En 2018 unos profesores prepararon y lograron que les publicaran varios artículos científicos falsos para poner de manifiesto la falta de rigor y de consistencia de algunas teorías en boga. Dos de ellos, Helen Pluckrose y James Lindsay, publicaron después Cynical Theories (Swift Press), un libro sobre los orígenes y las bases filosóficas de corrientes como la ideología woke o la Teoría Crítica de la Raza. Todo parte de la Critical Theory, que los autores nombran siempre con mayúsculas y de la que examinan sus profundas fallas y sus efectos sociales dañinos. Aceprensa
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Tal como está planteado, es un libro útil para el mundo académico –es riguroso y las referencias bibliográficas son muchas– que, por su claridad expositiva y su buen humor irónico, es también una excelente guía para comprender lo que hoy está ocurriendo a nuestro alrededor.
Los autores hablan primero del pensamiento posmoderno y de que sus principios fundamentales sostienen que el conocimiento objetivo es imposible y es una construcción de los poderosos, y que la sociedad está basada en sistemas de dominio y en privilegios que deben ser derribados. Después detallan cómo esas ideas, formuladas solo con fines deconstructivos en una primera fase, entre 1965 y 1990, terminaron impregnando muchos discursos y muchas acciones políticas, dando paso a una segunda fase, de “posmodernismo aplicado”, en las décadas de 1980 y 1990, que fue fragmentándose luego en la Teoría Poscolonial, la Teoría Queer, la Teoría Crítica de la Raza, el Feminismo Interseccional, y estudios sobre la Discapacidad y sobre la Obesidad.
De cada uno de esas doctrinas indican sus orígenes, sus voces más representativas, y las formas en que cada teoría utiliza el principio posmoderno del conocimiento –que rechaza la verdad objetiva en favor de un constructivismo cultural–, y el principio posmoderno político—para el cual el mundo está dominado por sistemas de poder que determinan lo que puede ser conocido—. Explican cómo, en cada una de esas versiones, se revelan cuatro temas primarios del pensamiento posmoderno: la difuminación de las fronteras, la creencia en el poder del lenguaje, el relativismo cultural y la negación de lo universal y lo individual frente a la identidad del grupo.
La Teoría Crítica tiene todos los rasgos de una fe cínica que se desea imponer fanáticamente
Posteriormente, más o menos desde 2010, comienza una tercera fase de esta Teoría Crítica –cuyos orígenes se remontan a los pensadores de la Escuela de Fráncfort en los años treinta–, que se caracteriza por un fuerte activismo en busca de la llamada Justicia Social, que los autores también mencionan siempre con mayúsculas. Hablan de sus aspectos académicos y teóricos primero, los presentan luego “en acción”, matizan cómo esta Justicia Social no es de origen posmoderno pero cómo, sin embargo, trata los principios posmodernos citados atrás como verdades fundamentales, como ideas que se dan por sentadas y que la gente “simplemente sabe” que son verdaderas.
Del ámbito académico a la vida cotidiana
Los textos de la Justicia Social están detrás de todas esas afirmaciones, hoy tan frecuentes, de que realidades como el patriarcado y la supremacía blanca, entre otras, necesitan ser identificadas, condenadas y desmanteladas. Sus teóricos sostienen que todos los blancos son racistas, que todos los hombres son sexistas, que el sexo no es biológico, que el lenguaje puede ser violento, que la negación de la identidad de género está matando personas, que el deseo de remediar la discapacidad y la obesidad es odioso, y que todo necesita ser descolonizado.
Frente a esta ideologizada Justicia Social, que tiene todos los rasgos de una fe cínica que se desea imponer fanáticamente, que no tiene la capacidad de autocorregirse y que acaba siendo tan destructiva como lo han sido las ideologías colectivistas, Pluckrose y Lindsay hablan, en el último capítulo de su libro, de la superioridad de una democracia liberal planteada como un sistema de resolución de conflictos que permite la libertad de pensamiento y de debate sin trabas y que trata de modo equitativo a la gente sea cual sea su identidad. Vuelven a repasar los principios y los temas de la posmodernidad que han tratado en los capítulos previos para concluir con varios ejemplos que muestran cómo los medios con los que la Teoría Crítica propone abordar las injusticias sociales son, como mínimo, inadecuados y, normalmente, equivocados y dañinos, tanto para las personas como para las causas que dicen defender.
Los autores presentan los conceptos básicos de modo repetitivo, algo que para muchos lectores puede redundar en una mayor claridad, y, a pesar de lo que parece sugerir el título, no entran en cuestiones personales acerca de la coherencia intelectual o vital de quienes defienden cada teoría, o de los intereses económicos y de ascenso social que pueden moverles. Indican que, aunque hablan de ideas que solo pueden crecer entre académicos “iluminados” y entre personas acomodadas que tienen solucionadas sus vidas, nadie debe verlas como lejanas, pues ya es patente su presencia en la vida cotidiana de nuestras sociedades. También explican las bases reales y las razones sobre las que se apoyan, en su inicio, algunas demandas de justicia –por ejemplo, el racismo en los Estados Unidos–; pero a la vez dejan claras la inconsistencia intelectual y las contradicciones fragrantes de las Teorías Críticas que se proponen, y las peligrosas ínfulas totalitarias de muchos que las promueven.