El autor repasa algunas de las principales claves de la vocación matrimonial recogidas en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá. Omnes
a sobresaliente valoración del matrimonio que hace San Josemaría ya está presente en San Pablo (1 Tim 4, 3-5), pero es redescubierta y desarrollada en su mensaje, como camino de santidad.
Sus enseñanzas superan el ámbito meramente especulativo. San Josemaría es sobre todo pastor y maestro de vida cristiana. Y no sólo ha hablado de la posibilidad de hacerse santos en el estado matrimonial, sino que ha guiado —primero personalmente, y después a través de otras personas— a millares de personas por este camino de santificación. En este sentido, ha contribuido a la difusión, en el seno de la Iglesia, de la llamada a la santidad en el estado matrimonial. Por esta razón su enseñanza constituye, indudablemente, una piedra miliar en la historia de la espiritualidad.
Como consecuencia del sacramento el marido y la mujer pueden transformar el amor humano en amor sobrenatural. Por tanto el matrimonio es manifestación y revelación del amor de Cristo por la Iglesia.
La mayoría de los cristianos están llamados a santificarse en la vida familiar. Pero, podemos preguntarnos, ¿qué fuerzas y capacidades concretas se encuentran en el hombre y qué dones debe recibir para que se produzca el desarrollo de la vida espiritual?
La perfección de la vida cristiana no es una mera imitación exterior, sino que busca la identificación con Cristo. Hemos procurado presentar en qué consiste la santidad en la vida familiar y qué es lo que cambia en quien la pretende.
San Josemaría enseña que el fundamento para la santificación de la vida familiar del cristiano es el sentido de la filiación divina. A su vez la libertad es un don para alcanzar el fin de la identificación con Cristo, que se desarrolla con la práctica de las virtudes teologales y morales.
La filiación divina y la libertad son condición permanente del sujeto que quiere crecer en su amor a Dios, y está así dispuesto para desarrollar las virtudes.
El sentido de la filiación divina, unido al ejercicio de la libertad, es la base del crecimiento en las virtudes que configuran al cristiano con Cristo.
La vocación cristiana se desarrolla por tanto con la gracia de Dios, pero también con las virtudes teologales y morales. La trascendencia del fin al que el hombre está llamado hace necesario que amplíe las fuerzas o virtudes de que está dotado.
Las virtudes teologales deben informar toda la vida familiar, que está llamada a ser una escuela de santidad. La fe ilumina la existencia. Implica saberse situado en una historia que Dios gobierna y dirige. Permite superar la experiencia del dolor y la amenaza de la muerte, que no tiene la última palabra.
La esperanza es la virtud que orienta hacia Dios la capacidad humana de desear y, a su vez, confía en el auxilio divino, que hace posible superar las dificultades y llegar a la meta. La caridad, que hace posible el amor ilimitado a Dios, es la más importante de las virtudes en la vida espiritual cristiana.
La santidad matrimonial se logra en la medida en que se procura crecer armónicamente en las virtudes morales, o humanas, de modo que sean el soporte de las teologales. Todas las virtudes deben manifestarse en el amor conyugal y la mutua ayuda.
Si el cristiano desarrolla las virtudes en el cumplimiento de sus deberes familiares, profesionales y sociales, y también en el ejercicio de sus propios derechos, está en el camino para llegar a identificarse con Cristo. El cristiano corriente está llamado a santificarse precisamente santificando su vida ordinaria.
La identificación con Cristo debe informar el conjunto de las realidades que determinan la vida a través de la caridad, la justicia, la fidelidad, la lealtad, etc. Es un ideal que reclama necesariamente el ejercicio de las virtudes para la superación del egoísmo.
El auténtico amor conyugal está orientado a la fecundidad y a la ayuda mutua. La vida conyugal se fundamenta sobre la virtud de la castidad, que permite a los esposos superar el egoísmo y agradar a Dios con su amor limpio y siempre abierto a la vida. El cuidado por el cónyuge, y por los hijos, son un elemento necesario de la santificación de cada uno de los esposos en el matrimonio. San Josemaría muestra la necesaria complementariedad de los cónyuges, y la insustituible aportación de la mujer al matrimonio y a la vida familiar.
San Josemaría considera con admiración la facultad de engendrar, con absoluta fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Cada hijo es una bendición divina y elogia las familias numerosas cuando son fruto de la paternidad responsable.
Advierte, por el contrario, que cegar las fuentes de la vida trae consecuencias desgraciadas para la vida personal, familiar y social.
El materialismo cristiano —profundamente transmitido por San Josemaría— se demuestra un válido punto de partida para una adecuada comprensión de la riqueza del matrimonio cristiano, realidad de la naturaleza elevada a la dignidad sobrenatural. En el matrimonio la materia de santificación es el amor conyugal. La prueba de la autenticidad de ese amor es que esté abierto a la vida.