dévotion à la sainte Vierge. 
22 Las encíclicas son: Supremi apostolatus, 1-IX-1883 (ASS 16 [1883] 113-118); Superiori anno, 30-VIII- 1884 (ASS 17 [1884] 49-51); Quod auctoritate apostolica, 22-XII-1885 (ASS 18 [1885], 257-262); Quamquam pluries, 15-VIII-1889 (ASS 22 [1889], 65-69); Octobri mense, 22-IX-1891 (ASS 24 [1891] 193-203); Magnae Dei Matris, 8-IX-1892 (ASS 25 [1892] 139-148); Laetitiae sanctae, 8-IX-1893 (ASS 26 [1893] 193-199); Jucunda semper, 8-IX-1894 (ASS 27 [1894] 177-184); Adjutricem populi, 5-IX-1895 (ASS 28 [1895] 129-136); Fidentem piumque animum, 20-IX-1896 (ASS 29 [1896] 204-209); Augustissimae Virginis, 12-IX-1897 (ASS 30 [1897] 129-135) y Diuturni temporis, 5-IX-1898 (ASS 31 [1898] 146-149). 
23 Se encuentra en AAS 29 (1937) 373-380. 
24 Se encuentra en AAS 43 (1951) 577-582. Otro documento de Pío XII sobre el Rosario es la Carta al P. Michel Browne, O.P., del 14-VII-1957 (AAS 49 [1957] 726). 
25 En AAS 51 (1959) 673-678. Otros documentos de Juan XXIII que tratan del Rosario son: la carta al cardenal Micara, cardenal-vicario de Roma, L’ottobre, del 28-X-1960 (AAS 52 [1960] 814-817); la Carta Apostólica Religioso convenio, del 29-IX-1961 (AAS 53 [1961] 641-647); y la Epístola Apostólica Oecumenicum concilium, del 28-IV-1962 (AAS 54 [1962] 241-247). 
26 En AAS 57 (1965) 353-358. 
27 En AAS 58 (1966) 745-749. 
28 En AAS 61 (1969) 649-654. 
29 En AAS 66 (1974) 113-168. 
30 En AAS 95 (2003) 5-36.