La oración es un elemento fundamental en la fe y vida cristiana. Por eso en la tradición eclesial, las imágenes sagradas dentro de las iglesias siguen siendo consideradas como “traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente”.
La oración es de máxima importancia para la fe cristiana. Lo mismo puede decirse del anuncio del Evangelio y de la predicación. Además, respecto a las obras de arte dentro de las iglesias, la idoneidad de las imágenes para la oración cristiana es esencial, como recordó el Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, 111, 122, 124-125, 127; Lumen Gentium, 67; Presbyterorum ordinis, 5).
En la tradición eclesial hasta hoy, las imágenes sagradas dentro de las iglesias siguen siendo consideradas como “traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia. Principios y orientaciones, 17-XII-2001, 240).
La naturaleza sensible de la percepción
A la vez hay argumentos antropológicos, porque la percepción humana comienza con los sentidos. Por eso, usar imágenes como medio de visualización de la “buena nueva” corresponde a la naturaleza sensible de la percepción. La observación pausada de una imagen podría realizarse como “oración de meditación”, o sea para meditar a través de ella. Este metodo facilita perfectamente la elevación de la mente a Dios o a los santos.
Pero no todas las obras de arte cristiano son recursos adecuados para la oración. En efecto, algunas tienen otra función. Las imágenes narrativas o simbólicas, por ejemplo, sirven más para la instrucción catequética o el razonamiento teológico. Sin embargo, hay imágenes que tienen gran valor para una reflexión orante acerca del Evangelio realizada ante ellas, o para la oración vocal del Rosario.
De todas formas, cabe señalar que la idoneidad de una imagen para la oración no puede tomarse como criterio objetivo para caracterizar una obra de arte como “cristiana”, porque tal idoneidad incluye también el parecer subjetivo. Hay quien puede meditar ante de cualquier tipo de imagen, mientras a otras personas les resulta difícil rezar incluso ante una imagen explícitamente creada para facilitar la oración.
Los aspectos iconográficos y estilísticos de la imagen parecen ser criterios objetivos y relevantes para la identidad cristiana de una imagen. Pero preguntar si se puede o no rezar bien ante ciertas imágenes, en realidad, no es referirse a una experiencia universal, sino más bien a experiencias subjetivas de cada observador. Depende mucho de la competencia de la persona, así como de su gusto, espiritualidad y estado de ánimo.
Experiencias espirituales y visión de fe
Sin embargo, a pesar de estos componentes subjetivos, es evidente que la contemplación de una imagen puede contribuir a la experiencia religiosa de muchas personas, también de no creyentes. Con mayor razón se puede decir de los fieles cristianos. Para ellos la oración es esencial, aunque hacen falta gran experiencia espiritual y visión de fe para poder realizar una autentica “oración de meditación” o “de contemplación”. Intervienen también la reflexión y emoción, la imaginación y el deseo.
Aquí se podría hablar de un especial valor pastoral de las imágenes, por que cuando una persona orante reza delante una imagen, puede fácilmente –en caso de distracción– volver su corazón hacia Dios. La mística bajomedieval y moderna ha reflexionado mucho sobre esta relación espiritual-comunicativa entre la imagen y el observador. En el contexto de las experiencias místicas se ha cultivado la compasión (“compassio”) y la oración (“colloquium”) ante las imágenes.
Tres ejemplos serían la oración de san Francisco de Asís ante el “Crucifijo de San Damián” (1205) y el pesebre en Greccio (1223), la oración de los dominicos y cistercienses en Alemania (siglo XIV) marcada por las emociones ante las “imágenes de devoción“ (“Andachtsbilder”), y la contemplación viva en la mística española del siglo XVI (san Ignacio de Loyola, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús).
“Ya no caemos de rodillas”
Estas experiencias místicas en la historia de la espiritualidad, y también los mencionados principios antropológicos, siguen siendo válidos hoy, por lo menos en teoría. En la práctica, no obstante, parece que durante el siglo XX se ha perdido en gran parte el interés de los artistas contemporáneos por crear imágenes de devoción, tanto como el de los fieles cristianos por hacer oración ante imágenes, con excepción de los pocos santuarios cristianos donde se pueden venerar imágenes de culto. Ya a partir del Renacimiento aumentó considerablemente la percepción de las imágenes sagradas como objetos estéticos. Era la mirada estética de algunas élites culturales, que pudo popularizarse a partir del siglo XIX gracias a los museos públicos con su exclusiva orientación pedagógica, y aún más en el siglo XX a causa de la gran difusión de los medios de reproducción y de la expansión del turismo cultural.
De este modo, podría tener razón Georg W. F. Hegel, al decir “proféticamente” que había llegado el periodo en el que “por espléndidas que pudieran parecernos las efigies de los dioses griegos, y por mucha perfección que hallemos en las imágenes de Dios Padre, de Cristo y de la Virgen María, de nada sirve; ya no caemos de rodillas” (Lecciones sobre la estética, 1835-1838).
Por consiguiente, recuperar la sensibilidad perdida de hacer oración con una imagen será para la Iglesia un gran proyecto cultural y espiritual en el siglo XXI. Una posibilidad sería comenzar con imágenes que contengan un equilibrio estilístico entre la figuración y abstracción, como aconsejan los Papas Pío XII y Pablo VI, y la Declaratio del “esquema litúrgico” para la futura Sacrosanctum Concilium. Un ejemplo contemporáneo es la Madonna (2010) de Johann Hendrix en St. Hedwig (Essen, Alemania).