Introducciones a algunos libros del NT. Biblia de Nvarra
INTRODUCCIÓN 1 PEDRO
Después de la Carta de Santiago, cuyos destinatarios estaban más vinculados a las tradiciones judías, se encuentra la Primera Carta de San Pedro, un escrito dirigido a cristianos que mayoritariamente provenían de la gentilidad 1. Viene a ser como un enlace entre Jerusalén (Santiago), Asia Menor (Pablo) y Roma (Pedro) 2. Muestra la misión y cohesión de la primitiva Iglesia en medio de una sociedad alejada de Dios. Enseña lo que ha de ser la presencia cristiana en el mundo y las consecuencias que lleva el Bautismo para los cristianos que viven en un ambiente hostil. El Bautismo y la Cruz son los dos puntos de referencia constante a lo largo de este escrito.
La carta fue desde muy antiguo reconocida unánimemente como canónica. Hay ecos de ella en 1 Clemente (año 97), en la Carta a los Filipenses de San Policarpo, y en San Justino Mártir. El primer testimonio indirecto es el de Papías de Hierápolis 3. San Ireneo de Lyon (finales del siglo II) la cita varias veces, atribuyéndola explícitamente a San Pedro 4. Parece ser que Clemente de Alejandría (+ 214) fue el primero en escribir un comentario a esta carta, aunque no se conserva 5. Eusebio (+339 ó 340) resume la tradición cristiana hasta su tiempo, cuando afirma que la carta pertenece a aquellos escritos del Nuevo Testamento que son admitidos por todos, sin oposición alguna 6.
1. ESTRUCTURA Y CONTENIDO
No es fácil descubrir en la carta un esquema preciso. Con frecuencia los temas doctrinales se abordan al hilo de la exhortación. Con todo, la estructura básica podría ser la siguiente:
I. Saludo habitual (1,1-2) y un himno introductorio de acción de gracias (1,3-12), en el que se habla de la dignidad del cristiano, fundamento de la exhortación que sigue.
II. Cuerpo de la carta (1, 13-5,11), en el que, aun sin un guión estricto, cabe distinguir tres secciones y unas exhortaciones finales:
1. La primera sección (1,13-2,10) contiene elementos característicos de una catequesis bautismal. Es una vibrante invitación a buscar la santidad, consecuencia de la vocación recibida en el Bautismo, por el que el cristiano se hace miembro de un pueblo sacerdotal que es la Iglesia.
2. La segunda (2,11-3,12) señala las diversas obligaciones de los cristianos en las circunstancias hostiles en las que viven: deben llevar una vida ejemplar pública y privada, ante extraños y ante cristianos.
3. La tercera (3,13-4,19) desarrolla la actitud que debe tomar el cristiano frente a las persecuciones y contrariedades: el bautizado participa del misterio redentor de Cristo.
4. Al final de la carta (5,1-14), San Pedro dirige unas exhortaciones a los presbíteros y a todos los fieles, animándoles a confiar en el Señor.
2. COMPOSICIÓN
En el saludo inicial de la carta aparece como remitente Pedro, «apóstol de Jesucristo», que, según se dice más adelante, es también testigo de los sufrimientos de Cristo 7. La Tradición desde antiguo la atribuyó al apóstol San Pedro. Poco sabemos de él después de que se marchara de Jerusalén, en los primeros años de expansión de la Iglesia. Hay datos de que estuvo un tiempo en Antioquía y de nuevo en Jerusalén durante la asamblea apostólica 8, y de que, conforme a una segura tradición, estuvo al frente de la iglesia de Roma donde murió bajo el emperador Nerón. No consta, sin embargo, ni el momento de su llegada a Roma, ni el tiempo que permaneció allí, ni tampoco el año exacto de su martirio (año 64 ó 67). La fecha de composición de la carta se puede situar entre el 57/58 —año en que San Pablo escribe la Carta a los Romanos y en la que no hace referencia a Pedro (por lo que se supone que no se encontraba entonces en Roma)— y el año de su martirio. No obstante, tampoco puede descartarse una fecha algo posterior, si se entiende que fue redactada por Silvano 9, compañero de Pablo en la evangelización de Asia Menor, también llamado Silas 10, o algún otro discípulo, recogiendo la enseñanza de San Pedro. Se explicarían también así los puntos de contacto de esta carta con las cartas paulinas.
1 Pedro está dirigida a comunidades cristianas que vivían en diversas regiones de Asia Menor. El ambiente en el que se desenvolvían era adverso a su fe, lo que podía suponer un peligro para la perseverancia de los fieles. Probablemente, se trataba de la primera generación de cristianos en aquella región, en su mayoría conversos del paganismo 11, que hacía poco tiempo que habían abrazado la fe. De ahí también que se les recuerde constantemente su Bautismo 12.
Está escrita en un buen griego, casi de la misma calidad que el de la Carta de Santiago, con un rico vocabulario y un estilo sencillo pero cuidado. Como indica la despedida, fue escrita en «Babilonia», es decir, Roma, capital del Imperio, que simbólicamente solía llamarse así 13.
3. ENSEÑANZA
El objetivo fundamental del Apóstol parece haber sido consolar y exhortar a los cristianos a mantenerse firmes en la fe en medio de dificultades y persecuciones, recordándoles las consecuencias de la vocación a la que han sido llamados al recibir el Bautismo.
Las persecuciones
La circunstancias concretas que motivaron esta carta posiblemente fueron las persecuciones anteriormente aludidas. Eran pruebas de todo tipo, calumnias, injurias, insultos 14, etc. hasta el punto de que San Pedro llega a afirmar que se encuentran como en un incendio de sufrimiento 15 que puede hacerles vacilar. No es probable que se esté refiriendo a persecuciones oficiales: las de Nerón no se extendieron a las provincias de Asia Menor; y las que afectaron a todo el imperio bajo Domiciano (+ 96) y Trajano (+ 117) no sólo fueron más tardías, sino que seguramente hubieran sido evocadas con más viveza. Debe, más bien, referirse a vejaciones provenientes del ambiente social pagano, al que molestaba la conducta de los recién convertidos 16; de ahí las incomprensiones y discriminaciones que sufrían. Esta situación incómoda afecta a toda la comunidad frente a sus conciudadanos 17, pero se extiende también al ámbito familiar, donde los esclavos han de soportar injusticias de sus amos 18, y las mujeres intolerancias de sus maridos 19. La carta tiene unos claros acentos de consuelo y de exhortación. Las contrariedades que soportan no son inútiles: han de servirles para purificarse, sabiendo que es Dios quien juzga, no los hombres 20. Sobre todo, han de saber que los padecimientos —a imitación de Jesucristo— atrae¬rán muchos bienes, incluso la fe, a sus mismos perseguidores 21. El autor sagrado no se limita a dar consejos esporádicos de humildad 22, sino que —en coherencia con la doctrina del Señor 23— les llama bienaventurados y les anima a soportar con gozo los sufrimientos 24. Desarrolla una idea profunda y consoladora: el cristiano está incorporado a Cristo y participa de su misterio pascual; lo mismo que Jesucristo, para redimir a los hombres, ha sufrido la pasión y muerte y después ha resucitado a una vida imperecedera, también los cristianos alcanzarán su salvación y la de otros muchos, a través de las contradicciones. Jesucristo es el modelo, y es también el que da plenitud de sentido a las persecuciones que sufre el cristiano 25.
El Bautismo
Aunque explícitamente sólo mencione el Bautismo en una ocasión, Pedro alude repetidas veces a este sacramento, por el que se realiza la incorporación a Jesucristo y el comienzo de una vida nueva: Dios «por su gran misericordia nos ha engendrado de nuevo (...) a una esperanza viva» 26. A través de esas alusiones es posible descubrir elementos de la liturgia bautismal y de la catequesis que se impartía a quienes se acercaban al Bautismo. Tres aspectos pueden destacarse en sus enseñanzas: 1) El Bautismo lleva consigo un nuevo nacimiento: los cristianos han sido «engendrados de nuevo» de un germen incorruptible 27 y, «como niños recién nacidos» 28, deben vivir con bondad y sencillez, ansiando el alimento espiritual que les llega a través de la Palabra de Dios y de los sacramentos. 2) El Bautismo supone la liberación del pecado: los cristianos han roto con el pecado 29 y han pasado de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios, porque han sido rescatados «con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha» 30. Muchas referencias —sin citarlo expresamente— recuerdan el éxodo de los israelitas de la tierra de Egipto, como si aquella antigua liberación obrada por Dios prefigurara la que se opera en el Bautismo 31. 3) El Bautismo efectúa la salvación, prefigurada también en Noé. Es en este contexto la única vez que aparece en la carta explícitamente la palabra Bautismo 32. San Pedro no pretende un paralelismo exacto entre ambos acontecimientos, sino más bien señalar claramente la eficacia del sacramento del Bautismo. El agua por sí sola sirve para «quitar la suciedad del cuerpo» 33; el Bautismo limpia el alma del pecado original y de cualquier otro pecado, purificando el corazón de toda mancha, al bañar el cuerpo con agua pura 34.
Otras aspectos doctrinales
Sobre la base de la catequesis bautismal la carta recoge otros puntos doctrinales importantes para que los cristianos se mantengan firmes en la fe 35. Por un lado, señala la actividad de las tres Personas divinas 36, la divinidad de Jesucristo con el título de Kyrios-Señor 37, y su obra redentora: con su pasión, muerte y resurrección ha alcanzado la salvación para todos los hombres 38. Además, la Iglesia, aunque no aparece nombrada, está constantemente presente: los cristianos, hermanos entre sí 39, son las piedras vivas del edificio espiritual, cuya piedra fundamental es Cristo 40; son el nuevo pueblo sacerdotal que Dios ha constituido 41. Jesucristo es el pastor supremo, y, en su nombre, los presbíteros han de dirigir a las almas con desinterés y amor 42.
Por otra parte, la esperanza en la vida definitiva estimula a los cristianos en su peregrinación terrena 43; han sido regenerados para obtener una herencia incorruptible 44; las contrariedades y persecuciones que soportan son pasajeras, mientras llega la hora de la retribución definitiva y gloriosa de los fieles, y el castigo de los culpables 45. Esta esperanza es signo distintivo de los creyentes y han de estar prontos a dar razón de ella, dando testimonio de fe ante los demás ciudadanos con una vida ejemplar 46.
Finalmente, la referencia a la predicación de Jesús a los espíritus cautivos 47, es un texto muy importante para la doctrina del descenso de Cristo a los infiernos, testimonio de la universalidad de la Redención.
INTRODUCCIÓN 1 JUAN
Según una tradición que se remonta al siglo II, el apóstol San Juan escribió sus tres cartas en Éfeso, a la vuelta de su destierro de Patmos, al final del siglo I de nuestra era. De 1 Jn se hace eco ya San Policarpo hacia el año 150 citando la frase: «Quien no confiese que Jesús ha venido en carne...» 1. San Ireneo hacia el año 180 supone que la escribió el apóstol San Juan, pues cita pasajes de la carta atribuyéndolos al «discípulo del Señor» 2 Clemente de Alejandría, hacia el 200, además de escribir un comentario a 1 Jn, que nos ha llegado sólo fragmentariamente, la cita con frecuencia en sus obras, atribuyéndola de forma explícita al apóstol San Juan 3. Lo mismo hacen Orígenes (+ 253) 4, que subraya el parentesco entre el cuarto evangelio y la 1 Juan, y Tertuliano (+ hacia el 222) 5. Entre los antiguos catálogos o cánones de los libros inspirados aparece siempre esta carta, señalando a San Juan como su autor.
1. CONTENIDO Y ESTRUCTURA
En la estructura de la carta se pueden delimitar con bastante precisión un prólogo (1,1-4) y un breve epílogo (5,13), seguido de un apéndice (5,14-21). El prólogo, muy parecido al del cuarto evangelio, enuncia la idea fundamental de la carta: la comunión o unión del cristiano con Dios, que se manifiesta en la fe en Jesucristo y en la práctica de la caridad fraterna. Esta idea se resume en el epílogo: «Os escribo estas cosas, a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna» (5,13). No es fácil, en cambio, encontrar divisiones precisas para la parte central de la carta, porque el pensamiento se desarrolla como en forma de espiral: una y otra vez vuelve sobre las ideas fundamentales, iluminándolas desde ángulos diversos. Pueden, no obstante, distinguirse tres partes: 1) En una primera (1,5-2,29), que se inicia con el mensaje: «Dios es luz», se desarrollan las exigencias de santidad que requiere la vida cristiana, presentada como un caminar en la luz 6. 2) En la segunda (3,1-24), que se inicia con la declaración de la filiación divina del cristiano, se vuelve a exhortar acerca de las mismas exigencias, considerándolas como consecuencia de esa condición de hijos de Dios. 3) En la tercera (4,1-5,12), se desarrollan con nueva amplitud y profundidad los temas centrales de la carta, formando con ellos como un tríptico literario: la fe en Jesucristo (4,1-6), el amor (4,7-21) y, de nuevo, la fe en el Señor (5,1-12).
2. COMPOSICIÓN Y CONTEXTO HISTÓRICO
En la carta no se menciona el nombre del autor, ni el de los destinatarios; tampoco aparecen los saludos de costumbre, ni la despedida al final. Estos datos hacen suponer que se trata de una especie de carta circular enviada a las comunidades cristianas de toda una región. Según una tradición transmitida por San Ireneo 7, el apóstol San Juan, a la vuelta de su destierro en la isla de Patmos, pasó los últimos años de su vida en Éfeso, a la sazón capital de la provincia romana de Asia. Desde allí dirigía las diversas iglesias de Asia Menor, cuyos nombres se citan en el Apocalipsis (Ap 2-3).
Según esta tradición la carta tuvo que ser escrita después del año 95/96, cuando —bajo el imperio de Nerva— San Juan volvió de Patmos. Aunque los argumentos no son definitivos, la mayoría de los autores se inclinan a pensar que es posterior al cuarto evangelio, ya que parece suponer las enseñanzas allí expuestas. De las tres cartas del Nuevo Testamento que se adscriben a San Juan, ésta parece ser cronológicamente la última, escrita al finalizar el siglo I de la era cristiana.
Como se desprende de su contenido, algunos falsos maestros —«anticristos», «falsos profetas» que engañan, «hijos del diablo», les llama San Juan 8— habían surgido en el seno de aquellas jóvenes iglesias, y aunque probablemente ya se habían desvinculado de ellas 9, seguían amenazando con sus errores la pureza de la fe y de las costumbres cristianas. El Apóstol escribe con la finalidad de denunciar aquellas desviaciones y fortalecer en la fe a los creyentes. Tales desviaciones se referían a la Persona y obra salvadora de Cristo, negando que Jesús fuera el Mesías, el Hijo de Dios 10. Además, la insistencia de San Juan en que Jesucristo ha venido «en carne» 11 parece indicar que rechazaban la realidad de la Encarnación del Verbo de Dios 12. Junto a estos errores cristológicos, se propagaba también, en el plano moral, una visión equivocada de la vida cristiana: pretendían no tener pecado 13; afirmaban haber alcanzado un conocimiento especial de Dios, que les eximía de guardar sus mandamientos 14; decían amar a Dios y vivir en unión con Él, pero no amaban a sus hermanos 15. Frente a unos y otros errores el Apóstol deja clara su enseñanza.
3. ENSEÑANZA
La comunión con Dios
San Juan desarrolla ampliamente la doctrina de la comunión o unión del cristiano con Dios. El motivo debió de ser —al menos en parte— las pretensiones de los falsos maestros, que se arrogaban un conocimiento superior de Dios —gnosis—, desvinculado de la enseñanza cristiana tradicional, y una unión permanente con Él, merced a la cual no se consideraban obligados a guardar los mandamientos, en especial el de la caridad fraterna. Frente a tales errores, San Juan subraya que sólo quienes permanecen en comunión con los Apóstoles y aceptan su mensaje, pueden alcanzar la unión con el Padre y con el Hijo 16. Para describir esta comunión utiliza frases claras y audaces: conocer a Dios 17; estar en Dios 18 o en la luz 19; tener al Padre 20, o al Hijo 21, y por tanto la vida eterna 22; y, sobre todo, la expresión «permanecer» en Dios 23, que llega a su cumbre en las llamadas fórmulas de reciprocidad: «Permanece en Dios y Dios en él» 24.
El conocimiento amoroso de Dios se manifiesta en la observancia de sus mandamientos 25, de manera que quien «guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él» 26; especialmente resplandece en el mandamiento de la caridad fraterna 27. En una palabra: «El que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» 28.
La fe en Jesucristo
Desde el inicio 29 hasta el final 30, aparece una y otra vez la fe en la Persona y en la obra redentora del Hijo de Dios, Jesucristo. Tanto para combatir los errores, como para fortalecer a los cristianos en la fe recibida desde el principio, el Apóstol insiste en la divinidad de Jesucristo, en su Encarnación redentora y en su función de Mediador único entre Dios y los hombres. El prólogo resume ya las afirmaciones dogmáticas más importantes acerca de Jesucristo 31: es el Verbo 32 —es decir, la segunda Persona de la Santísima Trinidad— o el Hijo de Dios 33; afirma su existencia eterna junto al Padre 34, así como su Encarnación en el tiempo, insistiendo en la realidad de su naturaleza humana 35. Es la misma Vida imperecedera, que a través de Él se comunica a los creyentes. Estas afirmaciones se desarrollan a lo largo de la carta.
La caridad
Es tema central en la carta. San Juan utiliza tanto el sustantivo «amor» 36, como el verbo «amar» 37. Por dos veces afirma que: «Dios es amor» 38. Como dice San Agustín, en esta carta el Apóstol «dijo muchas cosas, prácticamente todas, acerca de la caridad» 39. Dios es amor porque en Sí mismo, en su vida intratrinitaria, es una comunidad viva de amor. San Juan llega a esa expresión como fruto de una meditación profunda —bajo la inspiración del Espíritu Santo— sobre el modo de obrar de Dios en la historia de la salvación, y especialmente en la Encarnación redentora: «En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida» 40.
La filiación divina
La comunión con Dios y la vida de la gracia recibida a través de Jesucristo constituyen al cristiano en hijo de Dios. «Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!» 41. Aunque distinta de la filiación natural de Jesucristo 42, la filiación divina del cristiano es una maravillosa realidad sobrenatural. Dios, por Jesucristo, da a los hombres su Vida, haciéndoles partícipes de su misma naturaleza divina 43: de ahí que San Juan hable con frecuencia de los cristianos como «nacidos de Dios» 44. No se trata, por tanto, de una relación meramente extrínseca, como un título honorífico o una simple adopción al modo humano: somos realmente hijos de Dios 45.
INTRODUCCIÓN 2 Y 3 JUAN
Estas dos cartas que, por su brevedad, se designan también como epístolas menores de San Juan, responden en su estructura al modelo de las cartas de la época en el ambiente grecorromano: tienen al principio un protocolo —con el nombre del remitente, los destinatarios y el saludo— y, al final, la despedida. El autor se presenta en ambas como «el Presbítero» 1. La segunda se dirige «a la Señora Elegida y a sus hijos» 2, expresión que es un modo figurado de designar a una iglesia local, muy probablemente de Asia Menor. La tercera va dirigida a un cristiano llamado Gayo 3, y quizás a través de él a un grupo de fieles. La gran difusión que tuvieron desde el principio —a pesar de su brevedad— constituye un testimonio implícito acerca de la autoridad de su autor. A esto se añaden los abundantes testimonios que, desde los tiempos más antiguos, atribuyen estas cartas al Apóstol San Juan. Así, San Policarpo (+ 156) —discípulo del Apóstol— en su Carta a los Filipenses 4 parece utilizar el texto de 2 Jn 7. San Ireneo (+ 202) —discípulo a su vez del anterior— cita 2 Jn 7 y 11, atribuyendo esta carta expresamente a San Juan 5. También Tertuliano (+ hacia el 222), testigo de la Iglesia en el Norte de Africa, alude a 2 Jn 7 6. Un testimonio indirecto se encuentra en Clemente de Alejandría (+ 214), que para introducir una cita de 1 Juan emplea la fórmula: «Juan en su epístola mayor...», dando a entender que conocía, al menos, otra carta menor del mismo autor 7. Citas explícitas de las dos cartas se encuentran en diversos escritores de los siglos III al V: San Dionisio de Alejandría 8, San Atanasio 9, San Cirilo de Jerusalén 10, San Gregorio Nacianceno 11, San Agustín 12, etc. Ambas cartas figuran junto con 1 Jn como obras del Apóstol San Juan en las más antiguas listas o cánones de los libros inspirados. Junto a este amplio consenso —reflejado en tantos testimonios provenientes de diversos lugares de la Iglesia—, hubo también en los primeros siglos algunas dudas acerca de la autenticidad joánica de estas dos cartas. Ya Orígenes (+ 253) menciona esas dudas existentes en su tiempo 13. Eusebio coloca ambas cartas entre los «escritos discutidos» del Nuevo Testamento, es decir, los que no eran admitidos por todos como canónicos 14, si bien él personalmente las aceptaba 15. Lo mismo cabe decir de San Jerónimo, que las consideraba auténticas, pero sin dejar de señalar las dudas al respecto que hubo en su tiempo 16. El origen de estas dudas es un texto de Papías de Hierápolis (escrito hacia el año 130) que menciona a un Juan «el presbítero» distinto, al parecer, de Juan «apóstol» 17.
1. CONTENIDO
En 2 Jn los destinatarios son la «Señora Elegida y sus hijos» (v. 1). Lo más probable es que no se trate de una noble dama cristiana y su familia, sino de una iglesia local. De manera semejante, en la despedida se llama «tu hermana Elegida» (v. 13) a la comunidad cristiana desde donde escribe el Apóstol, probablemente Éfeso. Las recomendaciones que hace el autor coinciden con los temas tratados más ampliamente en 1 Jn: el amor fraterno y la observancia de los mandamientos (vv. 4-6), y el cuidado frente a los seductores (vv. 7-11). Ante éstos, que «no confiesan a Jesucristo venido en carne» (v. 7), el Apóstol exhorta a los fieles a permanecer en la doctrina de Cristo (v. 9), que es el Hijo del Padre (v. 3), para vivir así en comunión con el Padre y el Hijo (v. 9).
3 Jn va dirigida a un cristiano de nombre Gayo (v. 1), del que no tenemos más noticias. San Juan le elogia por ser un verdadero cristiano (vv. 3-4), lo cual demostraba practicando la hospitalidad con los enviados por el Apóstol (vv. 5-8), expresando así al mismo tiempo su respeto por la persona de San Juan. Esta actitud contrasta con la de Diotrefes, que debía de ser el que dirigía aquella comunidad (v. 9): éste no acata la autoridad del Apóstol, ni recibe a sus enviados, e incluso se atreve a excomulgar a quienes lo hacen (vv. 9-10). Por esta razón, una carta que el Apóstol había escrito anteriormente (v. 9) no había surtido ningún efecto. También se nombra a un cierto Demetrio, probablemente el portador de la carta, y del cual «todos dan testimonio» (v. 12). Suele suponerse que Demetrio tenía el encargo o bien de reemplazar a Diotrefes en el gobierno de la comunidad, o bien de instituir a Gayo en este cargo.
2. COMPOSICIÓN Y ENSEÑANZA
Además de los testimonios de la Tradición, también las semejanzas de expresión y contenido de ambas cartas con la primera y el cuarto evangelio, hablan a favor de la paternidad literaria de San Juan. En efecto, no cabe duda de que las dos epístolas son del mismo autor: basta comparar el saludo inicial y la despedida, con formulaciones casi idénticas 18. Por otra parte, ambas, particularmente la segunda, contienen una serie de locuciones e ideas que son características de San Juan. Así, son típicamente joaneos los giros: «amar de verdad» 19; «conocer la verdad» 20; «permanecer en Cristo» o «en la doctrina de Cristo» 21; «poseer al Padre y al Hijo» 22; referirse a la primera enseñanza cristiana con el giro «como habéis oído desde el principio» 23; la insistencia en el amor fraterno —«amémonos unos a otros» 24—, mandamiento que no es nuevo, sino que lo tenemos desde el principio 25; el amor a Dios consiste en guardar sus mandamientos 26; quien obra el bien, «es de Dios» 27, mientras que quien obra el mal, «no ha visto a Dios» 28. En las dos primeras cartas se habla de los «muchos anticristos», «falsos profetas» o «seductores» que han aparecido en el mundo 29; son quienes «no confiesan a Jesucristo venido en carne» 30. También en las dos el Apóstol expresa el deseo de que «nuestra alegría sea completa» 31. Como se ve, apenas hay un versículo de 2 Jn que no tenga su paralelo en 1 Jn. De hecho, suele considerarse la segunda como un primer esbozo —o bien como un resumen— de la primera.
A falta de otros datos de la Tradición, se puede suponer razonablemente que estas cartas fueron escritas en los últimos años del siglo I, como una advertencia en momentos en que el peligro de los herejes y disidentes no era aún tan grave como revela 1 Jn.
INTRODUCCIÓN APOCALIPSIS
El Apocalipsis cierra la colección de libros de la Sagrada Escritura. Se puede ver en él cierto paralelismo con el libro el Génesis con el que se abre la Biblia. Los últimos capítulos de Ap aluden en concreto al río que regaba el paraíso (cfr Gn 2,6; Ap 22,1) y al árbol de la vida (cfr Gn 2,8; Ap 22,14).
Los testimonios más antiguos del Apocalipsis se remontan al siglo II, y son unánimes en reconocer al Apóstol Juan como autor del libro. San Justino, hacia el año 150, refiere que «un hombre, llamado Juan, uno de los apóstoles de Cristo», había recibido las revelaciones que se contienen en el Apocalipsis 1. De la misma época es un comentario al Apocalipsis escrito por San Melitón, Obispo de Sardes, del que tenemos noticia por Eusebio de Cesarea 2. Otros autores de ese mismo siglo atestiguan la autenticidad del Apocalipsis, como Papías, Obispo de Hierápolis 3, y San Ireneo, que lo cita con frecuencia 4. En el siglo III, Orígenes de Alejandría dice que el autor del Apocalipsis escribió también el evangelio y tuvo la dicha de apoyar su cabeza en el pecho de Jesús 5. Tertuliano, en Occidente, también atribuye el Apocalipsis a San Juan 6. No obstante, en este período hubo voces discordantes, como la de un presbítero de Roma llamado Gayo que consideraba que el Apocalipsis fue escrito por Cerinto, un gnóstico contemporáneo de San Juan 7, y algunos autores de ese tiempo, llamados álogoi por negar a Cristo como Logos 8. Dionisio de Alejandría, a mediados del siglo III, no aceptaba la canonicidad del Apocalipsis, porque los milenaristas recurrían a él para defender su error 9; pero en el siglo IV, San Atanasio, obispo de Alejandría, lo reconoce como canónico, usándolo en su lucha contra los arrianos 10. San Basilio y San Gregorio de Nisa aceptan asimismo la tradición en favor de la autenticidad. Sin embargo, en la escuela antioquena hubo reticencias en aceptarlo y prescinden de él San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo, Teodoreto y otros. Eusebio de Cesarea se muestra indeciso 11. Esta ambigüedad de algunos escritores de la Iglesia oriental queda paliada por la unanimidad de la Iglesia latina, que lo admitió siempre como -canónico y auténtico. Una vez desaparecido el peligro de la herejía milenarista, se aceptó unánimemente hasta Lutero, quien, en un primer momento, negó la autenticidad y canonicidad del libro, pero posteriormente la aceptó 12.
1. CONTENIDO Y ESTRUCTURA
En el libro se aprecian dos partes claramente diferenciables: una formada por las cartas dirigidas a las siete iglesias de Asia (1,4-3,22); otra compuesta por las visiones escatológicas (4,1-22,15). Ambas partes van precedidas de un prólogo, en el que se presenta el autor y el libro (1,1-3), y se cierran con un epílogo a modo de conclusión, que contiene un diálogo entre Jesús y la Iglesia, y unas advertencias al lector con la despedida (22,16-21).
La parte dedicada a las cartas se inicia con un saludo epistolar solemne (1,4-8), sigue una introducción en la que se expone que Cristo glorioso le ordena a Juan escribir (1,9-20), y finalmente recoge las cartas a las iglesias de Éfeso (2,1-7), Esmirna (2,8-11), Pérgamo (2,12-17), Tiatira (2,18-29), Sardes (3,1-6), Filadelfia (3,7-13) y Laodicea (3,14-22).
La parte dedicada a las visiones se inicia con una visión introductoria en la que el autor contempla a Dios en su gloria, desde donde dirige los destinos del mundo y de la Iglesia. Éstos constituyen un misterio que únicamente Cristo puede desvelar, pues es el único capaz de abrir los siete sellos (caps. 4-5). Después viene como una primera sección, en la que se presentan los acontecimientos previos al desenlace final, descritos al hilo de una serie de visiones que culminan en la de la séptima trompeta (6,1-11,14). Con el sonido de ésta comienza a desarrollarse, como una segunda sección, la concerniente a la victoria de Cristo sobre los poderes del mal y a la glorificación de la Iglesia (11,15-22,5). Primero son presentados los contrincantes: la Iglesia y el Cordero de un lado; la serpiente y las bestias de otro (12,1-16,21). Después se anuncian los castigos que éstos recibirán, previos a su derrota (17,1-18,24), y se describe la alegría que ésta causa en el cielo (19,1-10). Luego vienen los combates con el -resultado del triunfo de Cristo, el Juicio final y la aparición de la nueva creación y la Jerusalén mesiánica (21,1-22,5). Por último se da al vidente el encargo de dar a conocer las visiones (22,6-15).
A lo largo de la segunda parte hay temas que parecen repetirse, como los castigos previos al fin 13, el triunfo de los elegidos 14, la caída de Babilonia 15, y otros. También a veces se interrumpe bruscamente el relato de una visión para dar paso a otra 16. En ocasiones se encuentran temas que parecen romper el ritmo de la narración, como el de los dos testigos 17, o el de la mujer celeste 18. Además el autor parece exponer en cada una de las visiones la totalidad de su mensaje, sin que se sienta obligado a seguir criterios de orden temático o cronológico, usuales en obras de otro género. Mediante algunos recursos literarios, consigue dar al libro un aspecto de novedad creciente que mantiene en vilo la atención del lector hasta el final. Así, utiliza como elemento literario básico el número siete; tras las siete cartas a las siete iglesias 19, contempla un libro sellado con siete sellos 20, oye el sonar de siete trompetas 21 y ve derramarse sobre la tierra el contenido de siete copas: las siete ¬plagas 22.
2. COMPOSICIÓN
Al comienzo del libro, en 1,9-10, se refieren las circunstancias en las que escribe el hagiógrafo: «Yo, Juan, vuestro hermano que comparte con vosotros la tribulación... en la isla que se llama Patmos... un domingo...». Patmos es una pequeña isla del mar Egeo, parte del grupo de las Esporadas. Era un domingo, «día del Señor», cuando escribe, el día que los cristianos —desde los comienzos de la Iglesia— dedicaban al culto divino, en lugar del sábado judío. San Ireneo estima que fue escrito al final de la época de Domiciano, hacia el año 96 23; opinión que se confirma por los datos que ofrece el libro. En efecto, después de los años 70 fue cuando el primer día de la semana cristiana comenzó a llamarse Dies Domini, o «Domingo», y por otra parte el desarrollo de las comunidades de Asia Menor reflejado en el Apocalipsis, supone una etapa avanzada de la implantación de la Iglesia. El libro va dirigido a «las siete iglesias que están en Asia» 24. Parece que se trata de un número simbólico y que, en realidad, el libro está destinado a la Iglesia universal.
La finalidad de la obra es poner en guardia a los cristianos contra los serios peligros que existían para la fe y, al mismo tiempo, consolar y animar a cuantos sufrían el peso de la tribulación, debida sobre todo a las terribles y largas persecuciones de Domiciano. Las primeras herejías hacían ya estragos en aquellas comunidades: los nicolaítas propugnaban un cierto conformismo con la idolatría y las costumbres paganas 25, y se apreciaba la pérdida del fervor primero 26 y el decaimiento de la caridad 27. La persecución provenía tanto de los judíos como de los paganos. A los primeros se les denomina «sinagoga de Satanás» y falsos ju¬díos 28. Los paganos habían emprendido ya la primera gran persecución con Nerón, cuyo recuerdo pervive a fines del siglo I 29. Ante aquella situación de injusticias y crueles atropellos, San Juan trata de consolar a los cristianos y de mantener viva la esperanza en el triunfo final de Cristo y de cuantos le sean fieles, hasta la muerte si fuera preciso 30.
El género que utiliza el autor del Apocalipsis es similar al de otras obras de su tiempo, judías o cristianas, que se distinguen especialmente por dos rasgos: a) abordar el tema de los últimos tiempos, cuando triunfará el bien y será aniquilado el mal; b) recurrir a simbolismos del reino animal, de la astrología, de expresiones numéricas, etc., para describir la historia pasada y presente, proyectándolos a la vez a los tiempos finales. Son obras que precisamente por su parecido con la de San Juan han recibido el nombre de «apocalipsis». Por el contenido y por la forma estas obras son una derivación tardía de la literatura profética, pues ya los profetas anunciaban el «día del Señor» 31 y empleaban imágenes simbólicas para expresar su mensaje 32. Además, en los apocalipsis las visiones se entremezclan con recomendaciones de orden moral, con invitaciones a la reflexión y con promesas de bienaventuranza o castigo futuros. El Apocalipsis de San Juan, se presenta, en efecto, como una «profecía» 33, y, aun empleando normalmente un lenguaje y unos simbolismos similares a los apocalipsis judíos, su mensaje presenta una dimensión distinta: la que adquiere la historia humana bajo el señorío de Cristo, reconocido y celebrado en la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, que en el presente sufre, como su Señor, la persecución por parte de las fuerzas del mal. Para el autor del Apocalipsis el desenlace final ya ha sido desvelado en la Resurrección y Ascensión de Cristo, y se está preparando a lo largo de la historia mediante la santidad, las buenas obras y el sufrimiento de los justos. Al final llegará el triunfo definitivo de Cristo y la exaltación de la Iglesia en un mundo nuevo, donde ya no habrá llanto ni dolor 34.
3. ENSEÑANZA
La afirmación central del Apocalipsis es la segunda venida del Señor —la Parusía— y el establecimiento definitivo de su Reino al final de los tiempos. En torno a esta afirmación está su enseñanza sobre Dios, Jesucristo, el Espíritu Santo, los ángeles y la Iglesia.
A Dios se le llama «el Alfa y la Omega», «el principio y el fin» 35, también «aquel que es, que era y que ha de venir» 36. Son expresiones que explicitan el nombre de Yhwh, «Yo soy el que soy», revelado a Moisés 37. Se enseña así que Dios es el que era ya en el pasado —su eternidad—; el que es —que está actuando desde la creación del mundo hasta hoy—; y el que ha de venir, es decir, seguirá presente en el tiempo futuro, con una presencia dinámica y salvadora que no cesará jamás. Nada se escapa a su providencia divina; es Padre justo y veraz que se mostrará a sí mismo como herencia del vencedor: «Yo seré para él Dios, y él será para mí hijo» 38. Al final, su poder creador y su amor infinito llevarán a Dios a restaurar todo y a crear un mundo nuevo 39. También es Juez universal e inapelable, a cuyo juicio nadie podrá escapar 40.
A Jesucristo se le presenta constantemente como el redentor mediante su muerte en la cruz 41. Especialmente destaca la figura grandiosa y humilde del Cordero, que, con frecuencia, aparece «inmolado» 42, víctima del sacrificio por excelencia. Sin embargo, predomina el aspecto glorioso bajo el símbolo del Cordero que está en el trono sobre el monte Sión, de donde fluye el río del agua de la vida 43. Él será quien apaciente y guíe a su Pueblo, acompañado por los vencedores 44. Le combatirán, pero El acabará venciendo a sus enemigos 45. Es digno de recibir el poder y la gloria, de ser adorado por la creación entera 46. Jesucristo recibe también el título de «Hijo de hombre», destinado a recibir el dominio y poderío sobre todas las naciones y lenguas 47. Es «Señor de señores y Rey de reyes» 48; está por encima de los ángeles a quienes envía y, a diferencia de ellos, recibe el culto de adoración que sólo a Dios corresponde 49.
Al Espíritu Santo se alude en distintos momentos. Así cuando se habla de los siete espíritus que están delante del trono, o de las siete lámparas encendidas 50, y cuando se dice que Él habla a las iglesias 51. Al final, la voz del Espíritu se une a la de la Esposa para suplicar la venida de Cristo. El Espíritu Santo viene presentado en función de la Iglesia, a la que alienta con su palabra y anima con un impulso interior que la empuja a suplicar la venida del Señor.
La Iglesia está presente, de modo más o menos explícito, a lo largo de todo el libro. Se enseña que es una y universal, la Esposa de Cristo que clama con insistencia suplicante la venida del Señor 52. Es presentada bajo diversas imágenes, cuyo simbolismo nos ayuda a comprender su belleza y grandiosidad. Así se habla de la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que está junto a Dios, llamada también Ciudad Amada 53, y cuya gloria y esplendor se describen con todo lujo de detalles 54. Es llamada Templo de Dios, donde está el Arca de la Alianza y donde da culto a Dios la multitud incontable de los elegidos 55. La Mujer que el vidente contempla en el cielo 56, aunque puede interpretarse referida a la Santísima Virgen o al antiguo Israel, puede significar ante todo a la Iglesia, sometida a grandes tribulaciones.
Pero la Iglesia también se presenta como una realidad localizada en las diversas ciudades del Asia proconsular 57. Estas comunidades no constituyen una iglesia distinta de la Iglesia como tal, más bien puede percibirse ya, de alguna manera, la idea de que la Iglesia universal se hace presente en las comunidades de creyentes, «como partes que son de la Iglesia única de Cristo» 58.
Los ángeles tienen un papel importante a lo largo del libro. Están en el Cielo, en la presencia de Dios, tributando alabanza sin cesar a Dios y al Cordero 59, e intercediendo por los hombres 60. Son mediadores de la ¬revelación divina 61; los encargados de proteger a los hombres 62, y los que están al frente de las iglesias 63, si bien estos últimos podrían ser la representación simbólica de los obispos de esas iglesias, cuya función era fundamentalmente la de velar por ellas. También son en ocasiones los ejecutores de los castigos divinos 64. Encabezados por el arcángel San Miguel, libran en medio de los Cielos la gran batalla del Bien contra el Mal 65, contra «aquel gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás, que seduce a todo el universo» 66. Pero esa lucha se prolonga por toda la historia. Así se dice que los demonios, desatados por algún tiempo y libres por la tierra, suscitan guerras y extravíos entre los hombres 67, pero al final serán arrojados en los infiernos donde serán atormentados por siempre 68.
4. INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS
Por su carácter especialmente simbólico, el Apocalipsis ha recibido diversas interpretaciones a lo largo de los siglos.
En época antigua se comprendió sobre todo como una descripción anticipada y profética de la Historia de la Iglesia, viendo anunciados en sus palabras los momentos más importantes por los que ha pasado, o tiene que pasar aún la Iglesia hasta que llegue el reino de mil años que Cristo y sus seguidores han de instaurar antes del fin del mundo, según se anuncia en Ap 20,1-7 entendido al pie de la letra. Esta interpretación tuvo su vigencia en los primeros siglos y en el medioevo. Fue corregida a partir del siglo XVIII por quienes veían en el contenido del libro sólo un anuncio y premonición para los últimos tiempos, para la época escatológica. Esta interpretación es mantenida actualmente por algunos autores.
En contraste con esas interpretaciones también se ha comprendido el Apocalipsis como un libro que contiene exclusivamente la historia contemporánea de San Juan, y que da cuenta de las persecuciones y dificultades de la Iglesia en su tiempo. Esta interpretación se inicia en el siglo XVI, y hoy tiene sus seguidores en la crítica racionalista.
La interpretación más común actualmente y más acorde con el texto y con la Tradición es la que entiende el Apocalipsis como una visión teológica de toda la Historia, subrayando su aspecto trascendente y religioso. San Juan presenta la situación de la Iglesia en su época, y una amplia panorámica de los últimos tiempos; pero con la particularidad de que esos tiempos definitivos se han inaugurado ya con la venida de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.