Prólogo a la edición crítico-histórica de Santo Rosario

Autor
Javier Echevarría
Publicación
Rialp

(English translation)


PRÓLOGO

La publicación de la edición crítico-histórica de “Santo Rosario”, de San Josemaría Escrivá de Balaguer, me llena de especial alegría. La esperaba con ilusión y agradezco especialmente su trabajo al equipo de personas que, bajo la dirección del profesor Pedro Rodríguez, la ha llevado a cabo.

Después de “Camino”, la obra más difundida de San Josemaría, era lógico que viera la luz la edición crítica de “Santo Rosario”, libro publicado por vez primera, muy modestamente, en 1934. En este estudio se explica ampliamente la génesis de lo que el autor solía considerar como “un folleto para ayudar a hacer oración”. Ésa fue la principal razón que le movió a enviar a la imprenta las consideraciones que, después de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, había redactado de un tirón en los primeros días de diciembre de 1931[1]. Deseaba transmitir a todas las personas, y especialmente a quienes se formaban al calor de su mensaje espiritual en aquellos primeros años del Opus Dei, un poco de su propia experiencia y, en concreto, mostrarles un modo accesible de hacer oración contemplativa sobre los misterios del Rosario.

Aunque se trata de un escrito de pocas páginas, ha cumplido y está cumpliendo con eficacia su finalidad. En efecto, innumerables personas, en las lenguas más diversas, con la ayuda de estas consideraciones, han aprendido a “meterse” en la vida de Jesucristo y de su Santísima Madre “como un personaje más” y a hacer verdadera oración; es decir, a no ser meros espectadores de una historia pasada, sino co-protagonistas de las escenas evocadas por los misterios del Rosario; mujeres y hombres que reviven en su espíritu los acontecimientos de la historia de la salvación[2].

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Un conocido biblista norteamericano, arribado al Catolicismo tras una larga experiencia en la comunidad evangélica de su país, no duda en afirmar que «la Biblia fue siempre para San Josemaría el lenguaje referencial primario. Estaba familiarizado con las enseñanzas de los Padres y Doctores de la Iglesia, dominaba la teología escolástica y se mantuvo al corriente de las tendencias de la teología contemporánea, pero es a la Escritura donde volvía una y otra vez en su predicación y en sus escritos y hacia donde dirigía a sus hijos espirituales del Opus Dei»[3]. Y añade este especialista: «San Josemaría practicó y predicó un camino particular de aproximación a las Escrituras en la oración. Se trata de un camino intensivo, más que exhaustivo (...). A través de la lectura de las Escrituras llegará la gracia de la transformación, de la conversión. Leer la Biblia no es un acto pasivo, sino que comporta una activa búsqueda y el posterior encuentro»[4].

Otro experto en Teología bíblica explica que «el autor envuelve al lector en su acercamiento al texto bíblico. Muestra su experiencia personal al lector y le invita a buscar por sí mismo los modos de aprender de Cristo»[5]. En definitiva, «Jesús no es una figura admirable que sólo una imaginación creativa puede reconstruir entre los restos arqueológicos de hace más de dos mil años, sino que Jesucristo resucitado vive también ahora, y busca también en nuestro tiempo discípulos que vivan junto a Él y trabajen a su lado. Es más, mujeres y hombres que, identificados con Cristo, lo hagan presente en el mundo»[6].

Esto es posible porque —como le gustaba repetir al Fundador del Opus Dei, saboreando el texto de la epístola a los Hebreos— Cristo no es una figura del pasado, relegada al libro de la historia; al contrario: Iesus Christus heri et hodie idem, et in saecula! (Hb 13, 8). Jesucristo vive ahora y siempre, y es el mismo por los siglos de los siglos. Con su Santa Humanidad resucitada y glorificada por el Padre, por la potencia del Espíritu Santo, está presente en todos y en cada uno de los momentos de los siglos pasados, presentes y futuros, en la vida de los hombres, y nos dirige con su Providencia hasta la culminación final.

Estas reflexiones invitan a descubrir la hondura teológica de la predicación y de los escritos de San Josemaría, así como la profundidad de las consideraciones espirituales de “Santo Rosario”, expresadas con una original belleza en los modos de decir, como han puesto de relieve varios especialistas de preceptiva literaria.

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Muchos escritores e innumerables lectores consideran este libro como una verdadera joya desde el punto de vista literario, por su estilo y sus imágenes sugestivas; por la claridad de su prosa, que lo hace asequible a toda clase de personas, independientemente de su formación cultural o literaria; por la profundidad y sencillez con que expone las escenas evangélicas, con una sobriedad de palabras que dan al texto una notable incisividad.

Un conocido poeta y crítico literario español lo expresa de este modo: «Hay veces que nos parece que aquello que leemos en Mons. Escrivá lo acabamos de oír un poco antes —al fin y al cabo, todos nos manejamos con un puñado de palabras que mal recogemos en la Real Academia Española—. Pero no es así como parece. No es tan fácil esa prosa fácil de Mons. Escrivá; se nos hace fácil justamente porque tiene la rara virtud de ahondar en nosotros por caminos que parece que están hechos a nuestro lado. Hay veces que dice alguien: “Esto lo tenía yo en la punta de la lengua”. Pero no tenemos esas evidencias en la punta de la lengua; es en virtud de quien escribe bien, de quien escribe “nuevo”, de quien escribe con una nueva potencia, por lo que aquello que se nos dice parece que nos lo han dicho un momento antes, pero que tiene una trascendencia para siempre por su pensamiento, por su voluntad de acercamiento a las personas, por su poder de hacernos seres humanos que en un momento determinado unimos nuestra palabra con la suya»[7].

Otro conocido crítico literario, chileno, colaborador durante muchos años de uno de los diarios más apreciados culturalmente en América Latina, escribe que, en contraste con “Camino”, “Surco” y “Forja”, la conocida trilogía de consideraciones a modo de aforismos, los textos de “Santo Rosario” «presentan un valor literario de tipo poéticonarrativo: poético por la misma cualidad de sentido concentrado y máxima síntesis, y narrativo porque lo son de suyo los acontecimientos que constituyen su trama (...). Tiene aquí la palabra el singular narrador que, en escuetas pinceladas, recrea los sucesos históricos salvíficos por antonomasia, para arrancarles destellos cargados a la vez de dogma, emoción y exhortación, que ayudan a los cristianos a practicar las viejas devociones correspondientes: a orar y remover sus almas a partir de esos sucesos inagotables de la vida del Señor y de la Virgen»[8].

Otro especialista en preceptiva literaria, exponiendo las características de “Santo Rosario”, ha puesto de relieve que «es un discurso que se sitúa claramente como modelo acabado de logos pragmático. Son textos que hacen, más que dicen. ¿Qué hacen? Simplemente conducen a un lector empírico al encuentro con Dios. Mejor: el autor realiza a través del discurso diversos actos: el primero de ellos, hacer que el receptor o lector contemple. Naturalmente, nos encontramos en este caso con textos que tienen belleza literaria, pero no es ésta la finalidad principal que quiso lograr el autor. La finalidad no es sólo estética. Hay un deliberado propósito de conmover al lector y sumirlo en la contemplación»[9].

José Miguel Ibáñez-Langlois, después de analizar el ritmo y desarrollo de “Santo Rosario”, concluye: «Como en toda obra de arte bien hecha, la resolución de sus problemas expresivos parece fácil. Pero esos problemas eran, en este libro, sumamente difíciles: temas evangélicos mil veces leídos y meditados, que debían describirse, glosarse y hacerse participar por la piedad de los lectores, en un espacio muy breve. El desafío fue resuelto de un modo en apariencia fácil —avalado por las pocas horas en que este libro se escribió de un tirón—, con un resultado de gran espontaneidad y hermosura. Su clave técnico-literaria, que lleva tras de sí el genio vivo del idioma, es —como ya sugerí— el punto de vista narrativo. Lo esencial de Santo Rosario como literatura es que, para introducirse en el corazón de los acontecimientos salvíficos como un maravillado testigo ocular, el autor ha sabido inaugurar en la palabra poética toda una perspectiva, un “punto de vista narrativo” en primera persona, con su correspondiente invención de personajes dialécticos, el yo y el tú, el narrador niño y el lector niño: perspectiva que es, a la par e inseparablemente, lírico-narrativa y espiritual-teológica»[10].

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El autor de “Santo Rosario” enseña en estas páginas a rezar, uniendo estrechamente la plegaria vocal y la oración contemplativa. Fiel a las enseñanzas de la rica tradición espiritual de la Iglesia, había escrito en “Camino”: «Despacio. —Mira qué dices, quién lo dice y a quién. —Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas. »Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios»[11].

Éste fue su consejo a lo largo de toda la vida: no separar las plegarias que se pronuncian con la boca (sobre todo las que componen el Rosario: Padrenuestro, Avemaría y Gloria) de la oración contemplativa, hecha “sin ruido de palabras” en la intimidad del corazón, hablando de tú a tú con Dios. En este sentido, me parecen especialmente significativas unas palabras suyas, en las que se refiere a hechos de su vida espiritual acaecidos en los años de 1930.

«Tenía por costumbre, no pocas veces, cuando era joven, no emplear ningún libro para la meditación. Recitaba, paladeando, una a una las palabras del Pater noster, y me detenía —saboreando— cuando consideraba que Dios era Pater, mi Padre, que me debía sentir hermano de Jesucristo y hermano de todos los hombres.

»No salía de mi asombro, contemplando que era ¡hijo de Dios! Después de cada reflexión me encontraba más firme en la fe, más seguro en la esperanza, más encendido en el amor. Y nacía en mi alma la necesidad, al ser hijo de Dios, de ser un hijo pequeño, un hijo menesteroso. De ahí salió en mi vida interior vivir mientras pude —mientras puedo— la vida de infancia, que he recomendado siempre a los míos, dejándolos en libertad»[12].

Estas palabras autobiográficas arrojan un haz de luz sobre el humus donde nace “Santo Rosario”. Este breve escrito —redactado en los primeros días de diciembre de 1931, como he recordado anteriormente—, es fruto del trabajo de la gracia divina en el alma dócil del autor. Ya en los meses anteriores, y especialmente desde el 2 de octubre, tercer aniversario de la fundación del Opus Dei, San Josemaría avanzó decididamente por la vía de la infancia espiritual. La había entrevisto en los años anteriores, tratando a millares de niños y de niñas a quienes preparaba para la Confesión y la Primera Comunión, cuando era capellán del Patronato de Enfermos (1927-1931). El Señor le concedió este don como respuesta a sus incesantes ruegos de mayor intimidad con Él, por intercesión de la Virgen y de los Santos Ángeles Custodios[13].

En los Apuntes íntimos, con fecha 1 de diciembre de 1931, mientras hacía una novena en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, anota la siguiente petición, que es como un clamor salido desde lo más profundo de su alma: «Madre Inmaculada, algo me darás, Señora, en esta novena a tu Concepción sin mancha. Ahora ya no pido nada —como no me lo manden—, pero te expongo este deseo de llegar a perfecta infancia espiritual»[14].

Éste fue el consejo que dio siempre a las personas que se acercaban a su labor sacerdotal, sin obligar a nadie a seguir el “camino de infancia” —¡era grande su amor a la libertad, también en la vida espiritual!—, que se difundiría mucho gracias a los escritos de Santa Teresa del Niño Jesús, especialmente a raíz de la canonización de esta Carmelita, en 1925.

Las consideraciones de “Santo Rosario” muestran hasta dónde puede llegar un alma sencilla (un “alma de niño”) en su trato con Dios y con la Madre de Dios. Lo había experimentado personalmente San Josemaría, y la introducción que escribió para este libro lo muestra claramente. Ahí descubre su “secreto”, que no va dirigido a personas de devoción fácil y sensiblera, sino a hombres y mujeres normales, que alguna vez alzaron su corazón a Dios gritándole con el Salmista que les diera a conocer sus sendas, para llegar más fácilmente hasta Él. Y he aquí su confidencia: «Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño. »Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños. »Y todo esto junto es preciso para llevar a la práctica lo que voy a descubrirte en estas líneas: El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor a María Santísima. »¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¿trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora»[15].

En estas líneas queda reflejada la intensa experiencia sacerdotal de San Josemaría en su labor con niñas y niños de los suburbios de Madrid. Fue ésa en verdad la “escuela” donde aprendió los rudimentos de la vida de infancia espiritual, que luego desarrollaría a fuerza de gracias sobrenaturales y de correspondencia generosa a los dones divinos, por intercesión de Santa María.

En algunas ediciones de esta obra (concretamente en las de 1952 y 1971), el autor añadió unas breves notas introductorias, insistiendo en el consejo que daba por los años 30 y subrayando al mismo tiempo la libertad espiritual de todos para recorrer la senda de la infancia espiritual. Y el 9 de enero de 1973, con ocasión de un nuevo aniversario de su nacimiento, añadió una nota más: «El rezo del Santo Rosario, con la consideración de los misterios, la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza y amor, de adoración y reparación»[16].

Eran años dolorosos para muchas almas, que se encontraban como perdidas entre las nieblas de una doctrina insegura y de una moral que perdía poco a poco el fundamento de la Ley de Dios. En esas circunstancias, el rezo y contemplación del Santo Rosario fue para San Josemaría —como había escrito en 1931— el arma espiritual en la que se apoyó para vencer en las batallas del espíritu, por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Y, con su incesante predicación, lo recomendó insistentemente a los centenares de millares de personas a quienes se dirigió en Europa y en América, en los últimos años de su vida.

Uno de los críticos literarios citados anteriormente, al final del prólogo al libro sobre la obra literaria de San Josemaría, escribe las siguientes palabras: «Doy gracias a Mons. Escrivá porque ha escrito como ha escrito: a ese Mons. Escrivá al que yo vi una vez —no sabía entonces que era él— por la calle de Santa Engracia donde yo vivía y que él frecuentaba el año en que fundó la Obra, el mismo en que yo vine a Madrid a terminar mi bachillerato. Gracias, Mons. Escrivá de Balaguer» [17].

Agradecimiento al que me uno de todo corazón, dirigiéndolo en última instancia a Dios por haber concedido a este hijo bueno y fiel, San Josemaría, tantos dones humanos y sobrenaturales, que puso siempre y sólo al servicio de las almas.

+ Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei

Roma, 7 de octubre de 2009, Fiesta de la Virgen del Rosario

 

 

[1]Cfr Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Rialp 1997, vol I, p. 409.

[2]Traducido a muchos idiomas, “Santo Rosario” ha ayudado a poblaciones muy lejanas de su lengua original a meterse por caminos de oración. Piénsese, por ejemplo, en las versiones en las lenguas gujerati (India), quechua (zona andina de América del Sur), swahili (África oriental) o tagalog (Filipinas).

[3]S. Hahn, Amar apasionadamente la Palabra de Dios. El uso de las Escrituras en los escritos de San Josemaría, en “Romana” 35 (2002/2) 376.

[4]Ibid., pp. 378-379.

[5]F. Varo, San Josemaría Escrivá, lector de la Sagrada Escritura, en “Romana” 40 (2005/1) 186.

[6]Ibid., p. 187.

[7]J. García Nieto, “Prólogo”, en Miguel A. Garrido (ed.). La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa 2002, p. 40.

[8]J.M. Ibáñez-Langlois, Josemaría Escrivá como es critor, Ed. Rialp, Madrid 2002, p. 63.

[9]A. Vilarnovo, “Santo Rosario: escena y contemplación en el discurso”, en M. A. Garrido (ed.), La obra literaria de Josemaría Escrivá, Eunsa 2002, pp. 88-89.

[10]J. M. Ibáñez-Langlois, cit., pp. 78-79.

[11]San Josemaría, Camino, n. 85.

[12]San Josemaría, Carta 8-X1I-1949, n. 41.

[13]Este itinerario espiritual se halla expuesto sumariamente en Vázquez de Prada, I, pp. 404-417.

[14]San Josemaría, Apuntes íntimos (1-XII-1931), n. 437.

[15]San Josemaría, Introducción a “Santo Rosario”.

[16]San Josemaría, Santo Rosario, Nota al lector, 9-I-1973.

<[17]J. García Nieto, cit., p. 44.