La autenticidad nunca ha sido un ideal pacífico. Desde los tiempos del romanticismo, se discute si ser fiel a sí mismo significa entregarse a una espontaneidad desbordante, o si ese imperativo tiene que ver más bien con la forja paciente del carácter. En el contexto actual, muy sesgado hacia el sentimentalismo, parece que triunfa la primera versión. ¿Cómo equilibrar las cosas? Aceprensa
El consejo “sé tú mismo” es tan versátil que lo mismo sirve para un post de Instagram que para un artículo del New York Times; para un anuncio de cerveza que para un videoclip contra el consumo de alcohol entre adolescentes…
Del videoclip, llama la atención la audacia con que el rapero Rayden convierte un manido eslogan en una invitación a tomar las riendas de la propia vida; a aprender a esperar; a no ceder a los chantajes…
My friend, no quieras correr, tener prisa por crecer.
Ya serás mayor de edad y sabrás qué es madurar.
En la vida hay más de un tren; espera el tuyo, chaval,
y podrás ser especial. (…)
Que nadie venga a imponerte sus opciones.
Que nadie venga a despojarte de tu llama.
Esta canción es un buen ejemplo de cómo se puede reformular en términos más saludables un ideal valioso que a menudo queda descafeinado. Es lo que necesita hoy la autenticidad: un replanteamiento que le devuelva su poder subversivo. Propongo tres ideas para conseguirlo:
1. Escucha a tu corazón, pero de verdad
La cultura popular ha llegado a identificar el consejo “sé tú mismo” con la máxima “escucha a tu corazón”, entendida de forma muy epidérmica: aquí el corazón no hace referencia al centro de la persona, sino a una afectividad desvinculada de la razón y la voluntad.
Paradójicamente, la misma sociedad que nos invita a descubrir la originalidad que nos define, nos empuja a vivir volcados hacia fuera, lejos de nosotros mismos. Es el “desmigajamiento interior” del que habló el filósofo Gustave Thibon, y que hoy se ve acentuado por la dispersión que han traído los medios digitales.
Es cierto que la propia identidad siempre se construye en diálogo con los demás, pero ¿cómo autoafirmarnos si pasamos tanto tiempo volcando nuestra intimidad al exterior, sin haberla reflexionado antes? El fenómeno se conoce como “extimidad” y, de entrada, nos está dejando más expuestos a que otros nos digan quiénes somos.
Frente a la fragmentación que propicia el acelerado ritmo de vida actual y la falta de referencias estables de la sociedad posmoderna, Txemi Santamaría invita en su libro Interioridad a “desarrollar una cultura del silencio, de la pausa, de la escucha” de sí mismo, que facilite el “giro hacia adentro”, el retorno a ese hogar íntimo que es nuestro interior. Santamaría lo llama “espacio integrador del ser humano”, pues es allí donde cada cual puede detenerse, tomar conciencia e interpretar todo lo que nos llega de fuera.
Este recogimiento nos capacita para descubrir el sentido de lo que vivimos. Nos permite dotarnos de un relato unificador, de una narración que dé coherencia en medio de los estímulos, los ruidos, las inercias… Si la multitarea y el salto de pantalla a pantalla nos dispersan, la interioridad –explica Santamaría– nos abre horizontes y aporta profundidad a la propia vida. De esta forma, el corazón –como también se suele llamar metafóricamente a ese espacio interior– se convierte en fuente de significado.
Como se ve, escuchar al corazón es algo más serio que irse detrás de cualquier sentimiento. El proceso de inmersión que describe Santamaría comprende la escucha activa de las sensaciones corporales, de las emociones, de los pensamientos…, pero luego hay una reelaboración que otorga hondura. La interioridad nos permite salir del reino de la inercia y ser nosotros mismos: “Nos ayuda a identificar nuestros momentos de piloto automático. Y nos va conduciendo a otra forma de estar, de ser y de hacer. Una forma en la que comenzamos a ser dueños de nuestras acciones, de las respuestas que vamos dando en cada instante de nuestra vida”.
Genuino es invitar a integrar la razón, la voluntad y la afectividad cuando el sentimentalismo es la norma
2. Piensa por ti mismo
El culto a la autenticidad puede generar fenómenos bastante inauténticos. Un ejemplo es la industria que ha surgido en torno a uno de los requisitos para entrar en algunas universidades norteamericanas: la redacción personal, un texto en el que se pide a los candidatos que se definan a sí mismos de manera franca y abierta. A estas alturas del partido, ningún estudiante es tan ingenuo como para afrontar ese escrito sin unos conocimientos básicos de cuáles son las cualidades que puntúan.
Vista así, explica Joseph E. Davis, la autenticidad ya no tiene que ver con mostrar a las claras quiénes somos, sino con presentarse ante los demás de una manera que me aprueben. Y esto, en el ámbito de esas universidades, pasa por incluir alguna alusión a la “pasión por la diversidad” o al hecho de haber transitado de un yo defectuoso a otro mejor. En el colmo del cinismo, hay incluso alguna universidad que publica su propia guía para aprender a escribir “una redacción auténtica”.
El fenómeno al que apunta Davis tiene que ver con una tendencia más amplia. Hubo un tiempo en que lo más valorado en ámbitos intelectuales era mostrar independencia de criterio. Pero hoy parece más relevante dejar constancia de que uno se adhiere a la mentalidad dominante. Lo importante no es acreditar que tenemos ideas propias, sino que nuestra visión del mundo encaja perfectamente en el lado correcto de la historia.
En este contexto, una de las cosas que más puede ayudar a los jóvenes a ser ellos mismos es recuperar la máxima con la que Kant sintetizó el espíritu de la Ilustración: “Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!”. O en otras palabras: ten valor para pensar por libre. No te asimiles a las ideas que se llevan; no repitas lo que dice todo el mundo. Y para eso, claro, fórmate, educa tu inteligencia: lee buenos libros, reflexiona por tu cuenta, pregunta a los que saben más, saca tus propias conclusiones, exige matices, cuestiona los tópicos vigentes, mira a la realidad, contrasta, fórjate un estilo de pensamiento valioso…
3. Sé valiente
Pensar de forma independiente nos sitúa ante el mundo de un modo único. Pero hace falta un paso más para ser auténticos: tener la valentía de expresar las propias convicciones. Y lo mismo vale para los sentimientos. Uno puede tener buenas razones para callar en circunstancias concretas. Sin embargo, carece de autenticidad quien de modo habitual esconde quién es.
Las personas auténticas tienen un atractivo especial. No tanto porque su forma de ser entusiasme a todo el mundo, sino por la claridad que ofrecen. Con ellas, sabes a qué atenerte; no mienten, no juegan al escondite. Lo que ves es lo que hay: un yo real con sus virtudes y sus defectos; un “yo consistente y reconocible”, como dice Pedro Pallares Yabur a propósito de las heroínas de las novelas de Jane Austen. En cambio, “todos los antagonistas en los relatos austenianos ocultan lo que son tras un rostro amable”.
Es verdad que la espontaneidad desbocada puede falsificar la autenticidad (y seguramente la caridad), pero no es más sincera (ni más caritativa) la contención que se parapeta tras una amabilidad tan correcta como vacía. Lo sugería Jutta Burggraf en una entrevista en la que habló de la necesidad de ser auténticos: “Uno percibe cuando no es querido, por mucho que le sonrían”.
Sobre la valentía para mostrarse tal como se es, es interesante lo que dice Fernando Sarráis en su libro Auténticos: “El miedo es la causa principal de la mentira y de la falsedad”. Los motivos que activan esa emoción son variados: el temor a quedar mal, a no ser aceptado, a crear un conflicto y pasar un mal rato, etc. En general, el elemento común a todos esos temores es “el miedo a sufrir”.
Para contrarrestarlo, Sarráis propone emprender “una educación temprana y perseverante de la valentía”, que consistirá en buena medida en el entrenamiento de la voluntad. Primero, para decidirse a buscar los bienes que la razón nos descubre tras las situaciones penosas de las que preferiríamos huir. Y segundo, para aceptar el sufrimiento que ocasiona esas situaciones y para encararlas. Así, poco a poco, se va forjando una personalidad valiente y madura, pronta a afrontar “la lucha por ser como se desea ser” y libre para mostrarse como se es.
De estas tres ideas –regresa a tu interior, piensa por ti mismo y sé valiente para mostrarte tal cual eres–, surge un ideal de autenticidad más armónico que el que hoy dicta la cultura de moda. Y seguramente también más genuino, porque genuino es invitar a integrar la razón, la voluntad y la afectividad –como hace Sarráis– cuando el sentimentalismo es la norma.